Severiano Gil es otro de esos españoles que nacieron en el Protectorado marroquí, en su caso, en Nador (1955). Su abuelo había sido funcionario de la junta municipal de obras y su padre era el contable de una fábrica de harina.
Hasta los diez años Severiano vivió allí. Cursó párvulos en la Divina Infantita. Luego fue al grupo escolar Lope de Vega, que en parte estaba ubicado en el antiguo cuartel de Regulares 2 -que después de la independencia fue ocupado por una unidad militar marroquí secundaria-, y las antiguas oficinas eran las aulas. Los alumnos salían cada día, a las 8:45 horas, sin posibilidad de espera, de la puerta de la iglesia y un profesor y un bedel los llevaban en fila al colegio, porque, si no, los marroquíes –que vivían separados del pueblo español- les tiraban piedras o les robaban. Tal como cuenta Severiano, él se crió “con mentalidad de colono del Far West”, porque “o ibas en caravana o los indios te cortaban la cabellera”.
En cualquier caso, guarda un recuerdo “magnífico” de aquellos años en los que aprendió a tirar piedras “con mucha precisión”. Era Nador entonces, recuerda, un pueblo de unos 5.000 habitantes donde se conocían casi todos y apenas había coches. Allí vivían también sus abuelos y sus tíos, toda la familia prácticamente. A partir de 1960 empezaron a irse algunos y ellos se lo empezaron a plantear, ya que, por un lado, en 1965 Severiano cumplía la edad para entrar en el instituto y, por otro, la fábrica de harina donde trabajaba su padre –y donde vivía la familia- se quemó en 1964 y la empresa la cambió a Beni Enzar, donde sigue hoy en día, a la izquierda tras pasar la frontera.
Fue entonces cuando se vinieron a vivir a Melilla, porque les salía mejor, y Severiano preparó su ingreso en Bachiller en la academia Saavedra, con don Felipe de dueño, que estaba en la Avenida Duquesa de la Victoria. Fue de los últimos que estuvo en el Instituto Antiguo, en el Mercado Central, y de los que estrenó el Instituto Nuevo –actual IES Leopoldo Queipo- en septiembre de 1966.
Comparado con Nador, la experiencia fue “fatal”, porque tenía “demasiada libertad” respecto al colegio de Marruecos, “mucho más riguroso”. Por ello, quizás, el primer año allí falló. Estaba “desubicado” y, como se reconoce “un poquito salvaje”, se tomaba toda la libertad que se le daba en el instituto.
Repitió curso, pero en el colegio La Salle, donde los hermanos lo “encarrilaron” un poquito. Sin embargo, en 4º de Bachiller le dijo a su padre que no quería seguir en un sitio donde le daban tanta religión. Así que estuvo un par de años estudiando por libre en una academia y volvió al instituto a cursar 5º y 6º, con la Reválida incluida.
Aunque, cuando vivían en Nador, venían a Melilla –que era, para ellos, “como Nueva York”- casi todos los fines de semana y a las ferias de septiembre, Cabrerizas, Hipódromo o el Real, hubo algunas cosas que le chocaron de la ciudad autónoma. Singularmente, que tuviera Semana Santa, ya que en Marruecos estaban prohibidas las manifestaciones religiosas fuera del recinto, con lo cual se hacían en un jardín dentro de la iglesia. A Severiano, le marcaron el olor a incienso y la música y, sobre todo, que todos los pasos iban acompañados de una unidad y una banda de música militares, con un espectáculo de caballos incluido.
En Nador no había fiestas, aunque a él le contaron que antiguamente hubo una feria en agosto. Era todo más tranquilo. “Se podía cruzar la calle, que era de tierra, sin mirar. Hasta 1963 no asfaltaron mi calle, y eso que era de las principales”, relata. Por eso le admiraron de Melilla “el despliegue de colorido y el hecho de que fuera una ciudad más grande, llena de gente y con muchos coches”.
Por aquella época Severiano fue por primera vez a Sevilla y a Málaga. Y lo increíble es que le impactó más el cambio del Protectorado a Melilla “por el colorido y la opulencia” que el paso a la península. Él esperaba algo más desarrollado y se encontró con que no era así. Por ejemplo, en el Protectorado Severiano tenía juguetes de plástico que le llevaban de la zona francesa los Reyes Magos y en la península se tenían que conformar con “palos, madera y latas”. Le quedó la sensación de que el modo de vida en el Protectorado –y no digamos en Melilla- era más desarrollado, quizás por “imitación de los franceses”.
A partir de 1970, sin embargo, las cosas cambiaron y comenzó el “despegue” de la España peninsular, hasta el punto de que, a finales de la década, las casas en Melilla eran “sobre todo de alquiler, con tuberías a la vista y fallos en el suministro de agua”, y esas cosas ya no se veían en la península. En la ciudad autónoma, recuerda, hubo que esperar a 1977 para que se construyeran los primeros edificios con ascensor, que son las viviendas rojas que hay arriba del Campus de la Universidad de Granada (UGR), cuando ya eran muy habituales en la España peninsular.
