Dilapidado el último vestigio del imperio universal que antaño poseímos, España sentía el menester tortuoso de afianzarse como potencia europea adentrándose en el reparto colonial. Si bien, la entrada y salida de sus tropas expedicionarias imprimiría el compás de sus avatares, que trabado a su razón de ser entre la política articulada del gobierno en el territorio norteño, haría incómodo que en no pocas ocasiones las referencias empañadas del frente se entrecortasen entre las páginas de los rotativos.
Algunos de estos medios consagraban su espacio a cuestiones habitualmente trilladas, pero no por ello menos lustrosas, así como la difusión de negocios. Tampoco quedaban al margen aquellos reportes procedentes de corresponsales en el extranjero que ponían su granito de arena para referir los conflictos armados.
Dicho esto y como se desglosa del proceso de desarrollo y posterior encaje de una de estas publicaciones, sucintamente expondré la andanza de ‘El Telegrama del Rif’, originalmente con el nombre de ‘El Telegrama’ y renombrado ‘El Telegrama de Melilla’ (1963), emprendía sus primeros pasos (1/III/1902) en esta plaza, donde sería destinado su promotor y director, el Capitán de Artillería Cándido Lobera Girela (1871-1932), conservando la estructura formal y la naturaleza de sus contenidos. Y es que, al igual que resultó con la ‘Revista de Tropas Coloniales’, había que dar voz a los valedores del ejercicio colonial y muy fundamentalmente, al papel ejecutado por la milicia desplegada en la zona. Primeramente, para ser parte integrante en las operaciones de ocupación y control de la región y, a la postre, gestionar las entidades coloniales.
A pesar de los contrastes evidentes tanto en sus peculiaridades, hechura y cabidas, la acción recíproca de la plantilla con Lobera como la mejor expresión de la línea editorial, constituye una aproximación que favorece la estrecha conjunción de sus integrantes con el Ejército. De hecho, la apreciación castrense africanista denotada en los noticieros, se advierte en los escritos e incluso ambos llegaron a retroalimentarse en varios de sus rasgos.
Junto con el apremio por salvaguardar la incursión militar, los ideales preferentes de la tarea civilizadora habrían de transitar por la culminación del aprovechamiento del agro marroquí, más los recursos mineros del Rif y el movimiento mercantil con la urbe. Obviamente, la actividad cultural y educativa presente constantemente en el tratamiento de la información, ocupaban un área que encontraba su rúbrica local o regional con el distintivo de la población rifeña como principal protagonista.
De ahí, la conveniencia de que parte de este contrapeso en ‘El Telegrama del Rif’ incurriese en la persona de Abd el-Krim (1882 o 1883-1963), cuyo nombre completo era Muhammad Ibn ‘Abd el-Karim El-Jattabi. Podría decirse que acabó siendo el procurador de transferir las sensibilidades de la comunidad hispano-rifeña.
Esta vinculación se descifra por su conexión con Lobera, al que conoció personalmente en uno de los desplazamientos de su padre a Melilla y al que acostumbraba acompañar. Y según se confirma en el recorrido biográfico de Lobera como en la documentación revisada de Abd el-Krim, iba a ser su patriarca el que en definitiva moviese los hilos para encontrarle trabajo en la guarnición melillense. Aunque a decir verdad, sus dos hijos se beneficiaron de las prerrogativas y relaciones consignadas a recompensar a los colaboradores con la empresa colonial.
De esta manera, Abd el-Krim consiguió la responsabilidad de profesor auxiliar de la escuela hispano-árabe para niños musulmanes afincados en Melilla, conjugando esta función con el acoplamiento en el recinto del periodismo.
“La asimilación de notas escritas de puño y letra por Abd el-Krim, delatan el modus operandi para desenredar la construcción propagandística colonial y su incidencia en la palestra jerifiana”
Centrándome en los aportes de la figura objeto de análisis, pronto y por ofrecimiento exclusivo de Lobera, quién posteriormente habría de convertirse en el máximo exponente del nacionalismo rifeño, sería llamado a contribuir en el ‘El Telegrama del Rif’ como redactor mediante la divulgación de artículos firmados en árabe. Pero el primer interrogante que interesa aceptar es la autoría de estos relatos. Admitiendo, como así se considera, que Abd el-Krim es el responsable del corpus impreso en árabe.
Para ser más preciso en lo fundamentado, un estudio de la travesía de Lobera en el que se engloban las principales particularidades de forma y contenido de las tiradas de ‘El Telegrama del Rif’, se ratifica lo indicado en el vaciado de los ejemplares. Así, varios sociólogos y politólogos coinciden que en las postrimerías de 1906, se publica entre los datos técnicos la fecha en árabe dialectal, continuando el calendario musulmán y que se intercalaría en la sección con esta macrolengua. Por fin, el 22/XI/1906, se publica un suplemento mensual.
