La sociedad pública británica Arts Council England ha anunciado que dispone de 200 millones de euros para destinar ayudas a la cultura, abatida por la crisis del Covid 19, en el Reino Unido. En Alemania, los autónomos vinculados a este sector recibirán una paga mensual de 1.600 euros, que saldrá de un fondo de 50 millones que el Ministerio de Cultura destinará a la resurrección de la industria cultural, noqueada por el coronavirus.
El Gobierno francés, por su parte, asumirá el coste de todos los espectáculos cancelados por la pandemia y en Italia los autónomos del mundillo de la cultura disponen desde el 17 de marzo de una subvención de 600 euros mensuales y de la suspensión del pago de todos los impuestos y retenciones, según ha publicado el diario El Mundo.
Dicho esto, hagamos introspección. ¿Qué hay en España para un sector en el que entran desde artistas, músicos y creadores hasta los fotógrafos de bodas y comuniones; los propietarios de cines; los productores de espectáculos… que se han quedado literalmente sin trabajo no sólo ahora sino durante un período indefinido? Nadie sabe cuándo podremos volver al teatro o a un concierto. Y lo que es peor, nadie sabe si cuando ese día llegue, nos vamos a arriesgar a acudir en masa a sabiendas de que no hay vacuna para un virus altamente contagioso que, además, mata.
En España, de más está que os diga que las ayudas ni están ni se las espera. Ése es el mensaje más o menos claro que nos llega desde el Ejecutivo de Pedro Sánchez y Pablo Iglesias. El Gobierno central ha dejado la pelota en el tejado de las autonomías. Cada una va por libre porque la necesidad obliga. La Junta de Andalucía, por ejemplo, ha sido de las primeras en movilizar 1,3 millones de euros para pagar ayudas pendientes a 106 empresas culturales. Estamos hablando de la liquidación de las púas que dejó la socialista Susana Díaz entre 2014 y 2019.
Y mientras el Estado deshoja la margarita, los autónomos del sector de la cultura se tienen que pelear, junto con el resto de autónomos, por las ayudas al colectivo. Es lo que hay, son lentejas.
En Melilla la consejera de Cultura, Elena Fernández Treviño ya ha adelantado que habrá subvenciones al sector, sin especificar qué tipo de ayudas, cuándo llegarán; a quién les tocarán y qué requisitos se exigirán. Pero algo es mejor que ‘la nada cotidiana’.
Sigo pensando que en Melilla vamos lentos con la respuesta política a una crisis que en primer lugar es sanitaria; que en segundo lugar es económica y que, como consecuencia nos dejará una terrible crisis humanitaria. No podemos estar prometiendo oro eternamente. Los melillenses necesitamos que, de una vez por todas, se concreten las acciones de Gobierno, para saber si nos cortamos las venas o nos las dejamos largas.
Si bien es cierto que Melilla no tiene el tejido cultural de Barcelona, Madrid, Andalucía o Valencia, no podemos olvidar que en esta ciudad tenemos abierto el único cine que ha sobrevivido en todo el norte de África, desde Nador hasta Alhucemas. ¿También vamos a arriesgarnos a perderlo? Ése es un riesgo que no podemos correr y una responsabilidad que no podemos endosarle a la familia que lo gestiona. No podemos pedirle a un empresario que tire de préstamos para mantener una reliquia que a estas alturas debería ser orgullo de esta ciudad y un bien de interés público, por la cuenta que nos trae. Bastante tenemos ya con que Nador, que no tiene cine y está a años luz de nuestra renta per cápita tenga un festival de cine que nos pone los dientes largos a todos los amantes de la cultura.
En fin señoras, señores, diversos y diversas, ha llegado la hora de retratarse. La cultura no puede ser eso en lo que se invierte lo que no sabemos dónde gastar. Admito que la herencia recibida, en este caso, es penosa, muy a pesar de los esfuerzos de la exconsejera Fadela Mohatar por revolucionar un sector que siempre ha estado más muerto que vivo en Melilla. Fernández Treviño no lo tiene fácil, pero lo único bueno que tiene recoger un guante vacío es que a nada que le pongas dentro se nota el avance.
En sus manos está demostrar sus ganas de cambiar las cosas. No lo tiene fácil, pero nadie dijo que era fácil. Es difícil, pero a la política no se viene a pasar de puntillas sino a intentarlo y a conseguirlo. Da igual cuántas veces te lo propongas; cuántos proyectos presentes: aquí sólo cuentan los resultados.
Y, en mi opinión, no se puede hablar de cultura sin hablar de la prensa. Mientras en el resto de comunidades la publicidad institucional es hoy el sostén de los periódicos, con campañas para mayores; para quedarse en casa y contra la violencia machista, aquí seguimos a la espera de que alguien se digne a reconocer que tenemos un problema grave de comunicación institucional en la Asamblea. Esto no es un juego de niños. Nos jugamos mucho y solo tenemos una única oportunidad para hacerlo bien. La población necesita ánimos, fuerza y esperanza y espera que esos mensajes lleguen desde el Gobierno. Pero aquí, el gato les comió la lengua. A agarrados no nos gana nadie.