Es decir, se dio un vuelco, porque, al principio, Melilla y el Protectorado estaban “muy adelantados” y la gente disponía de coches marca Mercedes o BMW mientras en la península “el que más tenía era un Seat 1500”. En cambio, a partir de esa década, el avance fue mucho mayor allí que en la ciudad autónoma.
En cualquier caso, Severiano ya tenía en la cabeza que quería ser militar, de modo que, con 18 años, ingresó como voluntario y, a los seis meses, aprobó para la Academia General Básica de Suboficiales.
Cuando regresó a Melilla, en 1983, para entrar en el Ramix 32, se encontró “una ciudad un poquito en sordina”. De todas formas, Severiano estaba “loco por llegar a Melilla, entre otras cosas porque se cobraba el doble”. Recuperó sus contactos de juventud. Era la época en que comenzaron a abrir discotecas cuando, hasta entonces, sólo había dos, “a cuál más pequeña”: la Play Boy, en la Plaza de Armas, que la cerraron enseguida, y la del túnel del Foso del Hornabeque, junto a la cual había un mesón donde se podía tomar tortilla de patatas y vino. A partir de ese año, empezaron a proliferar, pero a Severiano lo pilló con 28 años y casado, por lo que disfrutaron más de aquello sus hermanos, que son más pequeños.
Durante esos seis años en el Ramix 32 realizó las actividades propias, como guardias y maniobras, y en 1989 pidió un cambio de destino al cuartel de la Comandancia General de Melilla (Comgemel). Allí, con el grado de árabe en su poder, entró en la Unidad de Inteligencia, de la cual no salió hasta tres años antes de pasar a la reserva.
Durante ese tiempo estuvo también en la oficina de prensa, lo que le valió para establecer relaciones con los medios de comunicación. Entre algunas personas, Severiano recuerda a Laura García, entonces directora de El Faro y hoy en día delegada de RTVE en Málaga; y a Juanjo Medina e Isabel Morán, director y redactora jefe de El Telegrama, respectivamente. Editaban un suplemento en El Telegrama titulado ‘La Puerta de Santiago’. Le tocó vivir el derrumbe de los depósitos de agua de Cabrerizas (1997) y el accidente de avión PauknAir (1998).
A los 56 años le llegó a Severiano el momento de pasar a la reserva, por lo que se marchó a buscar “nuevos horizontes” al Perú, donde su mujer tenía orígenes. Ahí montaron una empresa y permanecieron siete años y entonces regresaron a España.
Actualmente Severiano vive en el valle del Tiétar (Ávila), en la parte sur de la sierra de Gredos, y no viene con demasiada frecuencia a Melilla. Aquí siguen sus hermanos y está uno de sus hijos y mantiene un contacto permanente con ellos, por lo que no siente la necesidad de venir. La última vez que lo hizo fue en 2021 para presentar el libro que escribió con motivo del centenario del Desastre de Annual, ‘Los 18 del Tiétar’, y para dar una conferencia en la Cámara de Comercio.
Confiesa Severiano que, en cierto modo, le “alivió” en su momento salir de la ciudad autónoma después de tantos años aquí y por el cambio de situación en la frontera, ya que hasta los años 90 se podía salir con mucha facilidad a Marruecos, pero después se le hizo “incómodo”, sobre todo por el miedo a que en cualquier momento se cerrara y no pudiera ir a trabajar al día siguiente.
“Yo defino Melilla como un sitio rodeado de Marruecos por todas partes menos por una, que es el mar. Estábamos encapsulados y a mí me supuso un alivio poder salir de allí. Me costaba no tener facilidad para moverme y no tengo un interés especial por volver”, admite.
Preguntado sobre cuál es su época favorita de Melilla, Severiano descarta la antigua, “porque había muchas carencias”. Para él, cuando la ciudad realmente “repuntó” fue antes del V Centenario, cuando “no se veía ninguna descompensación respecto a vivir en cualquier otra ciudad española y los inconvenientes se veían equilibrados por las ventajas”. Se refiere a la década entre 1995 y 2005, cuando “se nota realmente el desarrollo y Melilla se convierte en un referente positivo donde se vivía muy cómodo y muy bien”. A partir de entonces, en su opinión, “empiezan a pesar más los inconvenientes de vivir en Melilla que otra cosa”. En la actualidad, ve Severiano una ciudad “lastrada por mil cosas que a lo mejor los jóvenes no ven” y una diferencia “bastante grande” en el nivel de vida respecto a la península “que no se suple por el hecho de tener un sueldo mayor”.