José María Chamorro ‘Chamo’ es el hombre bueno de la música; no hay nada más que verle la cara, destila bondad; la sonrisa abierta por bandera.
Este gaditano llegó a estos pagos norteafricanos para vender arte de forma honrada, impenitente y orgullosa porque este maestro de diferentes disciplinas musicales –que no sé a qué espera para convertirse en director de orquesta– llegó a Melilla a lomos de un mulo cargado de arte y humanidad. Eso ocurrió hace pocos años, hoy ‘Chamo’ es un referente de trabajo honesto y creativo. Menudo es el ‘Chamo’.
Hay varias versiones del profesor gaditano. Una es la de jazzista de primer categoría. Dirige los compases de Melijazz de forma admirable. Sólo tiene que mirar a los ojos de Quino, Salva o Paco para saber que el compás va bien, que los tiempos y los turnos se respetan. Siempre con la sempiterna sonrisa de una faz blanca, sin remilgos. No, no es blanca es transparente. Paco le vuelve loco porque canta ‘Lágrimas negras’ como le da la gana, como debe ser en un gitano de raza, pero al ‘Chamo’ le da igual, le va a acompañar siempre de la misma forma, de la seguridad de aliviar un cante de quejío con una caricia de músical únicamente procedente de las manos mágicas tecladistas del gran maestro que es don José María Chamorro.
A sus sesiones didácticas –que son variadas y muchas, trabaja más que un condenado a trabajos forzados perpetuos– acompañan veladas llenas de dulzura musical, como las del Casino Militar. ¿Saben ustedes lo que significa para un aprendiz de todo poder cantar ‘New York, New York’ acompañado por la maestría de ‘Chamo’? No, no lo saben, porque no lo han intentado. ¿Saben lo que conmueve iniciar los primeros compases de Cabaret bajo la atenta mirada de José María, cuando el maestro de ceremonias dice aquello de ‘Willcomen, bienvenù, welcome’. Estás en el mejor cabaret del mundo estás cantando con ‘Chamo’, olé el arte, estás en la gloria.
José María tiene una hija a la que adora y proclama a los cuatro vientos. La niña de ‘Chamo’ es el ser que llegó como un premio máximo de la Bonoloto, es un amor que tiene a su padre absolutamente embelesado. Cuando se pone a gobernar el piano o el saxo o el clarinete o el bajo –porque éste no tiene rival en cuestión de instrumentalidad musical– se acuerda de la pequeña, le dedica todos sus temas, es un padre único, es el mejor padre, con permiso de los lectores. Tipo curioso este Chamorro, tipo a estudiar porque podría ser una especie a extinguir, más o menos, por su bonhomía. No sé si está incluido en el Convenio Cites, pero lo miraré.
Pero vamos a lo musical. Casi me muero cuando lo veo arriba, en el primer piso del Nacional, dirigiendo a Antonio Ferrer & Cía –‘Cabaret’–, excelente, maravilloso. Pude entrar en paroxismo cuando salió a recoger aplausos al término de ‘Mamma Mía’.
En fin, 'Chamo’ es de esas personas entrañables que, por la vía de la buena y variada música, entra en tu vida para no marcharse. ¡Eh Chamo! ¿te acuerdas cuando cantamos aquello de ‘Me llamo Miguel de Angulo y vengo de Buenos Aires, tengo una chapa en el culo y a mí no me jode nadie?’ Qué tiempos amigo.