Con lo cual, si en el sumario de noticias destacadas datada el 29/IX/1906 se contempla el encabezamiento ‘Noticias de Tánger’ como la primera, abarca como protagonista al Jerife de las tribus de Yebala. O séase, a Muley Ahmed ibn Muhammad ibn Abdallah al-Raisuli (1871-1925), conocido como El Raisuni. Su asignación en la segunda columna de la primera página es de lo más congruente, al estar en correlación con la editorial que emplaza al patriotismo de las publicaciones impresas y a la grandeza pretérita de los militares activados en el septentrión marroquí. Haciendo una clara indirecta al rehúso desatinado en la opinión pública, tras estar al tanto del Desastre del Barranco del Lobo (27/VII/1909), a pie de monte del Gurugú y cuyo control era capital para imponerse en el campo de Melilla. Explotándose a diestro y siniestro esta insinuación para estimular los bríos patrios de la población nativa. Además, se trata de un elenco de narraciones dispuestas en dos conformaciones: primero, las incluidas en los textos en español bajo el enunciado ‘Información Árabe’ y segundo, aquellas constituidas como complemento en lengua árabe anexo al periódico.
Conjuntamente, la amplia mayoría de las que completan el primer grupo se hallan ordenadas en la primera o primera y segunda hoja. Al igual que se localizan algunos relatos en la segunda o tercera carilla. Sin embargo, la periodización en función de ser diaria, semanal, quincenal, mensual o anual y su extensión, no son similares.
Fijándome en el suplemento configurado por cuatro páginas de la que habitualmente la última se reserva a las menciones publicitarias, tampoco se puntualiza un modelo gradual determinado.
Por lo tanto, la segunda aclaración que debe referirse aquí es que ni todas las descripciones obedecían a una periodización fija, ni se acomodaban en la primera página. Juntamente, la cantidad de párrafos en lengua árabe sufre una predisposición ascendente en el último trimestre de 1906 y 1908, respectivamente, con una bajada notable en 1909 y el máximo adquirido en 1910. Y a raíz de este último, se constata una caída hasta alcanzar las últimas crónicas impresas en los inicios de 1915.
De este modo, es imperativo ceñirse en esta disertación a la definición al pie de la letra de ‘corpus lingüístico’ servida por la Real Academia Española como “un conjunto amplio y estructurado de ejemplos reales de uso de la lengua. Estos ejemplos pueden obtenerse de textos escritos (los más comunes), o muestras orales (generalmente transcritas). Los corpus pueden ser textuales, cuando compilan textos orales o escritos, o de referencia, cuando registran concordancias extraídas de textos”. Asimismo, continúa señalando: “[…] un corpus debe reflejar una lengua o su modalidad de la forma más exacta posible, en cuanto a su uso, teniendo similitudes con los textos porque están compuestos por ellos; y por otro, no son textos en sí, porque a diferencia de los mismos, no tiene sentido analizarlos en su totalidad. Un texto tiene un principio y un fin y es cohesivo y coherente en mayor o menor grado, mientras que un corpus carece de tales características por no poseer una estructura, sino sólo una composición. Por esta razón conviene analizar un corpus recurriendo a herramientas y metodologías propias”.
Vistas estas pinceladas sobre el corpus lingüístico, la fuente de consulta parte de la digitalización de los ejemplares disponibles de ‘El Telegrama del Rif’ en la web de la Biblioteca Virtual de Prensa Histórica (BVPH), mediante la aplicación de técnicas fotoeléctricas o de escáner, convirtiendo la imagen contenida en un documento en papel, ahora en una ilustración digital, debiendo apuntar la inconveniencia de su lectura por el estado defectuoso de las páginas y la baja resolución de las imágenes. Toda vez, que las reseñas aparecen sin apenas nitidez o prácticamente indescifrables por el deterioro de la tinta. Además, la suma de estos detalles subrayados resultan problemáticos para la ortografía árabe en sus distintas variables, al ordenarse en grupos consonánticos cuya diferenciación reside en el número o colocación espacial de los puntos.
Por lo demás, las citas hilvanan el léxico del siglo XIX y preámbulos del XX, recurriendo a una tipografía de estética sencilla con la falta del cuerpo vocálico. También ha de subrayarse la fractura existente de palabras entre las líneas, pero frecuentes en talleres de imprenta o en entornos de prensa como el que detallo y ajeno a este idioma cuya estampa es claramente secundaria.
