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Un total de once desempleados reciben su certificado de profesionalidad por parte del Servicio Público de Empleo. Los parados denuncian la precariedad y estacionalidad del mercado laboral
Muchos de los problemas que ha traído la crisis económica no han cedido. Hay posibilidades de marcha atrás en los sectores que han abandonado el fondo del abismo y a que en una nueva fase se multiplique el contagio en sentido inverso. El Servicio Público de Empleo Estatal, liderado por Esther Azancot, pone todo su empeño para que así sea en lo que al mundo laboral se refiere.
Azancot afirmó ayer, durante la entrega de diplomas a los alumnos que han finalizado con éxito los cursos de ‘Inserción laboral de personas con discapacidad’ y el de ‘Operaciones básicas de pisos en alojamientos’, que desde el SEPE tratan de recibir el mayor número de subvenciones para ofrecer a las personas que se encuentren en el paro, una formación que les permita obtener un certificado de profesionalidad y meter cabeza en el mercado laboral.
La directora del SEPE explicó que de las 13 personas que finalizaron el curso de ‘Operaciones básicas de pisos en alojamientos’, cuatro ya están trabajando y de los siete alumnos que asistieron al de ‘Inserción laboral de personas con discapacidad’, hay dos que han dado el salto al mercado laboral. El resto sigue a la espera de la llamada de un empleador.
Desempleados
María Dolores, de 37 años, cuenta desde ayer con un diploma que acredita que cuenta con un certificado de profesionalidad, pero lamenta que este título no le haya servido para subirse al carro del empleo y dejar de ser una trabajadora de “usar y tirar”. Explica que tras finalizar el curso de ‘Operaciones básicas de pisos en alojamientos’ en mayo, sólo le llamaron de un hotel para trabajar durante la Semana Náutica y en los días de Feria. “Tienen a su plantilla fija e incluso cuentan con personal que se encarga de las sustituciones. Así es muy difícil meter cabeza”, dice.
Iris Pérez pone rostro al paro juvenil. Tiene 25 años, pero a pesar de su juventud, también ha sido víctima de la temporalidad y la estacionalidad. “Este verano he trabajado desde junio a octubre. Me contrataron para el mantenimiento y la limpieza de las playas de Melilla”, explicó. A esta joven no se le han caído los anillos, pero insiste en que su sueño es ser peluquera y no “recoger plásticos en el litoral”.
Considera que especialmente los jóvenes tienen serias dificultades para encontrar un trabajo estable en la ciudad. Por ello, no descarta hacer las maletas y probar suerte en Barcelona, donde vive parte de su familia.
Además, se queja de la precariedad de los empleos. No sólo ella. Muchos de sus compañeros lamentan que la crisis haya hecho que prolifere un grupo de empleadores sin escrúpulos que aprovecha la coyuntura para exprimir y explotar a las personas que están a su cargo. “Los trabajadores estamos condenados a soportar lo que haga falta para mantenernos en un puesto”, dice una de las alumnas que prefiere permanecer en anonimato. No quiere presentarse como díscola. Cree que cualquier comentario negativo podría ir en su contra.
Teme a que en el futuro le puedan cerrar las puertas. Pero sobre todo quiere expresar su opinión sin dar su nombre y apellido por miedo a perder la oportunidad de hacerse con una preciada conquista, cada día más valiosa: el empleo.