Las playas de nuestra ciudad van camino de convertirse en el rincón favorito de las familias melillenses en los meses de verano.
Ayer, pese al fuerte oleaje y a que lucía la bandera roja en el litoral, decenas de núcleos familiares al completo se congregaron en la arena para pasar el día, bajo una sombrilla y con todo dispuesto para tirar de la tartera y la nevera entre las doce del mediodía y las siete de la tarde.
Al atardecer, las olas ya eran intensas y la Policía Local tuvo que hacer acto de presencia en la playa para evitar que los bañistas siguieran haciendo caso omiso de la prohibición del baño.
Por mucho que los socorristas se empeñaban en aconsejar que nadie se metiera en el agua, la imprudencia seguía haciendo acto de presencia.
A tal punto que cuando ya habían hecho cinco rescates, al equipo de salvamento de las playas de Melilla no le quedó más remedio que llamar a las fuerzas del orden.
No es de recibo que los socorristas tengan que arriesgar sus vidas para rescatar del mar a personas que se saltan a la torera la prohibición de baño.
La semana pasada el consejero de Seguridad Ciudadana, Isidoro González, comentaba a El Faro que se han llegado a plantear la posibilidad de multar a los imprudentes. No es que la Ciudad se quiera sacar ahora de la manga las sanciones. La ordenanza existe y sólo habría que aplicarla.
En principio los agentes del Cuerpo Local están informando a los bañistas de que están cometiendo una irregularidad, pero ni así consiguen que se entienda que es peligroso meterse en el mar cuando ondea la bandera roja.
Hay que apelar a la responsabilidad de la ciudadanía. Mejor pagar una multa que lamentar una muerte. En ningún caso estamos defendiendo la imposición de sanciones, pero si no queda más remedio, habrá que llegar a ese extremo para evitar una tragedia.