Al ceñirme brevemente en la fecha correspondiente al 1/III/1927, ‘El Telegrama del Rif’ divulgaba un número extraordinario con motivo de sus primeros veinticinco años. Y entre la nómina de informadores y editores aludidos en la página seis, se hacía alusión a Abd el-Krim, cuya maquinaria propagandística se repasó con varios fragmentos que reproduzco a continuación: “Lo que escribió Abd el-Krim sobre la acción de España. Los lectores saben que durante algunos años figuró en la redacción el ex Rogui que tan mal pago dio a los beneficios que él y su familia recibieron de España, y como hoy se ponen en sus labios juicios poco halagadores para nuestra nación, consideramos de actualidad reproducir algunos de sus escritos”. De lo que se desprende, que se trata de pasajes consignados a adoctrinar al lector marroquí sobre la esencia humanitaria y los beneficios del avance español en la región.
Si la hoja de ruta del discurso se ceñía en clave a la modernización como palanca de cambio y la regeneración social, esta adaptación vanguardista vendría aparejada del operar colonizador por medio de una serie de reglas encaminadas a reforzar la esfera económica y cultural.
Ahora bien, el componente de la censura estuvo latente como aspiración del concepto de imperialismo colonial y del que se extrajo hasta dónde comparecían las bifurcaciones del artilugio difusor africanista.
A fin de cuentas, era una oportunidad inmejorable para comprobar de qué modo se enraizaba en lo recóndito del alma española la significación de su maniobrar en el continente africano. Y entretanto, se inoculaba el movimiento nacionalista con tendencias anárquicas y rebeldes, ansiosos de sacudirse el polvo del yugo colonial y retando a las autoridades del protectorado.
Ha de resaltarse que en una de las ediciones de 1911, ‘El Telegrama del Rif’ aumenta su formato de cuatro a seis columnas y se noticiaba sin suplemento árabe, pero con la improvisación de un número extraordinario con ocasión de la visita del Jefe de Estado, el rey Alfonso XIII (1886-1941), en el que su tiraje en fecha anterior a la ocupación francesa de la ciudad de Fez quedaba fuera de lugar del corpus. Aquella visita que tenía la encomienda de estabilizar las derivaciones desencadenantes del descalabro atronador en Barranco del Lobo, años después se inmortalizaría con su rastro teñido de sangre en la desdicha del Desastre de Annual (22-VII-1921/9-VIII-1921).
En paralelo, los plumazos antes apuntados prosiguen en el corpus para el curso en el que se produjo la Crisis de Agadir despuntada en 1911. Esta última entrañaría la intrusión de las tropas francesas en Fez hasta el acuerdo franco-alemán. Sin soslayarse, la crónica en la que se exterioriza a bombo y platillo la acometida franca con la inmediata toma de la ciudad de Mehdía, situada junto al estuario del río Sebú y a siete kilómetros de Kenitra, así como las refriegas in crescendo con las harcas.
Como destello del accionar imperante e influyente de la prensa de la época, los cismas habidos entre Francia y España subieron en sus decibelios. Aferrándose como punto de partida a los episodios del origen y mutación fulminante de la crisis de Agadir, donde los medios paladines de la intervención y colonización no titubearon en moldear en artículos y crónicas su sostén por los intereses de la nación. Póngase como ejemplo la cabecera del ‘El Telegrama del Rif’ que rezaba al pie de la letra: “Diario ajeno a la política. Defensor de los intereses de España en Marruecos”.
Apartando la objeción innata a su desapego intuido de la política, la orientación incansable de sus publicaciones, llámense la intencionalidad de sus editoriales o la elección de columnistas; o las vicisitudes que se recalcan o descartan silenciándolas y el encauce reincidente de las noticias, la línea editorial lo planta por encima de todo en la vanguardia de los impresos de índole militar, africanista y explícitamente, colonialista.
Llegados hasta aquí, la asimilación de notas escritas de puño y letra por Abd el-Krim, delatan el modus operandi para desenredar la construcción propagandística colonial y su incidencia en la palestra jerifiana. La primera pieza de este puzle es la superposición de explicaciones con escuetas gamas de reportes, poco más o menos, a modo de cabeceras en las que se vislumbran la conjuración diplomática y militar francesa con dos metas principales: primero, engrandecer el gremio hispano y segundo, diseminar la efervescencia punzante ante las piruetas dadas por Francia en la zona.
