A día de hoy, la guerra en Ucrania que no cesa ni un ápice, ha relanzado el protagonismo del gas natural como arma estratégica y arrojadiza. La vuelta de tuerca que Rusia opta por amputar el bombeo de gas a los estados de la Unión Europea suscita una gran preocupación. Y es que, el gigante energético estatal ruso PAO Gazprom proporciona más de un tercio del gas que gastan los hogares e industrias, en guarismos que evidencian una importante dependencia.
Además, una parte significativa discurre por el gasoducto que atraviesa el territorio ucraniano. Es más, la advertencia rusa comienza a definirse, porque el continente europeo afronta como mejor puede las muchas arremetidas de la crisis económica derivada por la pandemia e intensificada por el conflicto bélico.
Desde que Vladímir Putin (1952-69 años) dispuso el inicio de la invasión, la subida de precios de los productos de primera necesidad no ha terminado de dispararse, los procesos productivos se han entumecido por la paralización del transporte y los importes de los combustibles se resisten en la escalada.
Luego, el escenario que se cierne no es nada halagüeño, porque Europa ha de enfrentarse a unos niveles de inflación colosales que al menos a corto plazo no se presagia que mengüen. Y por si fuera poco, quienes tienen la última palabra son los politólogos al presumir que los estragos de la guerra persistirán varios años, si todo prosigue según lo pronosticado y los economistas anticipan un aumento acompasado del índice de precios al consumo.
Con lo cual, mientras las fuerzas rusas luchan contra las ucranianas sobre el terreno, existe otra contienda visiblemente agrietada: la economía. Porque vuelven a encontrarse en jaque las cuantías de la energía que llevan más de un año presentando máximos históricos y castigando duramente el bolsillo de particulares y empresas.
Llegados a este punto, una parálisis de las importaciones de materias primas energéticas procedentes de Rusia adquiriría un golpe específico sobre la economía española. La barrera para reemplazar estos productos a corto plazo significaría una desvalorización en la oferta de energía y una recaída del episodio inflacionista, lo que entrañaría por ambas vías un escollo para la actividad económica.
De cualquier manera, dado que la dependencia con respecto de la energía rusa es menos inapreciable en España que en el resto de las economías occidentales, las secuelas sobre la economía serían marcadamente menores.
Por último, la colisión se ve aumentada como continuidad del curso de la perturbación por medio de los encadenamientos globales de producción, que es característicamente señalado en determinadas parcelas de actividad. El alto de las exportaciones o importaciones del resto de los bienes igualmente poseería una repercusión negativa sobre las economías europeas, aunque su efecto dominó sería más exiguo que en el caso de las materias primas energéticas.
Además de una compleja crisis humanitaria, la incursión rusa de Ucrania constituye una alteración desmedida para la tarea económica. Resumidamente, los desenlaces económicos del conflicto pueden supeditar el acontecer tanto de la economía española como de la europea por distintas conducciones: la carestía de las materias primas energéticas, la contracción de los flujos comerciales y la convicción coligada a la ampliación del escepticismo económico, podría sobrecargar las decisiones de consumo e inversión de hogares y empresas, así como emanar en una inflexibilidad las condiciones financieras.
Como resultado los influjos más cercanos del Banco de España para la economía española integran una revisión a la baja del crecimiento económico, y al alza de la inflación para el año con respecto a las proyecciones precedentes que datan de diciembre.
“Se abre un compás de espera en la que Europa debe estar más que equipada para un cierre a cal y canto del suministro de gas procedente de Rusia de cara al período invernal, lo que apremiaría a los gobiernos europeos a concertar medidas de importante calado, sin prescindir del racionamiento”
Visto así, los totales económicos de la acometida a Ucrania podrían ser incluso superiores. En particular, los efectos desfavorables se recrudecerían por una incierta progresión de las tensiones que originase una interrupción en las importaciones europeas de materias primas energéticas movidas en Rusia, ya fuera por decisión de los representantes de este país o de las europeas. Toda vez, que se constatan diseños como el programa REPowerEU de la Comisión Europea, encaminados al ahorro y diversificación de fuentes energéticas, porque un corte repentino de suministro perturbaría a una menor recurso de energía como a la subida adicional de los costes.
El grado del impacto sería desigual entre los miembros de la UE, estribando en su dependencia energética de Rusia. Fijémonos que en torno al 18% de los productos de la minería energética, o séase, el gas y el carbón, y el 9% de los productos procedentes del petróleo que se gastan en la UE se importan de Rusia, de cara al 3% y el 25%, comparativamente, si es España.
