EL Braemer, como otros muchos cruceros antes que él, atracó ayer en Melilla. En el barco viajaban unas 1.300 personas entre pasaje y tripulación. Atracó a mediodía y no zarpó hasta las seis de la tarde. Los turistas que iban a bordo, en su mayor parte británicos, tuvieron la oportunidad de bajar a tierra y encontrarse con una ciudad casi desierta. La práctica totalidad de los comercios no se molestó en levantar sus persianas para recibir a los visitantes. Sólo los negocios dedicados a la hostelería que habitualmente abren los fines de semana con independencia de quién llega al puerto pudieron notar en sus cajas registradoras la presencia de los británicos. Al resto de establecimientos, estos turistas le trajeron al fresco.
Ante este panorama, la Viceconsejería de Turismo debería cuestionarse si merece la pena continuar con el trabajo de convertir a nuestra ciudad en un destino habitual para la llegada de cruceros. El esfuerzo parece excesivo a tenor del ‘entusiasmo’ que despierta la llegada de estos turistas. Más bien parece todo lo contrario. Da la sensación de que los melillenses reaccionamos como los ciudadanos de aquellas típicas películas del Lejano Oeste, donde los habitantes del pueblo cierran puertas y ventanas ante la llegada de los desconocidos. El Braemer tiene previsto regresar el próximo viernes 1 de noviembre, inicio de un largo fin de semana al coincidir con el Día de Todos los Santos, lo que permite prever que los pasajeros que decidan desembarcar volverán a encontrarse con una ‘ciudad fantasma’.
Los comerciantes han hecho sus cálculos y no les salen las cuentas. No consideran rentable abrir sus establecimientos en domingo para recibir a un millar de potenciales clientes. Hacerles cambiar de opinión va a ser una misión difícil. Por eso, el viceconsejero de Turismo, Javier Mateo, también debería hacer sus propias cuentas, ver a quién beneficia el trabajo de que está realizando para atraer cruceros y comprobar si merece la pena continuar con el esfuerzo.
Desde luego, al Gobierno local no se le puede hacer hoy ningún reproche por su ímpetu e interés para hacer de Melilla un destino turístico y para atraer potenciales clientes a los comercios de la ciudad. Tampoco se le podrá hacer ninguna crítica si mañana, dentro de unos años o en un futuro más lejano los cruceristas sustituyen a Melilla por Nador, Alhucemas o cualquier otro puerto marroquí como punto de desembarque. De hecho, muchos melillenses ya hemos dado ese paso y preferimos pasar los fines de semana en alguna localidad del vecino Marruecos antes que en nuestra ciudad. Por algo será.