JUAN JESÚS: nuestro Cementerio es un jardín de penumbra adormecida bajo un cielo radiante, es la morada de nuestros Héroes para toda la eternidad, y tus “Cartas” creo que hacen mucho bien a muchos melillenses, que somos amantes de nuestra historia”. Esto me lo dijo una vez, Eladio Algarra, desde Cádiz al que tuve que decirle que me lo repitiera despacio para poder escribirlo. Qué lástima que ese gran poeta melillense no esté en ese “Jardín de penumbra adormecida”, al que tanto le cantó: “A mí, apenas muera, quiero que me entierren en La Purísima, y con un poema de Garbín como epitafio en la lápida”, siempre me decía.
La “Carta” de hoy la escribe un Cabo de Infantería, y dice así:
“Queridos melillenses: Soy Pedro Alcayde y pertenezco al Batallón del Provincial de Infantería nº 2. Nací en Granada hace más de treinta años, y desde hace tres estoy confinado en este presidio de Melilla. El 13 de febrero de 1840 los moros me mataron cuando quemaron las estacas del Fuerte de Santa Bárbara, (actualmente donde se encuentra el Casino Militar) y lo atacaron con saña. En el parte de defunción dice que fue por bala de cañón enemigo. Desde que nos trasladaron a todos los que estábamos en San Carlos, a finales del siglo XIX, me encuentro en la Fosa, junto con los restos de muchos compañeros. Conmigo está Manuel Mora, Soldado del antiguo Regimiento de Infantería de León 38, muerto el 10 de noviembre de 1849 en las murallas de la Plaza, por un disparo traicionero de los moros. También está con nosotros el Teniente, D. Francisco María Pérez, de la 3ª Compañía, del 3º Batallón de Almansa. Es nacido en Elche, y fíjense que solo tenía 31 años cuando el 10 de octubre de 1849, lo mataron los moros, al ser atacado el Cuerpo de Guardia de la Marina, donde robaron numerosos pertrechos. En este hecho también cayó el Sargento José Díaz. Ese mismo día los fronterizos destrozaron la puerta del Fortín Alto de San Antonio. Eran años de ataques muy traicioneros perpetrados por los belicosos vecinos. Del Panteón de Margallo suele acercarse un Cabo de Infantería del Batallón de Cazadores Arapiles nº 9. Se llama Nicasio Jerónimo Lorca, es soltero y nacido en Madrid y según dice, en la Ribera de Curtidores. El 27 de julio de 1909, lo mataron los moros en el Barranco del Lobo. Con Nicasio tenemos varias discusiones por las Islas Chafarinas. Él dice que fueron ocupadas en marzo de 1848, y nosotros que por entonces, ya estábamos de guarnición en la Plaza, sabemos lo que ocurrió. Resulta que el General Serrano, las ocupó el 6 de enero de 1848, bautizándolas pomposamente con los nombres: Isabel II, Rey Francisco, y Congreso, y los barcos fueron, desde Málaga: el “Piles”, “Vulcano”, “Flecha” y el bergantín “Isabel I”; y de nuestro Puerto, salieron los transportes: “San José”, “San Gabriel”, “Carmen”, “Carmen II”, “Carmelita” y “Tomás”. También se comentaba que pocos días después de su ocupación, se avistó el “Veloz”, un navío de guerra francés, que venía dispuesto a tomarlas para Francia, y al ver nuestra bandera en lo alto de la Isabel II, dio media vuelta y se perdió en el horizonte. Bueno, pues a pesar de que nuestro Teniente se lo ha repetido hasta la saciedad, él no se baja del burro. Estas y otras charlas son las que tenemos entre nosotros, como las batallas en que cayeron cientos de compañeros, que fueron llegando durante todos estos años. Él en 1909, más tarde los de 1911 y 1912, y los que cayeron, cubriéndose de gloria, cuando el Desastre de Annual, en 1921. Pero la que más nos emocionó fue cuando trajeron en arcones, los restos de los `Tres mil de Arruit´. También observamos a muchas personas que se acercan a nuestras fosas y panteones, para rezarnos alguna oración, gesto que agradecemos, como la lectura de la presente, que sin querer molestarles más nos despedimos con un fuerte abrazo, deseándoles lo mejor”.
Las conversaciones con Eladio naturalmente eran de poesía, de literatura, y siempre orillando la política, ya que ambos éramos de izquierda. A veces le pedía que me recitara algunos poemas de su preferido, el gran D. Antonio Machado, y yo con la vena lírica solía decirle que nuestros Héroes son como las mariposas, que apenas los nombramos, se nos queda entre los dedos el polvo de oro glorioso de sus alas, con el acompañamiento sinfónico que cada uno desea incorporarle. De verdad que eran momentos muy emocionantes: él recitando a Machado, desde Cádiz, y yo, desde Málaga, hablando de nuestros Héroes.