Sin embargo, en el momento de ponderar las resultantes económicas de un infundado corte del suministro energético ruso, es esencial clasificar tanto la percusión directa como la transmisión de las cadenas de producción a nivel global. En otras palabras: la trascendencia en el aumento del coste energético para un sector determinado, conduciría a un incuestionable encarecimiento de los productos, que mismamente inquietaría a los consumidores.
Al objeto de abordar las fuerzas concéntricas del impacto económico en España, es necesario tantear las conexiones cliente-proveedor en los procesos productivos, así como el origen geográfico de los diferentes insumos.
De este modo, hay que ponderar las derivaciones de un corte del suministro energético ruso sobre las bifurcaciones productivas de los estados. Simultáneamente, admite la especulación de algunas suposiciones acerca de la capacidad de conformación de los procesos productivos, frente a las reticencias de la oferta de energía y del potencial de sustitución de las importaciones energéticas rusas.
Por lo tanto, un más que posible alto en las importaciones energéticas provenientes de Rusia empujaría a un coletazo sobre el PIB de la economía española de entre un 0,8% y un 1,4% a lo largo del primer año, atendiendo a la teoría que se estime sobre el volumen de las economías europeas de cambiar las fuentes energéticas rusas.
Mirando a otras economías europeas, la frecuencia se emplazaría entre 1,9% y 3,4% para Alemania, que actualmente analiza retornar a la energía nuclear para no estar a expensas del gas ruso; aparte de un 1,2% y 2% para Francia, y un 2,3% y 3,9% para Italia. El golpe generalizado en el conjunto de la UE se establecería entre el 2,5% y 4,2% del PIB, debiéndose distinguir como impactos a corto plazo cuya dimensión se aminoraría según se agrandase la capacidad de sustitución de las importaciones energéticas rusas.
Obviamente, las conclusiones anteriores se hallarían inmersas en el rango de estimaciones favorables para otros estados, como Alemania, donde la materia ha provocado un paulatino debate y como se ha expuesto, dada su tocante dependencia energética con Rusia.
A la par, las esferas más perjudicadas serían aquellas más intensivas en la praxis de la energía, como la industria de metales básicos, el transporte o la industria química; mientras que el efecto es más restringido para los sectores terciarios. Sin obviar, que la discontinuidad del resto de los flujos comerciales con Rusia tendría un alcance negativo suplementario sobre las economías europeas, aunque su relieve quedaría sustancialmente por debajo que la de la suspensión de las importaciones de materias primas energéticas.
Es sabido que cada sector utiliza para su producción capital y trabajo, así como otras materias intermedias y productos energéticos que adquieren de proveedores del resto de los medios nacionales e internacionales. En este entorno, un corte de suministro o cierre comercial se simula atribuyendo la interrupción de la importación o exportación de productos explícitos frente a la economía rusa.
Así, este patrón es fundamentalmente adecuado para actuaciones de esta índole, porque capta tanto el impacto directo sobre los sectores más sentidos por la limitación comercial, como su esparcimiento al resto de la economía vadeando las relaciones cliente-proveedor.
Los frutos de estas simulaciones penden esencialmente de dos cuantificaciones del modelo: las elasticidades de sustitución entre los componentes productivos y las elasticidades del comercio internacional, mostrando la amplitud que poseen los sectores para replicar a desajustes como un corte de suministro surgido de Rusia, tanto ensamblando la conjunción de factores productivos en sus procesos de producción, como reemplazando las importaciones rusas por las de otros estados.
Esta facultad de acomodación se servirá en el universo real de variados parámetros técnicos, y a priori, complicados de conocer. Conjuntamente, la concurrencia de reservas energéticas o las medidas para posibilitar esta sustitución que las administraciones europeas hayan puesto en movimiento en el instante de la entrada en vigor de las condiciones, allanarían el impacto a corto plazo.
También, la congestión de inventarios por parte del resto de los sectores podría reducir las disrupciones de las cadenas productivas. Con la finalidad de reproducir la imprecisión actual en los valores reales de estas elasticidades y de yuxtaponer el impacto en una perspectiva a corto plazo, se observa un rango de valores parcialmente bajos de acuerdo con la muestra empírica disponible, lo que proyecta una capacidad moderada de las empresas para responder a la perturbación más inmediata.
En este aspecto, el calibre del impacto económico de un corte de suministros rusos será distinto, según el espacio temporal que se especule. Aunque a medio y largo plazo cabría entreverse que las economías asuman la capacidad de suplir las importaciones derivadas de Rusia y adecuar sus métodos productivos, a corto plazo se espera que resulten más espinoso y comporte valores significativos.
