El atentado contra Vidal-Quadras nos cerró el estómago de golpe, porque tras una semana convulsa de provocaciones, banderas, consignas y recuerdos al dictador, pensábamos que la mecha volvía a encenderse. Si no hubiese girado instintivamente la cabeza, llegado consciente al hospital y dirigido sus sospechas hacia la trama iraní, quién sabe lo que estaría pasando en estos momentos, o lo que está a punto de pasar. Confío en la cordura.
Es momento de mantener la calma, de no echar más leña al fuego y, sin embargo, quien debería dar ejemplo no lo hace, sino que provoca, incita y alienta a los descerebrados que añoran un tiempo que no conocieron, a un régimen que coarta la libertad, que les permitiría torturar a su antojo. Luego piden disculpas, llaman a la tranquilidad, pero se reafirman en lo dicho, matizando sus palabras sobre la línea roja de la legalidad, acusando a los medios de su tergiversación y señalando a otros por provocarlos y empezar la pelea.
Nos guste más o menos, el acuerdo final, que aún no se ha redactado ni firmado, se ha hecho bajo las reglas del juego del sistema electoral. Si Sánchez se salta las leyes, vende a España o atenta contra la Constitución, lo tendrán que decir los jueces en un juzgado, cuando lo haga, no en una nota de prensa previa al posible delito. Ahora deberían mantener silencio, como los abogados del Estado, los inspectores de Hacienda y trabajo, los diplomáticos o, lo que da más miedo, la Guardia Civil, aquellos que llevan la testosterona marcada en sus genes, armas en el cinto y deberían defendernos, pero que en su haber tienen el triste honor de ser los promotores del último intento de Golpe de Estado y de haber entrado a tiros en el Congreso de los Diputados. Solo falta por escuchar a la Iglesia diciendo que Dios está ofendido con el Presidente en funciones, y que si no quiere ir al infierno debería replantearse el acuerdo.
Me parece curioso, que la misma semana que Estrasburgo avala la condena al rapero Hasél por incitación al terrorismo e injurias a la Corona (que por cierto guarda silencio y no llama al orden a los políticos) en las letras de unas canciones que nadie conocía, se permita que Abascal, Feijóo y compañía lancen proclamas en prime time, diciéndole a la policía lo que debe hacer, llamando a la rebelión, dictador a Sánchez, y promoviendo y encabezando las manifestaciones ilegales frente a la sede del PSOE.
Me dan más miedo estos políticos frustrados por una derrota que creían imposible, que saben que han perdido su última oportunidad para gobernar, que solo creen en la democracia si tienen mayoría absoluta, capaces de erigirse en defensores de la Patria, de esa España ‘Grande y Libre’ que añoran, que un trovador, un artista, por muy fascistas que sean sus letras. La repercusión y la responsabilidad de unos, no es la misma que la del otro, y sus castigos deberían estar acorde con las consecuencias que tienen sus palabras, sus actos y la inacción de la que muchas veces adolecen.
Yo los mandaba al establo, no para ser domesticados, bien alimentados, sacrificados de la vida pública cuando cumplan su función y estabulados, porque así ya los trata el sistema, sino para exigirle su confesión de por qué hicieron determinadas cosas.
La idea no es mía, y si pedimos mesura, quizá no sea el momento para recomendar este cortometraje, pero como ha sido seleccionado candidato a los premios Goya recientemente, puede que no me acusen de incitar a la violencia y al terrorismo.
El corto, dirigido por Elisa Puerto Aubel, se titula ‘El establo’ y lo han definido como un western rural para abordar el tema del cambio climático y la corrupción política que nos está llevando al desastre. Un campesino, ante la sequía y el hambre que esta provoca, tiene atados a dos políticos uno frente al otro. Solo los deja hablar de uno en uno, y les pide una explicación sobre por qué permitieron llegar a esa situación y dónde terminaron los fondos europeos con los que tenían que haber paliado el problema. Para salvar su vida, niegan las acusaciones, pero terminan señalándose el uno al otro y confesándolo todo tras las torturas del campesino. El mismo espectáculo vergonzoso y vergonzante al que nos tienen acostumbrados. El final lo reservo para no estropearle la sorpresa del giro de guion que no deja en muy buen lugar a la especie humana.
En fin, cruzaremos los dedos para que todo se calme, y que en un futuro no tenga que suplicarle a mi vecino que me perdone la vida por pensar y decir lo que digo. Lo invitaría a ver ‘El establo’, pero está ciego de tanto ponerse cara al sol.