Siendo directora del periódico El Faro, hace ya unos años, me llamó mucho la atención que Daniel Conesa, entonces consejero de Hacienda con Imbroda, se diera de baja de la suscripción del periódico. Lo vi en un Pleno de la Asamblea y le pregunté si había pasado algo y me dijo que no, en absoluto, que sólo estaban recortando presupuesto o algo así.
Me chocó porque los políticos necesitan a los periodistas como las plantas al sol. Nosotros informamos sobre sus decisiones, valoramos sus aciertos y errores y creamos estado de opinión. En una situación como la que vivimos Daniel Conesa y yo en la escalera que da acceso al salón donde se reúne la Asamblea de Melilla, sinceramente esperaba (por aquello de que a veces pecamos de british) que él, por cortesía, fingiera que no estaba al tanto de una decisión que no sólo afecta económicamente a un diario sino que, además, puede interpretarse como un desaire al trabajo que hacen sus periodistas.
Pero no. Henchido de poder en aquel momento, Conesa se sintió como Carlos Eduardo Estuardo, cuando como aspirante al trono de Jorge II de Gran Bretaña y sin librar una sola batalla, se veía coronado como Carlos III de Inglaterra y Escocia y se comportaba como si el poder ya le perteneciese.
No viene a cuento, pero hay que recordar que aquellos sueños del joven príncipe terminaron con la derrota de la rebelión jacobita en abril de 1746 y con el pretendiente a la corona escondido durante meses hasta que logró huir a Europa. Lamentablemente y pese a sus ansias de cambiar el rumbo de la historia, Carlos Eduardo Estuardo terminó sus días alcoholizado en Roma.
Volviendo a Conesa, recuerdo que cuando tuvimos aquella conversación amable sobre la baja de la suscripción de El Faro, el popular era una gloria en ascenso como lo era entonces el madridista Guti. Pero, también como Guti, se apagó y ahora lo suyo son los tuits y los aplausos en Twitter. No quería hablar del asunto, pero la necesidad obliga.
Por error, ayer me traicionó el subconsciente y en lugar de mencionar un tuit de Daniel Conesa en el que, para variar, alababa la respuesta nocturna de Imbroda a “indocumentados y manipuladores”, hablé de un tuit de Daniel Ventura.
Vayan por tanto, desde aquí, mis disculpas a Ventura. Él no me las ha pedido ni se las ha reclamado a mi jefe. No es de los que patalean cuando no les gusta un titular ni mucho menos de los que piden la cabeza de un periodista, como otros que yo conozco muy, pero muy bien.
Cambiando de tema nuevamente, me llegan comentarios de que mis humildes opiniones se han entendido como una guerra contra el PP. Apuesto a que si los populares preguntaran a los socialistas, estos contestarían lo mismo, que la Jabalina va contra el PSOE. La diferencia es abismal: con los de Gloria Rojas en el tripartito se puede hacer lo que no se podía ni insinuar con Imbroda en la Asamblea. Salvo un par de excepciones en el PSOE, los agraviados se enfadan, pero no levantan el teléfono para quejarse a los jefes. Las críticas se quedan en el papel o las redes sociales.
Es el caso de Sabrina Moh, por ejemplo, con la que he sido en ocasiones muy dura y jamás ha hecho amago de llamar a nuestro director o a ningún otro directivo de El Faro. Eso lo agradecemos y reconocemos quienes escribimos con total libertad.
No creo, ni de lejos, que la opinión de un periodista sea responsable de la sangría de votos de un partido. Con el viento en contra, Vox ha consolidado su electorado y va a más allí donde logra encontrar líderes locales con arraigo popular y discurso comprometido. Ellos tienen claro, muy claro, las dos o tres cosas que defienden. Y ahí está el secreto de que un relato radical pueda atraer apoyos en las urnas, incluso desde el centro derecha. Quien vota a los de Abascal sabe que vota por el cordón sanitario al menos a PSOE y Podemos. Es básicamente un voto anti-izquierdas.
¿Tienen eso claro los votantes del PP de Melilla? Me temo que no. Desde las últimas elecciones hemos visto a Imbroda intentar pactar con Vox, Cs, PSOE y ya, en legislaturas anteriores había llegado a acuerdos con CpM. Le vale cualquiera siempre que el presidente sea él. El problema es que a los votantes no nos vale cualquiera.
La gente tiene que tener claro, como mínimo, a dónde va a ir a parar su voto. Y si no, atentos a las elecciones de este martes en la Comunidad de Madrid. No os quepan dudas de que los resultados se leerán en clave nacional.
No sólo está en juego la continuidad del proyecto político de Cs sino también el ascenso de Más País, que dicen quienes le quieren mal que son un PSOE moderado y ecologista. El efecto Ayuso ayudará indudablemente a los populares de toda España, sobre todo, si ésta consigue barrer y formar gobierno sin tener que negociar una coalición. Pero Ayuso no ganará elecciones en Melilla. Ténganlo en cuenta. Para presentarse a las urnas hay que prometer a la gente cosas que ésta necesita y que sean viables. En Murcia el PP se empezó a desangrar cuando los electores comprendieron que no habría agua para todos. En Melilla pasó lo mismo cuando la ampliación del puerto se convirtió en un cuento de hadas. Ese tema no está resuelto y no sabemos cuál es la bandera que enarbola el PP en esta ciudad. No es manía. Es la realidad.
Lo que tienen claro los votantes del PP de Melilla es que hace falta un cambio en la sede de Roberto Cano. Y cada vez son más. Ayuso ganará las elecciones en Madrid, (nuevas caras) no las hubiese ganado Aguirre o Cifuentes. En Melilla podría suceder lo mismo, pero a ver si en Génova analizan resultados y la intención de voto que dan las encuestas fiables.