Nació hace algún año en Bilbao y decidió –ya tuvo valor con la que está cayendo- ser periodista. Se licenció en la Euskal Herriko Unibertsitatea y, obvio, no encontraba trabajo ni en las canteras pero en Melilla se necesitaban periodistas, mal pagados, por supuesto, pero periodistas y el hombre se lió la manta a la cabeza y cruzó la divisoria imaginaria de la embocadura del puerto de Melilla. Y aquí ha echado raíces este vasco vocacional que tiene varias manías, sobre todo la de hacer feliz a su gente, con un fino sentido del humor que no le resta ápice alguno de profesionalidad. No es cachondo, es entrañable.
El mercado del trabajo y el conocimiento del ser humano en cuestión hizo meditar a los responsables socialistas de Melilla. Hacía falta un jefe de Prensa en el partido, una persona que, a base de mezclar ciencia, cercanía y amistad, hiciera llegar los mensajes socialistas a los cuatro confines del complejo mundo de la comunicación. No le costó nada cambiar el periodismo ‘privado’ por el ‘institucional’ porque a las personas que tienen las ideas claras les da igual torear en cualquier coso de la política y de la comunicación y más si se hace enarbolando la nunca fácil bandera de la amistad.
Éder Barandiarán lleva años de portavoz y altavoz del PSOE, los mismos que, como el mejor labriego, se dedica a echar la semilla de la amistad en el gremio plumífero. El vasco es bien recibido y celebrado en cualquier ámbito.
No sólo no ha fallado jamás sino que da lecciones diarias de cómo tiene que trabajar un periodista contratado por una determinada formación y de cómo tiene que actualizarse para comprender y ejercer las últimas creaciones tecnológicas. La pulcritud de sus trabajos es envidiable, por eso está donde está y bien merecido lo tiene.
Ha conocido y conoce a todos los periodistas de Melilla o que pasaron en Melilla determinado tiempo y mantiene el contacto con todos ellos. Y esto no es política sino más bien calidad humana y rigor profesional. En su tiempo libre, de lo que menos habla es de política, habla de complicidades, de la gente que quiere, la misma que le quiere de forma incondicional. Echar unas cervezas con el Barandiarán es un placer sólo reservado a su peña, a su numerosísima y variada peña.
Creemos que no se ha hecho tarjeta de visita ni falta que le hace porque sus señas de identidad son su imperturbable sonrisa y su corazón blanco, sin sombra recóndita alguna.
O sea, Éder es lo que parece y parece lo que es, una excelente persona. Lo que tiene se lo ha ganado a pulso, sobre todo la confianza y fe ciega de sus compañeros de fatigas. Vasco reconvertido en melillense tiene sitio garantizado en muchos corazones.