Ni mucho ni poco. Lo justo y con ello basta. Parece que España es el único país del mundo en el que el hecho de pertenecer a la nación está sujeto a baremación de manera que se puede ser muy español, poco español o nada español. En el resto del mundo se es alemán, francés o senegalés y ya está. Dicho todo ello con el mayor respeto al concepto de lo que de ser español tengan tanto los representantes políticos del Reino de Marruecos como los políticos independentistas de todas y cada una de las regiones de esta nación que se llama España.
Resulta que, como consecuencia de no se sabe bien qué desencuentro propiciado no se sabe bien por qué actuación de nuestras autoridades, el Gobierno de Marruecos tuvo a bien promover una intrusión multitudinaria de ciudadanos de su país, los pasados días 17 y 18 de mayo en la española ciudad de Ceuta.
Se dio la circunstancia de que, entre dichos ciudadanos, muchos eran menores, que, a tenor de lo conocido con posterioridad, accedieron a la ciudad de Ceuta bajo engaño de sus autoridades que les hicieron creer que en Ceuta se disputaba un partido de fútbol internacional, que las estrellas del fútbol mundial se encontraban allí y que iban de excursión. Muchos de ellos fueron extraídos directamente de sus escuelas y fueron ayudados a acceder a Ceuta sin portar documentación alguna.
Inicialmente, Marruecos pretendió revestir estos hechos de la naturaleza de un fenómeno migratorio descontrolado. Posteriormente, en declaraciones formales de su Embajadora en Madrid, que fue llamada a consultas a Rabat, en donde a día de hoy permanece, los hechos se debían a la presencia en un Centro Hospitalario español del líder del Frente Polisario, Brahim Ghali. Hecho que, según ella dijo, era uno de los que podían tener consecuencias que había que asumir. Posteriormente, dijeron que no, que no era por eso, que era por la supuesta ambigüedad de España en relación con la situación del Sáhara Occidental.
Como quiera que tanto la Presidenta de la Comisión Europea, como el Presidente del Consejo Europeo, como el Alto Representante de la Unión Europea para Asuntos Exteriores y Política de Seguridad, como, finalmente, el Parlamento Europeo, en Resolución aprobada el pasado jueves, 10 de junio, les afeara el gesto, por decirlo de una manera suave, el Presidente del Parlamento marroquí, Sr. Habib El Malki se despachó la noche del mismo jueves con unas delirantes declaraciones en las que afirmaba, ni más ni menos, que Ceuta no era una ciudad española sino que se encontraba en territorio del Reino de Marruecos al que, en consecuencia, pertenecía. No se sabe bien en qué Resolución de las Naciones Unidas se apoya el Sr. El Malki para hacer tal manifestación, aunque sí se sabe que las Resoluciones de las Naciones Unidas, al Reino de Marruecos, le traen más bien sin cuidado. De hecho lleva más de 45 años postergando, por la vía de los hechos, la aplicación de las mismas en lo concerniente a la salida a la situación del Sáhara Occidental.
Pero no importa. Para el Sr. El Malki Ceuta no es española y ya está. Pues no señor. Lo que le parezca la realidad a las autoridades del Reino de Marruecos, hasta la fecha, no constituye fuente alguna del derecho. Es exacta y exclusivamente eso, lo que le parece la realidad a las autoridades del Reino de Marruecos. No menos, pero tampoco más. Harían bien en repasar un poquito la normativa internacional sobre fronteras, estados soberanos y situaciones administrativas de los territorios.
En otro orden de cosas y ya en política nacional, vivimos en estas fechas un nuevo desafío a la esencia de nuestras instituciones. En esta ocasión, promovida, ni más ni menos que por el propio Presidente del Gobierno de nuestra nación.
Con el presunto objetivo de resolver lo que los independentistas catalanes y sólo ellos denominan el conflicto entre Cataluña y España, trata de ayudarles a encontrar un nuevo acomodo en la realidad nacional española, cosa que, por otra parte, ellos no persiguen. Ellos quieren que la española tierra sobre la que autonómicamente gobiernan, deje de ser España y ya está. Así de fácil.
A tal fin, el Sr. Presidente del Gobierno pretende revocar todo el camino recorrido por nuestras Instituciones desde octubre de 2017. En aquella fecha, esta clase política catalana, inmersa en su particular cacao intelectual, quiso resolver sus dificultades personales para asumir la realidad, igualmente, por la vía de los hechos, desafiando, de igual manera que las marroquíes, la legalidad vigente, en este caso la nacional. Las Instituciones del Estado reaccionaron y les dijeron que por ahí no y para ello recurrieron, no a lo que les parecía, sino a la legislación vigente, entonces y ahora.
En un tramposo proceso en el que so pretexto de principios loables como la concordia, el reencuentro, la magnanimidad y cuantos conceptos bondadosos ha sido capaz de encontrar D. Iván Redondo en el Diccionario de la Real Academia Española, se pretende acometer la concesión de indultos individuales a los que colectivamente se han situado fuera de la ley, no sienten ni expresan el más mínimo arrepentimiento por ello, amenazan con volver a repetirlo y se prestan a aparentar un atisbo de entendimiento con el Gobierno de la nación a fin de engañarnos a todos y mantener a Cataluña en el ámbito de confrontación interna y de camino hacia la debacle en el que se encuentra como consecuencia del ilusorio proyecto secesionista de sus gobernantes autonómicos actuales.
Habida cuenta de las consecuencias de alteración de la convivencia a las que conduce el hecho de confundir los deseos de cada uno con la realidad, me siento tremendamente afortunado de poder afirmar que yo, lisa, llana y humildemente, igual que Ceuta, Melilla o Cataluña, soy español. Ni mucho ni poco. Lo justo y con ello basta.