Melilla es una de las ciudades más desconocidas de España. Sin embargo, quién la visita se enamora de ella.
Sus playas, su mezcla cultural, Melilla, la Antigua, la amabilidad de sus gentes, entre otras virtudes, hacen de ella un destino perfecto de vacaciones, pero, también, un escenario ideal para el cine.
No en vano, en El Faro nos hemos puesto manos a la obra para saber cuántas películas se grabaron en Melilla y, hasta la fecha, siete son los filmes rodados en nuestra ciudad.
La primera de ellas fue Huevos de oro, de 1993, le sigue Morirás en Chafarinas, de 1995; El hombre que conocía el infinito, de 2015; Chavela, el documental, de 2017; Adú, de 2020, Alegría, de 2021 y El salto, de 2024.
Todas estas películas tienen algo en común, ya que muchas de sus localizaciones, en mayor o menor medida, se emplazan en la ciudad autónoma. Otras, como El Salto basan su argumento en la inmigración desde Marruecos a España, aunque no se pudo grabar ni en la valla entre, ni en el país alauita.
Pese a que Huevos de oro, del director Bigas Luna, sí grabó alguna escena en Melilla, éstas aparecen apenas unos segundos en la película que se rodó íntegramente entre Miami y Benidorm, haciendo un pequeño guiño a Melilla.
Morirás en Chafarinas, de Pedro Olea está adaptada en la novela de Fernando Lalana. La película de Olea se ubica en un cuartel de Regulares de Melilla donde empiezan a morir soldados en extrañas circunstancias.
Las autopsias revelan que las muertes son debidas a una dosis de heroína adulterada. La Capitanía decide entonces encargar una investigación sobre una posible red de traficantes de drogas que seguirá un curso repleto de dificultades y en la que se verán implicadas multitud de personas, entre ellas, la esposa del capitán y algunos soldados.
El director bilbaíno Pedro Olea adapta la novela homónima de Fernando Lalana, y la lleva a la gran pantalla sirviéndose de un elenco formado por Jorge Sanz, María Barranco, y Óscar Ladoire, entre otros. La cinta, un thriller, que se desarrolla en un ambiente castrense, está enmarcada en un escenario tan inusual en el cine como Melilla que permite recrear una atmósfera exótica presente a lo largo de todo el filme.
Una de las películas más famosas rodadas en Melilla es El hombre que conocía el infinito, dirigida por Matthew Brown.
Esta película dramática sigue la historia del matemático indio Srinivasa Ramanujan y cuenta con un elenco de estrellas, como Dev Patel y Jeremy Irons.
La película fue rodada en varias localizaciones de Melilla, como el Baluarte de lka Concepción.
En 2017 se grabó el documental Chavela, dirigido por Catherine Gund y Daresha Kyi. Esta película documental sigue la vida de la famosa cantante mexicana Chavela Vargas y cuenta con entrevistas con amigos y colaboradores de la artista. La película fue rodada en varias localizaciones de Melilla, como en la Real y Pontificia Iglesia de la Concepción.
Y en 2020 llegó Adú. En su primer largometraje, 1898. Los últimos de Filipinas (2016), Salvador Calvo se apoyaba en la ambientación, en la importancia del paisaje para, a través de planos aéreos y grandilocuentes, hacernos aterrizar en el entorno que habitan los personajes, construyendo de esta manera una narración que arranca a partir del contexto visual en el que se mueve la película.
En Adú esta construcción se repite, permutando el pueblo filipino de Baler por el corazón del continente africano; la cámara de Calvo ‘vuela’ para plasmar toda la belleza de los extensos paisajes africanos, donde se vive una realidad muy desigual a la nuestra, en la que la valla de Melilla es testigo mudo de cómo, cada noche, inmigrantes a un lado intentan alcanzar un futuro mejor jugándose la vida y policías al otro intentan parar este paso.
El cineasta nos invita a contemplar tres historias paralelas, sin aparentemente nada en común, pero con un nexo inquebrantable: la emigración y la vida en el continente africano, el más castigado de todos.
La primera de ellas, la más traumática, la radiografía de los ciudadanos africanos y las terribles penurias que pasan para intentar buscar una vida mejor personificada en un niño de seis años. La segunda, el otro lado de la moneda, la de los policías que tienen que vigilar esa valla de Melilla que cada año intentan cruzar un sinfín de personas; y la tercera, la más difícil de encajar, la de un activista medioambiental con problemas en su trabajo y que tendrá que lidiar con la visita de su díscola hija.
Gracias a la puesta en escena del arranque de la película el director evidencia la separación de dos mundos, dos formas de pensar y actuar frente a un problema global, presentando la realidad incómoda que la película quiere mostrar y los dos mundos que viven dentro de ella.
Por un lado, la situación desesperada que vive Adú (Moustapha Oumarou), un niño de seis años que con una actuación contenida refleja en su historia la de tantos otros que pasaron por lo mismo que él, una huida hacia delante, hacia la libertad, o la búsqueda de ella, un viaje sin retorno en el que muchos caen en el intento, cruzar África hasta llegar a Melilla.
Y por otro lado, la situación de los policías allí destinados, personificados en el personaje al que da vida Álvaro Cervantes, un hombre compungido que no sabe muy bien cómo actuar ante tal situación, o en el de Miquel Fernández, que deja una de las reflexiones de la película en un diálogo digno de ver.
En contrapunto a la historia de Adú se encuentra la tercera trama que completa el tríptico, que no es más que una historia de reconciliación entre un padre ausente (Luis Tosar) y su hija problemática (Anna Castillo).
De prontó arribó Alegría en 2021, de Violeta Salama.
Alegría narra una historia a través de las mujeres y muestra las peculiaridades de la ciudad.
La sinopsis del filme explica cómo los estrictos preparativos de la boda entre Yael y Jacobo harán aflorar las visiones antagónicas de las protagonistas sobre el mundo, al tiempo que les hará emprender un viaje donde descubrirán que hay más cosas que las unen de las que las separan.
Uno de los objetivos de la directora al rodar este trabajo cinematográfico fue que el público, que no conozca la ciudad, se enamore de ella y de su riqueza cultural.
Para Salama, esta película rinde homenaje a la ciudad y a todo lo que ha sido para la directora crecer con esa riqueza cultural tan grande y con estos paisajes tan hermosos.
Benito Zambrano estrenó el pasado 2024 El salto, un filme sobre la inmigración.
El salto no se pudo rodar en Marruecos, ni menos aún en la valla. Por eso, la grabaron en un bosque de Pelayos de la Presa, Madrid, que simulaba el monte Gurugú, donde se asientan los campamentos.
Para el rodaje, los mismos constructores que instalaron la valla en Melilla, pusieron una réplica de 30 metros de largo en un solar urbanizado de Madrid para grabar la película.
Ya lo ven Melilla no es sólo la ciudad de las cuatro culturas sino un gran plató de cine natural.
Falta algunas todas las películas del director melillense Driss solteros etc en total fueron cinco