Los números descritos anteriormente pueden traducirse como impactos esperados en la travesía del primer año acto seguido del cierre comercial. En un punto cardinal transitorio y tolerando que las excepciones comerciales se conservaran en la cresta de manera estacionaria, los resultados tenderían a aminorarse progresivamente como respuesta de la capacidad de adaptabilidad cada vez mayor de las economías europeas para desbancar las importaciones rusas.
Las materias primas energéticas provenientes de Rusia son los productos cuyo impedimento de importaciones adquirirían mayor impacto sobre la actividad y los importes de las economías europeas, debido a tres causas principales que sucintamente puntualizaré.
Primero, hay que empezar planteando que las importaciones de productos energéticos rusos de la UE constituyen una parte representativa de sus flujos comerciales con Rusia; a su vez, estas importaciones conjeturan un porcentaje importante del consumo absoluto de los sectores energéticos.
Segundo, a corto plazo la capacidad de sustitución de las importaciones energéticas rusas de las economías europeas estaría condicionada, conforme a las certezas del momento. Claro, que un presunto corte de suministro predeciría un excesivo reajuste de la oferta energética aprovechable y un incremento exclusivo de los costes de producción. La limitación de la oferta energética oprimiría el volumen productivo de los sectores y, al unísono, encarecería el coste del resto de las fuentes energéticas favorables al centralizarse en estas la demanda.
Y tercero, puesto que la energía en un insumo o aquello disponible para el uso y el desarrollo de la vida humana en los procesos productivos de la mayoría de las ramas, el ascenso de su importe se expandiría a cada una de las esferas de la economía no meramente de forma directa por el uso en su propio proceso productivo, sino también de un modo trasversal, con mayor rigor que en la mayoría de otros insumos menos indispensables en las relaciones cliente-proveedor.
Con lo visto hasta ahora, los indicios apreciados de una interrupción en las importaciones energéticas rusas sobre la economía española vislumbrarían una caída del PIB de entre un 0,8 puntos porcentuales y 1,2 a lo largo del primer año, presintiendo un entorno sin estas acotaciones. En la situación estimada como más presumible, el descenso estaría en el 1,1% del PIB y el aumento del 0,9% de la inflación.
En líneas generales, en las tres principales economías como Francia, Alemania e Italia y las regiones del Este de Europa, el impacto es superior como resultante de su mayor dependencia energética de Rusia. Convendría matizar que la dimensión de estas colisiones han de juzgarse con una extraordinaria reserva, debido a la extremada desconfianza acerca del desarrollo de las vicisitudes geopolíticas y la respuesta de las economías europeas.
Estas coyunturas hacen alusión al corte de suministro para la totalidad de las materias primas energéticas originarias de Rusia. Pero si la paralización de las importaciones concerniera únicamente a la minería energética, el alcance está por encima que en la suspensión de las importaciones de productos derivados del petróleo.
A decir verdad, la convulsión redundaría menos en el caso del cese de las compras de productos refinados del petróleo. Primero, la dependencia europea de las importaciones rusas es mayor en cuanto al gasto de gas natural que al del petróleo; y, segundo, las disyuntivas para sustituir las importaciones de gas natural ruso son más insuficientes que las del petróleo.
La acotación de infraestructuras coarta la capacidad de alternar el gas recibido por medio de gaseoductos con importaciones de gas natural licuado. Por ende, la actitud rusa es más intemperante en el mercado del gas natural que en del petróleo, donde se refleja un mayor margen de competencia.
En definitiva, existe un tercer elemento concerniente con el papel de cada uno de estos insumos energéticos en las series de producción. El gas natural y el carbón son de aplicación más profunda por las industrias emplazadas al principio de las cadenas productivas, como la industria química; mientras que las secciones encajadas al final de las cadenas de producción, e incluso los últimos consumidores ofrecen más consumo de productos salidos del petróleo. Al punto, que el rastro de una depreciación de la oferta de gas natural se vería fortalecido por su extensión al resto de las ramas a lo largo de la cadena de producción.
Desde un enfoque sectorial, las ramas de la economía española que padecerían un desplome más incisivo de su producción recaerían en las que practican un gasto de energía más redundante, como las manufacturas pesadas, la industria química o el transporte. En la otra terminal se apostarían algunas ramas de servicios como las inmobiliarias, cuya labor apenas le inquietaría.
