Según pormenoriza literalmente el Diccionario de la Lengua Española, la palabra ‘tariff’, ‘arancel’ en español, “es la tarifa oficial determinante de los derechos que se han de pagar en varios servicios, como el de costas judiciales, aduanas, etc.”., y entre sus sinónimos que respecto de otra tiene el mismo significado o muy parecido, hace referencia a tarifa, tasa, tributo, impuesto, aduana, carga, arbitrio, imposición, contribución.
Por lo tanto, el ‘arancel’ es un tributo que se aplica al transporte de mercancía. Es decir, a todos los bienes que son objeto de exportación e importación. Y por extensión, tiene correlación a toda clase de tributos. El más habitual es el impuesto que se paga sobre las importaciones, mientras los aranceles sobre las exportaciones son menos frecuentes. Igualmente, pueden concurrir aranceles de tránsito que gravan los productos que ingresan en un nación con dirección a otra.
Dicho esto, los aranceles, esos impuestos aduaneros que con la liberalización del comercio internacional descendieron gradualmente desde la Segunda Guerra Mundial (1939-1945), han vuelto como la punta del iceberg de la mano del presidente de Estados Unidos. Donald Trump (1946-78 años) se empecina con una postura agresiva, que son imprescindibles para patrocinar la industria de su país y los maneja como emblema arrojadizo en la negociación y así inclinar de rodillas a sus competidores. Curiosamente, muchos de ellos que hasta su recalada a la Casa Blanca eran aliados y socios comerciales, ahora los mira con el rabillo del ojo a ver dónde les puede causar más daño con este cambio de tercio. Si bien, algo inesperado sucede: se evidencia una fuerte resistencia de quiénes se siente afectados.
Sea como fuere, la guerra comercial se desgreña poblada de aranceles con resultados negativos que comienzan a observarse en las bolsas, el comercio internacional y a criterio de los expertos y del motor europeo, alertan que las aguas movedizas de la economía comenzará a percibirse en los bolsillos de los consumidores.
Lo cierto es que este rosario de despropósitos se emprendió con aranceles, pero la guerra comercial que es como con el paso del tiempo ha pasado a denominarse y no hemos acostumbrado a oír en los diversos medios de comunicación, trepa apresuradamente de los impuestos a las importaciones y a una incursión en toda regla difícil de digerir.
Recuérdese al respecto, que los aranceles del 25% que asignó el mandatario americano a Canadá, desconsideraron a los líderes de este país hasta el punto de que Ontario no titubeó en reaccionar, excluyendo las bebidas alcohólicas americanas de los escaparates en los comercios.
Por aquel entonces, el primer ministro de Ontario, Doug Ford (1964-60 años), avisó con superponer un recargo, o incluso suspender el abastecimiento de electricidad a tres estados de Estados Unidos, lo que agranda el espectro de aumentos inesperados en los recibos de electricidad o apagones. Aquello encolerizó tanto a Trump, que aseguró poner es escena aranceles del 50% a todas las importaciones norteamericanas de acero y aluminio canadiense.
Luego, si los líderes mundiales no hilan fino, es sencillo augurar como la guerra comercial podría embravecerse y verse aprisionados en una espiral turbulenta de la que será complicado escabullirse.
Ni que decir tiene que esta coyuntura se ha generalizado a otras parcelas, porque no se trata tan solo del forcejeo comercial habido entre Estados Unidos y Canadá. Uno de los ejemplos puede divisarse en la República Popular China, replicando al aumento preliminar de los aranceles del 10% y dando a conocer represalias junto a más inspecciones de exportación.
Más tarde, le tocaría el turno a la Unión Europea (UE), objetando los aranceles al acero y aluminio, encasillando como diana a los jeans, barcos y whisky americano. Obviamente, esto produjo malestar en la industria licorera al otro lado del atlántico. Y cuando los corresponsales le requirieron sobre los aranceles de castigo de la UE, Trump dijo al pie de la letra: “Por supuesto que responderé”.
