Los villancicos más clásicos acompañan el toque de las horas punta en el reloj del Palacio de la Asamblea. El Carillón del Palacio de la Asamblea ya toca los sones de los villancicos navideños en las horas punta. Su melodía marca el inicio de una Navidad que, una vez más, se torna rezagada en Melilla en lo tocante a iluminación y exorno navideño. Aunque miles de pascueros ya tiñen de rojo nuestras principales calles, aún no se ha terminado de montar el Belén ni la iluminación propia de las fiestas ha terminado de instalarse. Nuestra ciudad, un año más, será de las últimas en crear el ambiente navideño. Sólo el Carillón nos salva de ese retraso. Sus sones anuncian la Natividad con la misma intensidad que comenzaron a hacerlo hace ya 43 años.
Cuando se inauguró, el 6 de enero de 1967, el párroco que lo bendijo, el sacerdote del Sagrado Corazón de Jesús, Juan Antonio Segovia, dijo que el nuevo reloj estaba “llamado a marcar la hora de la paz”. La frase reza en los archivos personales de José Luis Blasco, expresidente de la Asociación de Estudios Melillenses, afanoso investigador de la historia local y Protector del Patrimonio melillense por acuerdo unánime de la Asamblea de Melilla.
Cuenta José Luis Blasco que la retórica del sacerdote venía a recordar la labor de aviso que en los tiempos duros de las campañas de Marruecos había realizado el más antiguo reloj del Sagrado Corazón. De ahí la mención a la paz, ya muy consolidada en Melilla, pero aún festejada por una ciudad que sólo once años antes había visto desaparecer el antiguo Protectorado de España en Marruecos.
También eran tiempos de prosperidad. La década de los 60 o del desarrollismo trajo el hermoso Carillón del Palacio del Ayuntamiento. Ejercía de alcalde Francisco Mir Berlanga, posteriormente cronista oficial de la Ciudad, que no encontró reparos en el consistorio para comprar una joya de la relojería de la época, muy similar al reloj del monumental edificio que Correos tiene en Madrid.
El Carillón comenzó aquel 6 de enero del 67 a marcar el tiempo en Melilla, los cuartos, las medias y las horas con tres altavoces que redoblaban el sonar de su juego de martillos y pequeñas campanas, y que reproducían también el Himno de La Legión, el Nacional y la popular canción “Banderita”.
De todo aquello queda constancia física en su vieja maquinaria, aún adosada a la pequeña y nueva mecánica que con un amplificador equipado de un disco duro digital y un pequeñísimo motor que activa su minutero, le devolvió vitalidad gracias a la reparación de la empresa valenciana Manclús.
Francisco Saura, con tres décadas ya en el servicio de electromecánica del Ayuntamiento, recordaba para ‘El Faro’ cuando al reloj había que darle cuerda cada dos días y cómo muchas celebraciones de la Nochevieja le tocó pasarlas velando su funcionamiento para que marcara correctamente las doce campanadas.
Eran otros tiempos. Los melillenses acogieron pronto con entusiasmo la convocatoria que por primera vez hiciera, para recibir el 68, el popular Agustín Jerez, periodísticamente conocido como ‘El Ciudadano Agustinof’. Fue la primera de muchas noches festivas en torno a la Plaza de España con motivo de la entrada de un nuevo año.
Una joya: su antigua maquinaria
La manivela para dar cuerda, el grueso tambor, los martillos que reproducían los sonidos de campanas y notas musicales, el teclado que servía para regularlos, y el enorme péndulo que daba equilibrio al compás del tiempo, siguen en su sitio, aunque sin funcionar. Ahora el reloj se nutre de los adelantos técnicos.
Ya, desde hace más de una década, se movía por un sistema moderno similar. Ahora, el nuevo disco duro del amplificador digital permite convertirlo en auténtico reproductor de cualquier tipo de sonido y se especula con llevar su vieja maquinaria, toda una joya de otro tiempo, a alguna sala museística de la Ciudad.
En el mobiliario que acoge los martillos, tambores, teclados y otros detalles del viejo reloj, pequeñas referencias dan cuenta de que se compró a la empresa Indapel de San Sebastián y que fue instalado por los técnicos Ramón Iturripea y Martín Aranguren. Primero se encargó de afinar su sonido la profesora de música Carmen Godoy y, posteriormente, Daniel Castañeda. Aún está prendida también su tarjeta de visita en uno de los márgenes del viejo mueble que encierra un singular y llamativo tambor color celeste.
Dotado de péndulo, los que saben de relojes, como el operario de la empresa Manclús, Francisco Gómez, certifican que se trata de una pieza de museo, de las que ya existen muy pocas en España. Por eso la voluntad del presidente de la Ciudad, Juan José Imbroda, es clara. “Hay que recuperarla y exhibirla”. Al fin y al cabo es una reliquia de nuestro pasado reciente.