La vicesecretaria general del PSOE, Elena Valenciano, vino a Melilla, vio la valla y corrió a ocultarse detrás de un árbol para llorar. También gimoteó en su despedida el ministro Miguel Ángel Moratinos, el mismo que ayer no faltó a la presentación de las memorias del ex presidente José Luis Rodríguez Zapatero, quien lo apartó del Gobierno.
Lloraron ambos en distintas circunstancias, pero no aclararon por qué. En cambio, los españoles sí tenemos motivo para el llanto a la vista del resultado del paso de Moratinos por el Ministerio de Exteriores y su nula aportación a la solución del problema de la inmigración. Igualmente están justificadas las lágrimas cuando a la número dos del principal partido de la oposición sólo le da por llorar al ver la frontera. ¿Y después qué? Vuelta a Madrid en el avión y a otra cosa. ¿Qué hizo Valenciano después de observar eso que tanta angustia le provocó? Nada, que se sepa o ella misma haya explicado. Parece darse por satisfecha con venir a Melilla y llorar.
Estos días los melillenses también tenemos motivos para el llanto al ver cómo se trata en la escena nacional uno de los problemas que más nos preocupan: La inmigración. Afloran las lágrimas de rabia cuando la demagogia se antepone al interés general de nuestra ciudad. Critican la concertina, que nadie defiende como solución ideal, y proponen estupideces del estilo de ‘drones’ o tecnología punta para detectar a los inmigrantes. También piden el envío de más agentes de la Guardia Civil a Melilla, que siempre son pocos en nuestra ciudad y que nunca serán suficientes para detener por sí solos a todos los subsaharianos.
Tecnología, más policías y concertina. Ésas son las soluciones que ofrecen nuestros políticos ante su incapacidad manifiesta para plantear una solución definitiva.
Salvando las distancias (que son muchas) y evitando comparaciones fuera de contexto (que en este caso además son odiosas), los salvajes asesinos de ETA no están hoy derrotados por la eficacia de nuestros policías y guardias civiles (aunque su contribución ha resultado imprescindible) ni por la valentía de nuestros jueces (que han actuado sin temblarles el pulso cuando ha sido necesario). A los terroristas etarras se los derrotó cuando España ‘convenció’ a Francia de que no había lugar para esta banda de criminales en la Unión Europea. Ese día policialmente se firmó la ‘sentencia de muerte’ de ETA.
Un acuerdo similar, donde se actúe con altura de miras, entre la Unión Europea y los países de origen de los inmigrantes es la única salida para poner fin a este drama humano. Pero no basta con desearlo, hay que tener políticos con agallas, no artistas del gimoteo que se quedan paralizados por la lágrima fácil (o de cocodrilo) y no son capaces de defender con coraje los intereses de nuestro país, de Europa y de los inmigrantes. Hasta que llegue ese momento, el debate seguirá centrado en ‘drones’, concertinas y otras polémicas estupideces sin sentido. Entre tanto, continúa el suma y sigue en la tragedia de la inmigración y en la cuenta de resultados de las mafias que se lucran con el dolor de estas personas.
Dan ganas de llorar.