Queda claro, que la intensificación de la guerra comercial estaba por llegar.
"Trump defiende a capa y espada que la receta magistral para enfrentar la incomodidad económica en Estados Unidos se encuentra en una palabra que abandera hasta el hartazgo: aranceles. Hasta el punto, de relamerse asimismo de que el arancel es su piedra favorita, pero de toque, para quien con ella se topa”.
Después de todo, Trump emplea un instrumento comercial (aranceles) a áreas no vinculadas con el comercio, como la crisis de la inmigración, el fentanilo o la protección del dominio del dólar estadounidense. Incluso ha sugerido hacer uso de aranceles para forzar a la Federación de Rusia a un acuerdo de paz.
Con el paso de las semanas y el aguante de Wall Street con los nuevos gravámenes, Trump ultima infligir una extensa sucesión de aranceles suplementarios, incluyéndose algunos recíprocos. Esos aranceles amenazadores, si prosperan, podrían desatar más desagravios. Tal es así, que este entorno nos hace caer en la cuenta de que el comercio también contiene su parte sustancial de índole emocional.
De hecho, algunos estados pueden quedar seriamente tocados y existen personalidades envueltas de lleno en esta polvareda.
Para ser más preciso en lo fundamentado, Ford, el político canadiense que desafió a Trump con cortar la electricidad y puso un recargo del 25% a las exportaciones de ese recurso, ha aparecido como un contrincante de la política comercial. Por otro lado, la presidenta de Estados Unidos Mexicanos, Claudia Sheinbaum Pardo (1962-62 años), asumió una posición contraria, siendo más reservada a la hora de responder a los aranceles impuestos por el presidente americano. De cualquier manera, esto no hace más que acrecentar los visos del escepticismo en la que compiten los inversores y líderes empresariales trabajoso de modelar y adelantarse.
Pero por encima de todo, no es anodino que se constate una creciente inquietud en la esfera empresarial americana por los efectos repentinos de los últimos movimientos de Trump. El caso es que la Mesa Redonda Empresarial verifica que su Índice de Perspectivas Económicas de los CEO, ha decrecido considerablemente y son numerosos los que han sesgado sus aspiraciones de contratación e inversión. Asimismo, los representantes extranjeros se muestran bastante remisos a permanecer en la fase de subida para no deteriorar todavía más sus economías regionales.
Según una encuesta efectuada a varios directores ejecutivos norteamericanos en el CEO Caucus del Yale Chief Executive Leadership Institute, la mayoría de éstos se resisten al rumbo tomado por Trump con respecto al comercio. Dejándose advertir que el 94% de las personas encuestadas se sienten vigilantes de que los aranceles sean de carácter inflacionarios y el 85% entiende que son desfavorables.
Podría decirse que el borrón ennegrecido de una guerra comercial transatlántica planea nuevamente sobre la mente de Trump, que igualmente enseña las uñas con imponer aranceles masivos de hasta el 25% a los productos de la UE. La creíble disposición agitaría a varias economías europeas, entre ellas, la española y la francesa. Hay que tener en cuenta, que en el año 2023 Estados Unidos se constituyó en el cuarto cliente y quinto proveedor de la República Francesa. En contestación a estos derroteros, Bruselas ha indicado que no quedará de brazos cruzados.
Los productos farmacéuticos, más los vinos y las bebidas espirituosas y la aeronáutica, significan conjuntamente más de un tercio de las exportaciones francesas a Estados Unidos, lo que denota que estos sectores son fundamentalmente sensibles. Pero la fábrica francesa de bebidas espirituosas estimada en 3.900 millones de euros de exportaciones al año, se dispone para lo más peyorativo. Ya entre 2019 y 2021, una guerra arancelaria idéntica hizo a Trump valerse de aranceles del 25% a los vinos, extendiéndolo a la política del coñac y de otros licores.
Las secuelas fueron demoledoras para el sector de la industria, con una caída del 40% en las exportaciones y una merma neta de 500 millones de euros.
