Editorial

Altas velocidades que son inadmisibles

En los diez últimos días del mes de noviembre se han producido dos hechos en Melilla que no pueden pasar inadvertidos. Se trata de dos conductores que han sido acusados de presuntos delitos contra la seguridad vial tras ser pillados por los radares a 105 y 123 kilómetros por hora en Alfonso XIII y la carretera de Farhana, respectivamente.

Hablamos de velocidades extremas, muy por encima de los máximos permitidos, inadmisibles en cualquier ciudad española, cuanto menos en Melilla y sus apenas 13 kilómetros cuadrados. La imputación penal, en estos casos, debe llegar hasta las últimas consecuencias e imponer sanción ejemplar para disuadir a cualquier otra persona de realizar tamaña locura.

Y ya más recientemente, además, unos chicos jóvenes que se encontraban de “entanada” en la playa nueva, vieron cómo varios vehículos circulaban a grandes velocidades por esa vía. Se sobresaltaron con el espectáculo, que encontraron realmente repudiable. Poco después se supo que un coche, marca Mercedes, se había empotrado contra una farola y, si bien afortunadamente no hubo que lamentar daños personales, lo maltrecho que quedó el vehículo da cuenta de que despacio o a velocidad normal desde luego no iba.

¿Qué está pasando en Melilla? ¿Cómo es posible que se puedan alcanzar esas velocidades? ¿Qué se puede hacer para que casos tan sonados como los ya citados no sigan produciéndose?

Es evidente que la instalación de radares no ha disuadido a los imprudentes que se ponen al volante. Tampoco se puede poner un policía local en cada esquina. Resulta evidente que se trata de una cuestión de educación vial, de machacar la necesidad de cumplir con las normas y concienciar acerca de las graves consecuencias que puede tener conducir sin observar los máximos de velocidad.

Se está haciendo más que imprescindible tomar medidas cuanto antes. El riesgo que se corre en las carreteras melillenses no es ninguna tontería y ya se conocen cuáles son los puntos negros que precisan mayor vigilancia así que hágase, porque la diferencia está en que se pueden salvar vidas.

Un peatón atropellado a 50 kilómetros por hora ya puede sufrir graves heridas pero si se sobrepasa esa velocidad, el resultado en un elevado porcentaje de casos puede ser la muerte o tener secuelas de por vida.

La violencia vial de Melilla se va acrecentando y ha llegado el momento de pararla. El esfuerzo debe ser compartido, pero la Administración está obligada a tomar medidas que nos garanticen un tráfico normal y mayor seguridad vial.

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