La percepción actual del mundo se ve, lógicamente, supeditada a la divulgación que, de las novedades, hacen los diferentes medios de comunicación. Ello hace que el conflicto que se perfila hoy como de interés prácticamente exclusivo y que ocupa todos los espacios informativos arrincone en el olvido para la opinión pública al conflicto que hasta ayer parecía el único existente en el panorama internacional, como éste parecía hacerlo con el precedente y así sucesivamente. Lo cierto es que todos ellos se mantienen simultáneamente y mantienen un grado de intensidad variable hasta la eliminación de uno de los contendientes o su agotamiento y la aceptación de las condiciones del adversario o la cronificación del conflicto, manteniéndose activo por un período de tiempo indeterminado, al tiempo que consume los recursos humanos y materiales y las energías de los beligerantes, obstaculizando la dedicación de todo ello a lo que es realmente imprescindible, que es la generación de bienestar y de mejoras para sus ciudadanos.
Decía acertadamente Florentino Portero en su artículo titulado “El legado de Soleimani”, del pasado 17 de octubre en El Debate, que “la guerra fue siempre un hecho político, pero en nuestros tiempos lo es cada vez más. El papel del campo de batalla clásico pierde protagonismo en beneficio de otro, el propio de la opinión pública, donde las democracias encuentran su talón de Aquiles”. No obstante, más nos vale que nuestras vulnerabilidades se deban a un “sometimiento a la opinión pública” que el que nuestra fuerza proceda de un “sometimiento de la opinión pública”. Es imprescindible que, en las sociedades desarrolladas, el empleo de la fuerza por parte de las administraciones o de los gobiernos esté sometido al control efectivo de la ley y en consecuencia al de las opiniones públicas.
El fin de semana del 6 al 9 de octubre, antes de que se hubiese podido analizar y valorar en toda su importancia la trascendencia del ataque de Hamas a Israel, tuvo lugar la reunión del Pleno de la Asamblea Parlamentaria de la OTAN en Copenhague. La Asamblea Parlamentaria de la OTAN reúne a parlamentarios de todos los países de la OTAN y de una veintena de países observadores, asociados y candidatos al ingreso. Un total de unos 300 parlamentarios.
Uno de los asuntos que fueron tratados durante la reunión de la Comisión Permanente de esa sesión plenaria (la que reúne a todos los jefes de las distintas delegaciones nacionales), cuando aún no se había valorado, como digo, el ataque de Hamas, fue el de la existencia de un presunto cansancio de los países aliados y los de la Unión Europea en lo concerniente a la Guerra de Ucrania. Cansancio que, en unos casos, viene motivado por las dudas sobre la legitimidad de la causa defendida por Ucrania o sobre el acierto en los sucesivos pasos dados por las autoridades de este país desde la ocupación de Crimea por Rusia en 2014 y en otros por las consecuencias materiales que la prolongación de este conflicto está teniendo en las economías de los países aliados de la OTAN y en los de la Unión Europea.
Preguntado el representante del parlamento ucraniano sobre los mensajes a dirigir a las opiniones públicas de los países de la OTAN y la UE sobre la necesidad de mantener el apoyo a Ucrania en su defensa frente a Rusia, reiteró uno de los argumentos que más se han venido utilizando desde el inicio de esta crisis. Los países que apoyan a Ucrania aportan recursos materiales, los ucranianos aportan la vida de sus ciudadanos. Los valores a defender y preservar son la legalidad internacional, la democracia, el estado de derecho, las libertades individuales y los derechos humanos. Si Ucrania no triunfa en este conflicto, será una mala noticia para el conjunto de nuestras naciones, aglutinadas todas ellas por la defensa de estos principios. Si Ucrania, finalmente, cae, y Rusia triunfa, nada garantiza que, posteriormente, no vaya a ocurrir lo mismo con otros países en las mismas circunstancias, tales como Georgia y Moldavia, aún no integrados en la OTAN, aunque aspiran a ello. La derrota de Ucrania o la victoria de Rusia no son, por tanto, opciones aceptables.
Se hace necesario asumir que cuando la perversidad pretende abrirse camino en las relaciones humanas, no queda más alternativa que tratar de ponerle freno y devolver la vida de las personas al entorno pacífico del que nunca debió salir.
No queda, para ello, en ocasiones, más alternativa que la oposición de una fuerza proporcionada y al menos del mismo nivel que la empleada por el identificado como perverso para obtener sus perversos fines.
La guerra injustificada y no provocada contra Ucrania ha tenido enormes repercusiones sobre los mercados de la energía y los alimentos y las consecuencias derivadas de las mismas tales como las crisis de abastecimiento, la alteración constante de los precios con efectos inflacionistas, las hambrunas en determinadas regiones del tercer mundo con los consiguientes fenómenos migratorios y otros. Los países de la UE están actuando de manera coordinada para garantizar el suministro de energía y unos precios asequibles.
Parece evidente que, a la altura del conflicto en la que nos encontramos, tras once resoluciones sancionadoras contra diferentes intereses rusos, con un impacto desigual y con unas consecuencias, igualmente desiguales, en nuestras propias economías, no existe ya espacio para la equidistancia o a la observación externa como si nada nos fuera en ello.
Los ucranianos se encuentran, ciertamente, por condicionantes geográficos e históricos, en la primera línea de la defensa de lo que consideramos nuestros valores, los de nuestra civilización, basados, fundamentalmente, en la máxima consideración de la dignidad del ser humano como bien supremo a proteger. No cabe, por tanto, más alternativa que la toma de postura en favor de la defensa de estos valores, proporcionando, para ello, lo que comenzamos a otorgar, hace más de un año, desde nuestras diferentes administraciones y las organizaciones internacionales a las que pertenecemos, en defensa de los mismos: un sostenido e infatigable apoyo a Ucrania.