Los géneros farmacéuticos, la segunda mayor categoría de exportaciones francesas a Estados Unidos, igualmente podrían quedar en riesgo. Si Washington persiste erre que erre con la tesitura de los aranceles, las compañías farmacéuticas habrían de plantearse soluciones drásticas sobre si reubicar la producción a otras zonas.
La industria siderúrgica ya se encuentra atenuada, al igual que el automovilístico con la evolución a los vehículos eléctricos. Entretanto, los sectores fabricantes comprometidos al mercado americano, como los artículos de lujo y los productos farmacéuticos, son mayormente vulnerables.
Ante la realidad que subyace, la presidenta de la Comisión Europea, Ursula von der Leyen (1958-66 años) declaró su evasiva en nombre de la Unión a los aranceles de Estados Unidos. En concreto, a las importaciones de acero y aluminio, ofreciendo un paquete de acciones encaminadas a las exportaciones americanas. Pero los economistas avisan de que las contramedidas de retorsión podrían ser desacertadas y castigar a los clientes europeos.
En opinión de algunos economistas, el hecho de hacer lo mismo que Trump, o séase, pagándole con la misma moneda, supondría golpear a los consumidores franceses. Con lo cual, no es precisamente un contexto propicio, más bien es una combinación en el que todos terminan naufragando. Aunque Francia en 2023 exportó bienes de alto valor a Estados Unidos, sus importaciones preferentes recaen en los hidrocarburos como el petróleo y el gas por valor de 12.200 millones de euros.
Una idea como alternativa pasa porque Francia decida hacer valer sus importaciones de energía como punta de lanza en las negociaciones, desenvolviendo contenidamente sus adquisiciones de hidrocarburos norteamericanas para moderar las tensiones arancelarias.

Alcanzado el año 2018, en el transcurso de un altercado comercial previo entre Trump y la Unión, el bloque europeo asignó aranceles a firmas americanas específicas como las motocicletas Harley-Davidson, los tejanos Levi’s, el jugo de naranja de Florida y el whisky de Bourbon. Ahora, la Comisión Europea estaría en disposición de hacer lo mismo con incrementos de aranceles equivalentes en oposición a Estados Unidos.
Mientras que Francia notaría la púa de los aranceles, la República Italiana y la República Federal de Alemania, por antonomasia, los mayores exportadores europeos a Estados Unidos, posiblemente se distinguirían aún más perjudicados. Ambos conservan sustanciales superávits comerciales con Estados Unidos, lo que los traduce en objetivos destacados de Trump. Hipotéticamente, una agravación arancelaria del 10% comprimiría la productividad económica en Alemania en alrededor de un 0,5%, a la que le seguiría Italia con un 0,4% y, por último, Francia con un 0,3%. Aún con las dudas que envuelve el próximo desplazamiento de Trump, los economistas informan de que la UE ha de estar alerta para más repliques de aranceles.
No hay que dejar en el tintero, que durante la primera reunión del Consejo de Ministros, Trump resumió que la UE se había establecido exactamente para “fastidiar” a Estados Unidos, básicamente, por los aranceles en vigor. Mientras que a su juicio, su país no pone palos en las ruedas a las importaciones de la Unión, cuestionando que este escenario los ha reportado a un déficit comercial de 300 billones de dólares.
Por ende, de la misma forma que en su primer mandato (2017-2021) el mandatario estadounidense cargó con aranceles, reprochó y marcó en línea roja el trato comercial indebido y volvió a amenazar con el uso de sanciones económicas recíprocas a bienes europeos. Y tras diversos amagos dialécticos mencionados, el pasado 12/III/2025 se hacía oficial un arancel del 25% sobre el acero y el aluminio y la UE no haría esperar para deplorar esta actuación, defendiendo que los aranceles son contraproducentes para el comercio y siquiera, todavía más para los consumidores.
