LOS datos que maneja la Confederación Hidrográfica del Guadalquivir (CHG) en relación al consumo de agua en nuestra ciudad nos sitúan muy lejos de la media nacional.
Mientras en Melilla una persona gasta 400 litros de agua cada día, en el conjunto del estado esta cifra no pasa de los 250 litros. Se produce así la paradoja de que casi podemos utilizar la palabra “derroche” para calificar lo que ocurre en nuestra ciudad, donde el agua para consumo humano es sumamente excasa, carecemos de suficiente recursos hídricos naturales para abastecer a una población que va camino de los 85.000 habitantes y necesitamos echar mano del costoso proceso de desalinización del mar para cubrir nuestras necesidades.
La conclusión lógica es que los melillenses no sabemos lo que vale el agua que pagamos porque hay mucha diferencia entre el coste real y el que reflejan nuestras facturas. En otras regiones del país, sin los problemas de desempleo ni el importante porcentaje de población en riesgo de exclusión social, la medida fácil aunque impopular es trasladar a los ciudadanos el coste real del agua. Sin embargo, en nuestro caso será necesario empezar por intentar concienciar a los ciudadanos de que hace falta reducir el consumo. En este sentido, se echan en falta en nuestra ciudad las campañas animando al ahorro de agua. En otros lugares son una constante a lo largo del año y se combinan con otras acciones de concienciación, dirigidas en especial a los más pequeños a través de diversas actividades en los centros escolares.
Si a la ausencia de todo esto sumamos las supuestas averías que la Confederación Hidrográfica espera localizar en la red de distribución, es lógico que el consumo en Melilla esté en cifras escandalosas en comparación con cualquier otra zona del país.
Es necesario hacer comprender a la población que necesitamos ahorrar agua porque su derroche representa un consumo energético que no vamos a poder seguir permitiéndonos a un ritmo de crecimiento demográfico como el actual. Sería deseable que las campañas publicitarias y los actos de concienciación comenzaran cuanto antes y tuvieran la máxima eficacia. De otra manera, la única solución sería repercutir en la factura los consumos desorbitados realizados por aquellos ciudadanos impacaces de tomar conciencia del problema y de variar algunos pequeños hábitos por el bien del conjunto de su ciudad. Muchas veces ésta acaba siendo una medida inevitable, aunque haga falta arrojo político para llevarla a cabo y esperar a largo o medio plazo para cosechar los frutos mientras de inmediato empieza a caer un chaparrón de críticas.