Como todo lo que está vivo, la legislatura llega a su fin. Inmersa ya en su crepúsculo enseñó, sobre todo, una lección: que en política, y ahora menos que nunca, nada puede darse por sentado; que igual que se va hacia delante, puede haber vuelta atrás.
Amortizados ya cuatro años en la diversidad de acontecimientos que a ellos nutrieron, su resultado ofrece los primeros compases de lo que será el nuevo curso institucional y de gestión de los recursos públicos. Nunca se podrá olvidar que, durante su periodo, hubo una vivencia demasiado larga en pandemia y eso marcó sin duda, por sus consecuencias, nuestra manera de vivir.
Entre otras, y la más dañina, es la que nos hizo volver a la normalidad coincidiendo con un alto coste de la vida, incluso en sus elementos básicos y esto, ya se sabe, afecta con mayor fruición a los más débiles para convertirlos, también, en instrumento político tantas veces demagógico y no siempre con buenas consecuencias.
Una legislatura que se topa con las urnas en su desenlace como prueba piloto de lo que será la cita electoral general allá por noviembre del año en curso. Las posiciones políticas avanzarán o retrocederán, según el caso, ante la batalla de otoño. Servirá, además, al chequeo de programas, personas, aptitudes y actitudes en su validez o lo contrario. Laboratorio, de nuevo, para la conformación de pactos y coaliciones, natura o “antinatura, según convenga a los intereses del partido o de su liderazgo. En último extremo, pese a lo que se proclame, el interés general.
Entre la panoplia de quienes encabezan candidatura, cundirán diversas estrategias. Habrá los que por vocación ahondaran en la estridencia, pero también quienes hagan de la calma sin renunciar a la rotundidad de sus argumentos como rosa de los vientos de su periplo en la captación de apoyos. No faltarán tensión e incertidumbre, una vez sabido de sobra la costumbre por el espectáculo a ofrecer, aunque la inspiración al sosiego y el razonamiento volverán a tener una oportunidad, singularmente, en un momento en el que más se necesita. Y habrán, no faltará, los que desistan ir a votar a no tener la garantía suficiente para asumir que su decisión, puesta en el río electoral, vaya a parar al estuario deseado.
La claridad en el mensaje, que no está reñida con la vibrante contienda y que está preñada de defensas, ataques y contrataques, intentará hacer acto de presencia por los distintos portavoces para diferenciar las opciones. Si acaso, se dejará algún espacio en penumbra y que sirva posteriormente como espacio de negociación, de guiño o trueque, por eso del veredicto inconcluso que previsiblemente habrá lugar tras el paso por las urnas.
Llegado al crepúsculo del cuatrienio y condicionado a los rigores y liturgias del periodo electoral (oficial, que el oficioso ya viene siendo demasiado largo como es habitual), se conocen quienes volverán o pedirán por vez primera la confianza de un electorado razonablemente desconfiado y que existe más allá de los “incondicionales” de las formaciones en concurso. Todo puede pasar en esta puesta a punto nacional que son las elecciones locales y autonómicas, o casi todo