Apuntando que esta medida traería derivaciones negativas como la interrupción brusca de las cadenas de suministro, o la desconfianza económica y el repecho de los precios. Los aranceles americanos perjudicarán al 5% de las exportaciones de la Unión a los Estados Unidos, estimados en 26.000 millones de euros. Por esta causa, Von del Leyen hizo extensible el recado de una respuesta “rápida y proporcional”.
Primero, expuso la recuperación de las sanciones económicas empleadas en 2018; y segundo, correspondido a que estos desagravios influirán muchísimo más al comercio europeo, la aceptación de contramedidas secundarias, tomando como patrón la aplicación de otros aranceles a más productos norteamericanos. El propósito es contrapesar la pérdida que nuestro socio comercial va a producir de inmediato a Europa, pese a que pueda originar una guerra comercial.
Es sabido que los planes de la UE se iban a verificar el 1/IV/2025. No obstante, tras el último reporte, Trump fanfarroneó con poner sobre la mesa un arancel del 200% a vinos y licores, a menos que el whisky americano se suprimiera del cuadro de productos castigados. Poco días más tarde, el portavoz del equipo comercial europeo manifestó que la entrada en vigor de las medidas se pospondría hasta mediados de abril, porque el bloque está por la labor de “entablar un diálogo constructivo con Estados Unidos” e impedir “perjuicios innecesarios a ambas economías”.
En la misma disposición, Maroš Šefčovič (1966-58 años), Comisario de Comercio y Seguridad Económica, Relaciones Interinstitucionales y Transparencia de la Comisión Europea, afirmaba que el aplazamiento nos hará ganar “más tiempo para negociar y encontrar una solución mutuamente aceptable”.
Quedando al margen los intereses políticos y comerciales de los actores implicados en curso, es imperativo dirigir la atención en el desenlace explícito de los consumidores. No es casualidad que sea el ciudadano el que más padezca la gestación en sí, de la guerra comercial.
En principio este búmeran de mordacidad repercute a más no poder en las empresas que penden de las exportaciones internacionales, dado que habrán de subir el importe de sus productos en los mercados americanos para equilibrar los aranceles, lo que inducirá a un acortamiento de la demanda.
También las importaciones norteamericanas se incrementarán de coste. Sólo hay que valorar que adquirir una Harley-Davidson o el whisky de Bourbon, será más dificultoso. Esto poseerá otras derivaciones como la diversidad de productos podría verse reducido. Mismamente, si las empresas se ven con el agua al cuello por la guerra comercial, las ocupaciones estarán en riesgo.
Llegados a este punto, el fundamento artificioso de Trump para llevar a término su política comercial embadurnada de intereses es la salvaguardia de la industria nacional bajo sus eslogan de ‘Make America Great Again’ y ‘America First’. Como él mismo ha señalado, “mientras que los aranceles sobre países extranjeros suben, los impuestos sobre los trabajadores y las empresas estadounidenses bajan”.
Sin embargo, el fondo del asunto no es meramente económico de acoso y derribo, sino que además abraza un designio político. Esta certeza es distinguida como ‘coerción económica’, untada con sanciones para poner un puñal en el pecho a otros estados y así aliñarse con sus intereses políticos o económicos. Trump esgrime esta maniobra con la UE y otros países.
Como ya he apuntado, alegóricamente, la muerte anunciada sobre México sobrevino con aranceles del 25% a algunos de sus productos. Es cierto que no llegó a fraguarse, porque antes alcanzaron un acuerdo in extremis: la policía mexicana intensificaría su actividad en la frontera entre ambos estados. En otras palabras: Trump apuesta por un enfoque agresivo con relación a la política comercial y como no podía ser de otra manera, la UE está obligada a estar lo suficientemente precavida y mantener un ojo crítico con el entramado transatlántico.
Finalmente, para algunos analistas políticos la grandilocuencia expansionista de Trump se promueve “dentro un marco donde Estados Unidos se retira de ser la potencia dominante en Europa y ese vacío lo ocuparía Rusia, a cambio de que ésta sea la potencia que rija en el continente americano”. Y a vista de lince de otros, la táctica del presidente estadounidense argumenta una brecha con la política exterior liberal que respaldó Estados Unidos desde la finalización de la Guerra Fría (1947-1991).