Sin ir más lejos, de entre estas connotaciones dan su repique el contexto escabroso del Sultán Muley Abdelhafid (1875-1937) en Fez y la premura por valorar posibles fuerzas extranjeras para socorrerlo; o la recalada en Ceuta de una delegación de las cabilas de Anyera para reunirse con Felipe Alfau Mendoza (1845 o 1848/1937), quien se convertiría en el primer Alto Comisario del recién creado Protectorado español (5/IV/1913), al objeto de comunicarle su gratitud al monarca, en respuesta a las felicitaciones recibidas por la celebración del nacimiento del Profeta Mahoma (Aid el-Mulud).
Esta disonancia es más ostensible de cara a las demandas por la instauración de un hinterland para Melilla, teniendo los ojos puestos en la inspección de las labores portuarias. Buen ejemplo de ello es la columna del ‘El Telegrama del Rif’ que lleva por título: ‘El socorro de Fez’, advirtiendo con pelos y señales la actuación francesa y su progresión parsimoniosa por la mordacidad de las tribus encaramadas en plena agitación. A la par y como curiosidad, la acotación árabe dispone la mitad de su extensión para recapitular la conmemoración del reinado de Alfonso XIII.
Del mismo modo, condensa la escritura en las arremetidas ofensivas sucedidas entre franceses y fuerzas hostiles rifeñas en las cercanías del río Muluya, cuyo tránsito era obligatorio para alcanzar Fez.
En otras palabras: el encasillamiento entre ambos actores redunda en la instantánea que se persigue telegrafiar al lector alauí. Esta evidencia verifica hasta qué nivel se coartaba el seguimiento individual de la lectura, confrontando el peso propagandístico a medida que se narran los incidentes que condujeron primero, a la llegada, segundo, a la entrada, y por último, a la ocupación de Fez por parte de las tropas francesas.
“El componente de la censura estuvo latente como aspiración del concepto de imperialismo colonial y del que se extrajo hasta dónde comparecían las bifurcaciones del artilugio difusor africanista”
Igualmente, la balanza de la subjetividad se sesga visiblemente al postularse que los tumultos se incitaron por confidentes del servicio de Francia y que la coyuntura para apoderarse de la capital en plena recolección, impidió que la combatividad envalentonada indígena tuviese peores repercusiones. Es decir, en el proceder del ejército franco concurría la intencionalidad y violencia y no la pretensión modernizadora y de progreso auspiciada. Dándose buena cuenta en la aserción árabe, tildando que éstos invadieron Fez, pero con el matiz que desde Tánger llegaban voces que una mehala ocupó con relativa desenvoltura las inmediaciones de la ciudad, mientras que el resto de tropas francesas marchaban desde Casablanca para contrarrestar las hordas insurrectas contra el Sultán. Finalmente, la noticia se remató confirmando que ambas fuerzas francas se unificaron con el propósito de finiquitar la perturbación cabileña.
Más adelante y en los preludios de la Campaña del Kert (24-VIII-1911/15-V-1912), se hace hincapié en este conflicto entre España y las harcas rifeñas lideradas por Amghar Mohamed Ameziane (1859-1912), conocido por el título nobiliario de Príncipe del Rif y llamado por los españoles, El Mizzian, que lanzó una yihad contra la ocupación en el Rif Oriental, ofreciendo ‘El Telegrama del Rif’ las primeras filtraciones con la contienda en torno al río Muluya y días más tarde, desatándose otra hostilidad en la cabila de Beni Bu Ifrur entre las tropas francesas y el corolario de cabilas satélites. En la relato periodístico se enfatiza el elevado coste de fallecidos y heridos, entre los que figura la persona de El Mizzian y del que se pormenoriza que una de sus manos ha quedado con marcada limitación funcional.
Como puede observarse, el último antecedente sobre el destino de El Mizzian, sabiendo de buena tinta que es un lance histórico incuestionable, se esgrime a más no poder en la propaganda para administrar al lector marroquí la dosis irreal de que pese a que la lucha contra españoles y franceses, serían tan solo los últimos quienes recurrirían al arrebato vehemente contra sus compatriotas. Mismamente, se proyecta con el jerifismo de El Raisuni, aunque El Mizzian es nombrado con los títulos que normalmente aparece cuando se formula en árabe, algo sugerente y que responde a una táctica enfilada al descrédito y descalificación de ambos.