A resultas de todo ello, la agitación del valor añadido no solo se debe al espasmo directo del encarecimiento de la energía, sino a la ramificación de estos efectos directos en las cadenas de producción. Por este fondo, la subida de costes en algunos sectores cobra un protagonismo vertebrado en las cadenas productivas, como la industria química o el transporte, que afectará sobre el resto de las ramas, independientemente del ímpeto energético de estas últimas. Además, el eco de los valores de las cadenas de producción no se ocasiona sólo entre los sectores de un mismo estado: las turbulencias que soportan los proveedores europeos de las industrias españolas se sentirán sobre el PIB y el nivel de los precios.
Distingamos algunos sectores de la economía española como la producción de vehículos o la elaboración farmacéutica, que conservan la dependencia de sus clientes y proveedores asentados en otros territorios de la UE.
Así, estos sectores estarían comprometidos de modo indirecto a las salvedades de producción con el resto de países, debido a las excepciones energéticas. Para ser más preciso en lo fundamentado, en lo que atañe a la mitad de la caída del PIB estimada para España por el paréntesis de importaciones energéticas con origen en Rusia y al impacto de los flujos comerciales con el resto de los miembros de la UE.
En suma, se ha discurrido en una maniobra suplementaria en el que una supuesta parálisis de las importaciones de materias primas energéticas rusas, se admite que las rigideces geopolíticas coligadas a la guerra llevan a un ocaso total de los flujos comerciales entre Rusia y la UE, porque ésta usa el gas como arma de guerra.
Si esto fuera así, la Federación de Rusia es el abastecedor de un tercio del gas natural que adquiere la UE, y, por lo tanto, el abastecimiento de gas es una de las cartas que Putin discretamente encubre en la manga para desenvolverse astutamente en este conflicto.
Las lógicas para ello convergen por el valor nominal de los bienes y servicios que la UE compra en Rusia es muchísimo mayor que el valor de los bienes y servicios que le transfiere a este estado, aunque con incompatibilidades destacadas entre las inconfundibles economías europeas; y, por otro, a diferenciación de las importaciones energéticas, la extinción de las exportaciones no se generaliza por las cadenas de producción como resultado del acrecentamiento de los precios de los insumos intermedios y los consiguientes efectos cascada.
De hecho, el estallido sobre la inflación de un cierre definitivo de los flujos comerciales correspondería a la vertiente importadora, mientras que el desvanecimiento de las exportaciones no impactaría significativamente sobre los costes de la UE.
En consecuencia, no son pocos los dilemas que se desentrañan en esta batalla abierta en un paso más hacia la guerra económica, al tiempo que se optimiza la resiliencia de la red de gas de la UE y se empequeñecen las dificultades para los consumidores más indecisos. Razón de ser por la que Europa precisa de planes de contingencia, como herramienta de gestión para el manejo de las tecnologías de la información y las comunicaciones en el dominio del soporte y el desempeño.
“Mientras las fuerzas rusas luchan contra las ucranianas sobre el terreno, existe otra contienda visiblemente agrietada: la economía. Porque vuelven a encontrarse en jaque las cuantías de la energía que llevan más de un año presentando máximos históricos y castigando duramente el bolsillo de particulares y empresas”
Y entretanto, la Agencia Internacional de la Energía, abreviado, AIE, entiende que las mermas en el suministro de gas a Europa superpuestas recientemente por Rusia van a seguir su onda expansiva. La organización valora que el país más extenso del mundo podría seccionar el envío de gas a las naciones occidentales, ya que explora endurecer su proyección política en medio de la invasión de Ucrania, por lo que imagina que Europa necesita pertrecharse para lo que está por llegar.
No cabe duda, que en los últimos lapsos Rusia ha activado una táctica de escalonados recortes del suministro a Europa para aumentar los precios y dividirnos, en lo que configura otro de los guiones puntuales en el ascenso de la guerra comercial que le declaró a Occidente tras la invasión de Ucrania.
Los ajustes no se han condicionado únicamente a la República Federal de Alemania, porque la empresa gasística gala GRTgaz comunicó que había dejado de recibir gas ruso por esta vía. Y en la República Italiana la empresa energética Eni SpA ha denunciado un fuerte acortamiento del suministro de PAO Gazprom. A ello ha de añadirse la insinuación procedida por la compañía rusa de que continuará completando las remesas sólo de manera parcial.
A este tenor, se abre un compás de espera en la que Europa debe estar más que equipada para un cierre a cal y canto del suministro de gas procedente de Rusia de cara al período invernal, lo que apremiaría a los gobiernos europeos a concertar medidas de importante calado, sin prescindir del racionamiento.