El último informe de la ONU sobre el Cambio Climático (IPCC) aseguraba que ya no hay vuelta atrás en el daño ambiental que el humano ha hecho al planeta, y en Melilla aún estamos debatiendo sobre cómo gestionar el arbolado urbano. Por ello no deja de darme un pequeño infarto cada vez que como periodista tengo que afrontar una noticia sobre medio ambiente en la ciudad.
Esta semana hemos visto cómo la Ciudad cambiaba de lugar unos árboles de más de 1.500 euros con la facilidad con la que uno se puede cambiar de chaqueta estos días ¿De verdad que, después de todo el concimiento científico que existe y los especialistas que hay en el tema tenemos que ver cómo se trata a seres vivos como si fueran otra parte de la decoración urbana?
Desde que en septiembre la Ciudad Autónoma y la asociación ecologista Guelaya acordaran compensar los árboles talados por otros más jóvenes en la zona norte de la ciudad, parece que el problema está resuelto y el resto son quejas de vicio. Si la principal asociación ecologista de la ciudad le quita gravedad a que se corte tal número de árboles ¿qué nos queda por ver?
La tala masiva de árboles que hubo en el acuartelamiento de Santiago impactó a una parte importante de la ciudadanía y parece que ahora nos fijamos más en los problemas que hay en este sentido: lo mal talados que están, lo mal cuidados que están, los vertidos de productos químicos que se hacen en los maceteros que hay en las calles (vamos, echar lejía) y así un sinfín de problemas.
Y es que aunque no nos demos cuenta, la vegetación tiene un impacto importante en nuestro entorno. En 2013, la Universidad de Exeter, en el Reino Unido, publicó un estudio que demostraba que quienes viven “en zonas urbanas con niveles relativamente altos de espacio verde pueden tener un impacto significativamente positivo en el bienestar, más o menos igual a un tercio del impacto de estar cansado”.
Ahora, con la frontera cerrada y con el barco y avión como única salida ¿no sería ideal convertir Melilla en un espacio amable medioambientalmente? En cambio, tenemos una ciudad en la que hay un irrespeto generalizado hacia el medio ambiente y donde las partes que tienen que buscar una solución están sumidas en un cruce de declaraciones mediáticas en las que la ciencia brilla por su ausencia. Mucho postureo y poca acción.
Lo peor es que en Melilla no hay alternativa política, porque la que hay es la misma que asfaltó el río de Oro. Estamos solos en esto y son pocas las voces que intentan trasladar un mensaje contundente en medio de tanto ruido ¿Por qué tantas ciudades europeas van hacia una conciliación con el medio ambiente y aquí aún molestan los árboles? ¿Tenemos que darles personalidad jurídica o el derecho al voto para que le preocupen a alguien?
¿Y a las personas que no se pueden permitir escapar cada fin de semana, qué opciones les quedan? Yo se las cuento: un saturado parque forestal o un parque Lobera aún cerrado y con los árboles en un estado lamentable, según afirmó el propio consejero de Medio Ambiente, Hassan Mohatar.
Los espacios cementados van ganando al terreno natural, un ejemplo es el río asfaltado que tenemos y los árboles están siendo sustituidos por unas pérgolas que recuerdan al boom faraónico que había antes de la crisis de 2008.
No podemos seguir con debates estériles ni con estrategias en beneficio personal. Son cuestiones que aprendemos en Primaria y a pesar de que los efectos del cambio climático ya se están viendo, creemos que un árbol centenario se puede cambiar por otro que aún no está desarrollado; que no importa restar masa verde a una zona; que a un árbol se le puede poner un valor económico a través de la Norma Granada, una regla que justifica retirar un árbol a cambio de una compensación monetaria.
Esto ya no es una cuestión solo de los ecologistas (o de los que aseguran serlo), sino de todos. Somos la ciudadanía la que tiene el poder de exigir un cambio, por nuestra salud y el futuro de los que vienen.
Necesitamos también una clase política valiente que atienda a razones científicas; que sí, que la vida de por sí es dura para estar pensando en árboles, pero los datos están ahí y el arbolado urbano es una de las claves para reducir el impacto del cambio climático, transformando el dióxido de carbono en oxígeno y creando sombra, una sombra que nos alivia en verano y reduce la temperatura urbana hasta 15 grados.
Ahora queda preguntarnos qué tipo de ciudad queremos ser y si nos dejaremos llevar por la inercia de la dejadez en contra nuestro bienestar como sociedad.