COMO ya hace tiempo que no daba la vara con mi sempiterna reivindicación para que el nombre de mi maestro de música, D. Julio Moreno, figure en una de nuestras calles, cual mosca cojonera, aquí estoy otra vez, aunque les moleste a algunos personajes de mi misma cuerda política, la Izquierda, lo que me importan tres cigotos, con z o con c, me da lo mismo.
No sé si alguno de ustedes conoció a D. Julio allá por la década de los 50 del pasado siglo; yo sí que lo conocí, al igual que algunos que hoy son también de “izquierdas de toda la vida”, y que con 10 o 12 años vestíamos la camisa azul con las cinco flechas (cangrejo) y el águila imperial que Franco la tomó él (la gallina) en sendos bolsillos, y tocado con la gorra roja de los requetés, y lo bien que tocábamos en las procesiones y en los conciertos de los domingos en el Parque Hernández. Mucha gente decía que era una delicia oir tocar a treinta chaveas enzarzados en cualquier obertura de zarzuelas o algún pasacalle. La verdad es que D. Julio fue un excelente profesor de música, con la paciencia de Job. Claro que a aquéllos niños, ahora que a los gobernantes los eligen los ciudadanos mediante votación, y no gobernados por un dictador que asumía todo el poder, sin ser responsable ante nadie, “solo ante Dios y ante la Historia”, mucha gente suelen llamarnos fachas (del latín fascula cruzándola con fascis, antigua hacha, desembocando en Fascista). Aunque algunos somos de izquierdas desde que nuestras mentes comenzaron a discernir al quitarnos la visera de los 12 kms. de nuestra ciudad y ver el ambiente político que se respiraba en otras ciudades, asistiendo a románticas charlas clandestinas donde se hablaba de democracia y de redistribución de la riqueza, leyendo libros prohibidos publicados en otros países, perteneciendo y militando activamente desde los puestos de trabajo en los incipientes sindicatos de obreros, no verticales claro. Todo esto ocurría a finales de los 60 y principio de los 70 y en el Pardo seguía residiendo el Generalísimo. Otros por su posición y residencia en según que ciudad o pueblo, se acomodaron como los mochuelos en los olivares de sus trabajos más o menos remunerados bajo el paraguas que esos compañeros les iban proporcionando lentamente, y cuando ya se vislumbraban las grandes alamedas de la libertad, como dijo Allende horas antes de que el sátrapa Pinochet los asesinara en el Palacio de la Moneda en Santiago de Chile, estos mochuelos volaron de sus olivos guardando sus azules camisas, convirtiéndose en “de izquierdas de toda la vida”. Yo pienso que no hace falta recordar constantemente el pasado para saber que forma parte de nuestra vida actual, mal que les pese a algunos. Aunque de vez en cuando y para que no se les olvide por sus críticas malévolas que ellos mismos se hincan como estacas, hay que hacerles un breve comentario para que recuerden en qué lugar estaban ayer y donde se encuentran hoy. Machado decía que el españolito que viene al mundo debe librarle Dios, porque una de las dos Españas le va a helar el corazón.
En Santander existe una céntrica plaza que lleva el nombre de Juan Carlos I, en cuyo centro se podía ver una estatua ecuestre del dictador, toda sucia y de cagadas de palomas, que los santanderinos la llamaban: “Plaza de los Cojones”. Ya se imaginan ustedes el motivo. Yo saco la misma conclusión con Napoleón en una calle de nuestra ciudad, porque si Franco y sus conmilitones han estado más de 40 años campando por las calles principales de todos los pueblos y ciudades del país por el sangrante golpe de estado y posterior sangrienta Guerra Civil, ese general qué hizo por nuestra ciudad, qué gesto heroico le tenemos que agradecer los melillenses para que esté haciéndonos un corte manga desde el Cerro de Camellos, cuando fue un invasor que costó cientos de vidas; les recomiendo que lean a Galdós en sus “Episodios Nacionales”, o en los antiguos billetes de 2.000 ptas, en el que se puede leer: “...Y entre los muertos habrá siempre una lengua viva para decir que Zaragoza no se rinde”. Pero el colmo del sarcasmo y la desvergúenza es que a solo unos cientos de metros existe la plaza con los nombres de dos de los héroes del 2 de mayo, Daoíz y Velarde, que tantos entrañables recuerdos guardo en mi memoria.
Yo con mi trasnochado romanticismo, en recuerdo de D. Julio Moreno Rodríguez, hombre bueno y honesto, que enseñó música a varias generaciones de niños melillenses, que ahora somos tanto de derechas como de izquierdas, le reivindico al responsable cultural del palacio de la Asamblea que el nombre de ese gran hombre figure en la esquina de cualquier calle, aunque sea la más modesta de cualquier barrio. Debo decir que D. Julio era la modestia personificada, que cada tarde enseñaba música en una de las calles del Mantelete, Medina Sidonia, actual Francisco de Miranda. También deseo que sepan que no cobraba ni un céntimo.