Concepción Cantero (Melilla, 1954) vino al mundo en el hospital de la Cruz Roja y vivió sus dos primeros años en el Monte María Cristina, en casa de su abuela, hasta que su padre montó una sastrería en la antigua calle José Antonio, enfrente de lo que hoy en día es la UNED, y se bajaron a vivir al centro.
Tenía fácil ir al colegio del Buen Consejo, que estaba justo enfrente de su casa, en la UNED precisamente. Aunque no recuerda el nombre de las monjas, porque era muy pequeña, sí se acuerda del hábito que vestían y de jugar en un patio que le parecía “grandísimo”. Cuando, más tarde, ha acudido a algún acto a la UNED, le ha parecido ya “más chiquitito”.
Otro de sus recuerdos es la playa, que le encantaba a su padre. Iban a lo que se conocía como la Miami, pasada la zona del Hipódromo. También, en verano, cuando su padre cerraba la sastrería, después de cenar, solía acudir la familia a la heladería California. A pesar de ser tan pequeña entonces, tiene en su cabeza tanto la heladería como las tiendas de la Avenida Juan Carlos I Rey. Los jueves por la tarde, como no había clase, iba a comer a casa de su abuela y por la tarde jugaba con sus primas en el Monte.
Fueron unos tiempos de novedades: adquirieron la primera nevera y su padre se compró su primer coche –un escarabajo- con el que iban a Nador, cuando se podía ir allí sin problemas, porque su madre tenía una amiga que vivía allí. Esa amiga de su madre, que se llamaba Filomena, tenía a una chica musulmana trabajando en su casa y ésta la llevaba a veces a casa de su madre, donde había siempre muchos niños, a tomar té, que a ella ya le gustaba mucho aunque apenas tuviera cinco años.
El estadio Álvarez Claro también forma parte de los recuerdos de su infancia. Allí iba con su padre, que era “muy futbolero”, todas las semanas que jugaba la UD Melilla.
Su padre cosía mucho para los trabajadores de las minas y, tras la independencia de Marruecos, debido a la disminución del número de clientes, se trasladaron a Málaga, donde montaron otra sastrería.
Tenía seis años solamente, pero Concepción confiesa que le dio “mucha pena” marcharse de la ciudad, si bien es cierto que nunca dejaron de volver por Melilla, porque su abuela y sus tíos seguían aquí y porque a su padre, que “era muy melillense”, le gustaba mucho. Su madre, en cambio, era sevillana, pero se había venido a la ciudad autónoma con cuatro años.
Cuando venían de visita, iban al Ricardito, en el Real, y a Casa Sadia a tapear. En estas visitas, siendo ya algo mayor, pero aún joven, Concepción iba con sus primas a lo que recuerda como el Club de Juventud, “o algo así”, que se encontraba subiendo por la Alcazaba.
En Málaga, Concepción estudió el bachiller y la carrera de Enfermería. Desde allí continuó siguiendo a la UD Melilla, a la que iban a ver cuando jugaba en la península cada vez que les era posible. Años después se marchó a Sevilla, donde vivió hasta su jubilación forzosa por problemas de salud. Coincidió con que sus padres murieron y ella vino a Melilla un mes de mayo a una comunión de uno de sus sobrinos. Ese verano lo pasó en la ciudad. Regresó en septiembre a Sevilla, pero ya tenía decidido que quería volver, porque ella, como su padre, había sido siempre “muy de Melilla”. Así que vendió su casa y regresó el 1 de diciembre de 1999, una fecha de la que no se olvidará jamás. Habían sido casi 40 años fuera de casa.
Desde que volvió –“lamentablemente”, dice, no conserva a nadie de su niñez-, fue voluntaria en la Gota de Leche y ahora lo es en la Cruz Roja. Estuvo seis años en la Universidad de Mayores, hasta que la operaron y la tuvo que dejar, no sin que antes le pusieran la beca. Como le gusta mucho leer y también la historia, ahora lleva bastante tiempo yendo a las Aulas Culturales de Mayores. Allí se ha echado “buenas amigas” con las que va al cine y a todo tipo de actividades culturales que encuentran.
Tras una vida repartida entre Melilla, Málaga y Sevilla, y aunque se trata de una elección “muy difícil”, Concepción se queda con la primera y con la última. Su “corazoncito” es de Melilla, una ciudad de la que ama su tranquilidad y el contacto con la gente, algo que resulta cada vez más difícil en la península debido a que las distancias son mayores. En cuanto a la capital hispalense, la escoge por su familia materna. “Málaga también, claro, pero mi corazoncito está entre Melilla y Sevilla”, apunta.
Aunque, durante los 39 años que estuvo fuera de la ciudad, nunca dejó de venir, Concepción ha percibido un cambio grande en Melilla, y “para bien”: edificios nuevos, el Paseo Marítimo “tan bonito”, más casas para alquilar. A pesar de que se hayan perdido algunas casas modernistas y tiendas emblemáticas hayan cerrado. Asegura que ha recibido visita de amigos que “se han quedado sorprendidos con Melilla, porque no la esperaban así”.
Aparte, ella es de las personas que piensa que “ni antes el tiempo fue mejor, estupendo y maravilloso ni este es fantástico”. Si pudiera, dividiría la ciudad en dos en el tiempo y se quedaría con la Melilla “familiar y entrañable” de antes y con la parte de ahora más moderna y más adecuada a los tiempos que vivimos. “Las dos Melilla tienen su parte bonita. Cada tiempo tiene su época. Aquella era muy entrañable, pero ahora Melilla está mejor, en el sentido de que ha avanzado”, afirma. Si se viera forzada a decantarse por una, elegiría la actual, “pero sin menospreciar para nada la de antes, que también tenía sus cosas muy bonitas”.