Inmediatamente afloran los primeros indicios corresponsales de la Crisis de Agadir y la férrea réplica germana a la invasión franca de Fez y Mequinez, saldándose con la provocación que entrevé su aparición en Alcazarquivir y de cuyo puerto proseguía interesado. Como era de esperar se difunde la declaración desde Berlín, exponiendo la causa que insta al cañonero SMS Panther de la Clase IItis de la Kaiserliche Marine, a anclar en la costa de Agadir. El fundamento de Alemania se aviva como la pólvora: de acuerdo con lo negociado en el Acta de Algeciras (7/IV/1906) y bajo los auspicios del gobierno de Marruecos, es imprescindible el amparo de los derechos de sus ciudadanos en el proceso de las operaciones e intereses comerciales en la región.
El contenido del texto se limita a simplificar la transcripción berlinesa sin presentar ningún juicio de valor. El único ingrediente que puede interpretarse inesperado es el titular con el que salta la crónica, ya que engarza un apelativo nada encubierto y que no atañe con la designación de la reseña.
En este aspecto, la comparación un tanto impuesta pero indiscutible del porte franco en Alcazarquivir con el germano en Agadir, incrusta nuevamente el dictamen engañoso, pero práctico, de la situación diferencial española frente al resto de estados europeos.
La espontaneidad sobreentendida de movimientos adjudicados a los españoles, ha de revisarse el argumento otorgado sobre la ocupación de Larache y Alcazarquivir. Mientras se pone al corriente de la deslealtad entre el ejército francés de un numeroso grupo de cabileños, la noticia se completa indicando el desplazamiento de tropas españolas en las afueras de Alcazarquivir. Sin inmiscuir, las pesquisas enfocadas a la atracción incitada en la demarcación por los alemanes y el interés estratégico infundado para asegurar el control del puerto de Agadir y desde allí, habilitar un centro de operaciones minuciosamente desenvuelto hasta el interior del territorio. Todo ello, con un hecho casi concretado: Alemania habría venido para permanecer por un tiempo indeterminado, al menos, hasta la convocatoria de una nueva conferencia internacional.
Luego, la abundante cobertura concedida a la temática anterior en el apartado árabe, descorcha la priorización de noticias e intencionalidad: incrementar el desentono entre francos e hispanos y concentrar en los primeros, la condena a su ocupación colonial. Y con el espectro de la República del Rif rebullendo para erigirse en Estado independiente, se brinda a insistir en los musulmanes sujetos a las tropas españolas en su pugna contra el pronunciamiento rifeño. Sin duda, he aquí el punto de inflexión en la percepción que Abd el-Krim transmitió en ‘El Telegrama del Rif’, cuando en principio adquirió una línea editorial militarista, conservadora e incluso favorable a la intervención en Marruecos, para terminar transformando su sección en un señuelo insidioso de proyección antifrancés.
En consecuencia, si el poder político y la opinión pública conformaban un engranaje contractual por la censura, a las masas autóctonas se les ofrecía toda una información depurada en las leyes establecidas por la base ideológica de la política dominante de la época. Un período trémulo que traslucía las acotaciones de la libertad de prensa escrita, aparte de su línea ideológica de redacción. Y esto todavía se fragua más en las leyes que determinan la libertad de imprenta y en las que subliminalmente se colaba por la puerta trasera la censura, previa de los suplementos periódicos coligados a las leyes de orden público. O lo que es igual: la requerida por la Ley de Jurisdicciones de 1906 y que encierra la legitimidad de las artimañas de censura.
Por ende, si en el escenario expuesto a duras penas era insostenible enclaustrar la condición marginal de España con sus altibajos para subsanar los manejos expansionistas de Francia, a ello hay que sumarle diversas variables intervinientes en las que se escaldan por su advenimiento, la intransigencia agresiva marroquí o la intromisión acompasada del clan de los Jattabi en el epílogo de contratiempos que acarrearía la colisión armada. Y en medio de este fárrago artificioso trajinaba el precedente de que Abd el-Krim había servido como traductor y escribiente de árabe en la Oficina Central de Tropas y Asuntos Indígenas en Melilla, para a posteriori ser el editor de la sección árabe de ‘El Telegrama del Rif’, donde en sus páginas se exhibía sutilmente como ferviente colaborador en el blindaje de la enseña colonial española.
No obstante, partiendo de la base que la irrupción de este diario converge con la etapa en que se entablan las campañas militares contra los rifeños opuestos a la extensión del influjo colonial, Abd el-Krim, iría cambiando solapadamente su seña de identidad con visos de enarbolar el movimiento inspirador de la República del Rif, en la que su labor propagandística intrincada y digamos convencional, comenzaba a poner en escena el nacionalismo a nivel interno y a escala mundial, para más tarde alzarse como el líder carismático de la convulsión anticolonial. Hasta el punto, de encabezar la resistencia contra las direcciones coloniales de España y Francia.