El proceder expansionista del republicano está interconectado con la tradición en política exterior que Washington preconizó en el siglo XIX. Llámense el crecimiento de un Estado hacia nuevas áreas geográficas, la tonificación económica y el concerniente aislacionismo en sumarios intercontinentales.
Queramos o no queramos, Trump es hoy por hoy, el paladín y vocero de un período inconfundible de la Historia, donde en una aldea global multipolar, Estados Unidos ha perdido supremacía. Su oratoria se amolda dentro de una complejidad del ‘Destino Manifiesto’, donde otros actores han ganado protagonismo en mayor conveniencia que la que siempre había sido la primera potencia mundial.
En consecuencia, el apetito insaciable del magnate neoyorquino que retornó al tablero geopolítico en medio de un abanico de recelos y tensiones en muchas latitudes del planeta, marchan viento en popa desde anexionar Canadá a Estados Unidos, a recuperar el Canal de Panamá y transitar por hacerse con el control de Groenlandia.
Y en base a una viable superposición de esta isla situada en la zona nororiental de América del Norte y con un total de 2.175.600 km², ha ido haciéndose cada vez más punzante, insistiendo que Estados Unidos ha de dirigir el espacio ártico, privilegiando una transacción comercial con Dinamarca, a quien le incumbe la jurisdicción de la zona y la que tampoco pospondría “el uso de la fuerza”. Amén, que su discurso de investidura con visos de calado nacionalista, expansionista y proteccionista en el recinto económico y discrepante de cara a la inmigración, de inmediato produciría agitación.
Y a sabiendas de que en su colofón el tiempo es uno de sus activos más preciados, anhela apuntalar el influjo americano en el hemisferio occidental, al tiempo que Washington se apresta a contrarrestar la escalada de China como potencia de primer orden. Además, en su competición particular por conservar la hegemonía, Trump está dispuesto a exprimir incluso a sus aliados consagrados, con tal de adquirir la delantera en el terreno económico y militar. Un modus operandi que no está inmune de obstáculos: infligir la ley del más fuerte pone en reprobación el orden asentado en reglas que Occidente, con Estados Unidos al frente, insinúa sostener.
Actualmente Trump alinea entre sus filas a un gabinete escrupuloso con conocimiento de causa dentro de la burocracia norteamericana, un control de la Cámara de Representantes y la Corte Suprema, aparte de un Partido Republicano rindiéndole constantemente pleitesía. Con este conjunto de multiplicadores en la jornada de su frenesí a la Casa Blanca destapó el tarro de las esencias, con un plan de ejecución calculador en política exterior que auspiciaba dislocar el tablero internacional, no ya sólo durante el tiempo de su mandato, sino igualmente de manera duradera.
En este entresijo la Comunidad Internacional lastrada por las ascuas bélicas que se desenvuelven y oscilante ante el pronunciamiento de otros fuerzas concéntricas, contempla con enojo la reaparición del trumpismo que amenaza incesantemente con colarse en la economía de la sin razón. Y no es para menos, porque desde sus preludios en la vida política, el líder republicano ha empuñado un fárrago nacionalista sustentado en el imaginario de que Washington es el principal vulnerado dentro del comercio, subrayando a sus socios comerciales de servirse de la generosidad americana y no ejercer las reglas justas. Según su raciocinio y con sus lemas disfrazados, Trump se aferra por el proteccionismo nacionalista y el florecimiento de la industria estadounidense, apabullada por la globalización y la intrusión de bienes elaborados en países como el gigante asiático, a quién no quita la visión.
En definitiva, como he repetido en diversas partes de esta disertación, Trump defiende a capa y espada que la receta magistral para enfrentar la incomodidad económica en Estados Unidos se encuentra en una palabra que abandera hasta el hartazgo: aranceles. Hasta el punto, de relamerse asimismo de que el arancel es su piedra favorita, pero de toque, para quien con ella se topa.