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Aulas Culturales: un coro, muchas vidas unidas por la música

La agrupación coral cierra su recorrido navideño con un concierto de villancicos en la Residencia Nueva, un proyecto que, de la mano de la profesora Meritxell Birbe, se ha convertido en familia, refugio y “terapia” para sus integrantes

por Alejandra Gutiérrez
10/12/2025 19:59 CET
Aulas Culturales: un coro, muchas vidas unidas por la música

Algunos de los 30 componentes del coro de Aulas Culturales junto a su profesora, Meritxell Bibe. -El Faro-


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Existe un lugar en Melilla donde la gente puede ser exactamente como es, sin etiquetas ni exigencias imposibles, ese lugar es el coro de Aulas Culturales. Cada semana, al caer la tarde, un grupo de 30 voces distintas en edad, timbre y experiencia se reúne para algo que va mucho más allá de afinar: se juntan para acompañarse, para reír, para vencer la pereza y el frío del invierno y, también, por qué no, para no sentirse solos. Este jueves llevarán ese espíritu hasta la Residencia Nueva, donde ofrecerán un concierto de villancicos con el que pondrán el broche final a su recorrido navideño y despedirán el año junto a sus compañeros y compañeras, antes de empezar en enero a preparar las sevillanas y la Cruz de Mayo.

El coro de Aulas Culturales lleva activo alrededor de 37 años. En todo este tiempo ha ido cambiando de caras, de generaciones y de energía. Desde hace 7 u 8 años, en el coro conviven personas de 50 y 60 años con otras de más de 80, y ese cruce generacional se nota tanto en la manera de vivir la música como en el ánimo con el que afrontan cada ensayo. El coro se ha rejuvenecido sin perder su esencia, y lo ha hecho, en buena parte, gracias a la profesora que sostiene este pequeño universo de voces: Meritxell Birbe.

Meritxell Birbe lleva en Aulas Culturales desde el año 2000. No dirige una coral profesional ni un conservatorio; dirige algo quizá más delicado: un espacio donde la gente llega con sus historias, sus inseguridades y sus ganas de seguir aprendiendo. Para ella, la clave es que el coro sea un lugar de disfrute, no de miedo. Adapta las voces a las posibilidades de cada persona, trabaja la respiración –insistiendo en la importancia de respirar por la nariz y de usar bien el diafragma– y cuida también el movimiento. Considera fundamental que los alumnos y alumnas puedan expresarse con el cuerpo, que se suelten, que pierdan la rigidez que muchas veces deja la vida.

Birbe insiste en que cualquier persona a la que le guste la música puede formar parte del coro: algunos aprenderán con más rapidez, a otros les costará un poco más, pero al final todos consiguen cantar. Y esa evolución, ese momento en que alguien que llegó convencido de que “no sirve” para cantar descubre que sí puede, es una de las mayores recompensas que le da su labor al frente del grupo.

Ese enfoque hace que personas que crecieron convencidas de que no valían para cantar se atrevan ahora a subirse a un escenario. Es el caso de Marina López. Desde pequeña, le encantaba el coro, pero una profesora llegó a decirle a su madre que no cantaba bien, y esa frase se le quedó enganchada como una espina. Pasaron los años, llegó la jubilación forzosa por motivos médicos y, en ese momento de cambio, decidió apuntarse a Aulas Culturales. Hoy no tiene dudas al definir lo que supuso para ella esa decisión: fue lo mejor que ha hecho en su vida. En el coro, dice, puede ser ella misma; su profesora la deja divertirse, reír, equivocarse y seguir. Y se siente feliz porque Meritxell, en lugar de subrayar lo que falta, le explica que irá adaptando las voces y educando el oído, hasta encontrar el lugar exacto donde su voz encaja con las demás.

Algo parecido cuenta Teresa. También ella arrastraba la sensación de que cantaba mal, esa vocecita interior que repite lo que un día se escuchó fuera de contexto. No es de Melilla y, al llegar a la ciudad, alguien le habló de Aulas Culturales y del coro. Lo probó, y encontró mucho más que una actividad extra. Para Teresa, el coro es “como una terapia”, un espacio que le hace sentirse viva. Habla de Meritxell como una persona que se preocupa por cada miembro del grupo, que anima incluso cuando el resultado no es perfecto, que celebra los pequeños avances con un “muy bien, repítelo” que hace que el miedo se vaya diluyendo. Ella misma reconoce que no tiene miedo escénico, que ha asumido que quizá no canta bien, pero eso ya no importa: viene, canta y se lo pasa en grande.

Porque lo que se teje en ese aula no es solo música. Las voces se convierten en excusa para algo más profundo: la amistad y la compañía. Teresa cuenta que, aunque todos son diferentes, los une el mismo deseo de cantar y compartir. Nadie exige a los demás que canten bien; lo que se pide es ilusión, ganas de venir y de hacerlo lo mejor posible. Cuando alguien atraviesa un mal momento, el grupo se entera y se moviliza. “Todo el mundo se preocupa de cualquiera que le pase alguna cosa”, describe. Esa red de cuidado mutuo es, para muchos, un salvavidas frente a la soledad que asoma tras la jubilación, el duelo o los cambios vitales.

La actividad musical, por su parte, es un viaje que recorre varias estaciones a lo largo del año. En Navidad, como ahora, el repertorio está lleno de villancicos que trabajan con instrumentos de percusión como panderetas, triángulo o caja china, y que este curso se enriquecen con la presencia de un guitarrista que acompaña al grupo. En otros momentos del año se meten de lleno en el carnaval, preparan sevillanas para la Cruz de Mayo, rescatan boleros y se atreven con temas de música pop. No es un coro encorsetado en un solo estilo, sino un grupo que se permite jugar con distintos registros, adaptándose a lo que mejor funciona con sus voces y con el público al que se dirigen.

 

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Ese público, muchas veces, está formado por personas mayores en centros de asistencia y residencias. Para quienes viven allí, la visita del coro rompe la rutina. Teresa lo describe como “un día distinto para ellos”: reconocen las canciones, aplauden, se emocionan, llenan la sala de sonrisas. Y ese efecto rebota sobre el propio coro, que sale de cada actuación con un “subidón” compartido, con la sensación de que lo que hacen tiene sentido, de que su afición es también servicio y compañía para otros.

Este jueves, cuando entren en la Residencia Nueva y entonen los primeros villancicos, no solo estarán cerrando su recorrido navideño. Estarán celebrando un año de risas, de retos, de tardes en las que nadie se quedó en casa por pereza o por frío, de pequeñas victorias íntimas contra la timidez, el desánimo o el aislamiento. Y, sin decirlo en voz alta, empezarán ya a hacer sitio a todo lo que vendrá en enero: nuevas sevillanas, nuevos pasos de carnaval, nuevas personas que quizá lleguen pensando que no saben cantar… y que, con el tiempo, descubrirán, como Marina y Teresa, que lo importante no es tener una gran voz, sino tener un lugar donde sentirse escuchados.

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