Francisco Faus es un policía local de Melilla. Tenía un viaje programado para ir a ver a su hijo a Benicarló, al norte de la provincia de Castellón y donde está viviendo su hijo, el pasado día 30 de octubre. La DANA había comenzado a azotar al este de España un día antes, pero, para él, ello no fue sino un acicate, ya que quería comprobar que su hijo se encontraba bien.
En el trayecto, pasó por todos los pueblos golpeados por la DANA y se fue dando cuenta de “la gran catástrofe” a la que se estaban enfrentando en la zona. “Una verdadera locura. Era como una guerra”, explica muy gráficamente.
En Requena (Valencia) no había cobertura y estuvo parado durante cuatro horas antes de poder continuar su viaje. Cuando se abrió la autovía, los vehículos iban en ambos sentidos e incluso por el centro.
Tardó 12 horas en llegar a Benicarló por carretera, lo cual finalmente consiguió el día 31 por la tarde. Allí comprobó que su hijo se encontraba bien. Había lluvias, pero no tan fuertes como las de la DANA.
Después de todo lo que había visto, sin embargo, decidió recaudar dinero a través del club Ágora de gimnasia rítmica, del cual es presidente. Se publicitó la campaña en las redes sociales y se trasladó la iniciativa a algunos grupos de gimnasia rítmica de la península. Fue todo un éxito, ya que recaudaron más de 2.500 euros en tan sólo 12 horas.
Según Francisco, la gente de Melilla, sin importar que fueran del club o no, “colaboró lo que no está escrito”. “Fue algo bárbaro, venga a mandar dinero”, cuenta, y se sumaron también ciudadanos de todos los puntos de España.
Con ese dinero compró, junto con otros dos padres de niñas que están en el club Ágora, botas, palas, recogedores, rastrillos, cepillos, guantes, capazos y artículos de limpieza varios. Toda esa mercancía se envió a Masanasa y a Catarroja. Fueron, en total, unos 500 euros de material. El resto del dinero se empleó en comprar alimentos de primera necesidad con larga caducidad, como leche de bebé, potitos o atún, además de pañales, entre otros productos.
Cargaron dos vehículos completamente y los tres se decidieron a ir a Paiporta, una de las zonas más afectadas y que Francisco describe como “un campo de batalla”, con bajos inexistentes y habitaciones vacías, llenas de barro y con las paredes tiradas. Era, asegura Francisco, “como si hubiese pasado una apisonadora por ese lugar”. Las calles llenas de fango, las naves de los polígonos industriales destrozadas y los garajes inundados porque no había forma de sacar el agua.
Además, Francisco asegura que había “poco personal oficial trabajando”. En cambio, gran cantidad de voluntarios: “muchísimos chavales jóvenes limpiando”. Dejaron toda la comida en el Auditorium de Paiporta.
La gente les estaba muy agradecida, pero, según Francisco, lo único que hicieron fue “aportar un granito de arena en un desastre abrumador” que va a provocar que la zona tarde “muchísimo tiempo” en volver a ser lo que era, cierra.