El Gobierno central está mandando señales confusas de la crisis de Marruecos. Da la impresión de que los miembros del Consejo de Ministros no hablan entre sí. El viernes escuchamos a la vicepresidenta Carmen Calvo decir en una entrevista concedida a Televisión Española que los intentos y saltos a la valla protagonizados por marroquíes durante el fin de semana son hechos puntuales en Melilla. Además, puso la mano en el fuego y aseguró que la Policía marroquí está haciendo su trabajo de custodia de la frontera.
Sin embargo, esta afirmación de Carmen Calvo no encaja con los dos viajes a nuestra ciudad que hizo el ministro del Interior, Fernando Grande Marlaska, la semana pasada. ¿Si todo estaba bien, a qué vino, a pasearse y a comer pinchitos?
A esto vamos a sumarle el desmentido por parte de Marruecos que ha sufrido la ministra de Exteriores, Arancha González Laya, luego de asegurar que España está intentando reconducir la situación de crisis generada y está en conversaciones con Rabat.
Pueden decir lo que quieran, pero estamos oficialmente ante un Gobierno que hace el ridículo incluso cuando no se lo propone, como supongo que es el caso.
Es normal y comprensible que Moncloa quiera cerrar la grave crisis abierta con Marruecos. Pero no hacemos nada si intentamos cerrar en falso una herida que puede empezar a sangrar en cualquier momento.
Yo no dudo que haya conversaciones con Marruecos, pero no me creo que estas sean entre primeros espadas. Probablemente altos funcionarios de uno y otro país están negociando una solución, como lo hicieron infructuosamente tras el cierre de la Aduana de Beni Enzar en el verano de 2018. Hablaron, se reunieron y no solucionaron nada.
Imagino que en el apoyo expreso de Bruselas a la crisis con Marruecos ha pesado mucho el hecho de que el español Josep Borrell sea el canciller de la Unión Europea. Él conoce el conflicto mejor que los eurodiputados que le rodean y no dudo que Sánchez le haya hecho una llamada personal para pedir algún pronunciamiento desde la UE, que ésta debió hacer sin necesidad de catalizadores externos.
Pasada la tempestad, ahora, en mitad de la calma, toca acelerar todos los trámites para entrar en la Unión Aduanera y dejar de ser, como sugería el editorial de un periódico conservador el pasado fin de semana, “dos ciudades españolas en territorio marroquí”. Estas concesiones son imperdonables.
Ceuta y Melilla tienen que empezar a plantearse alianzas que les hagan fuerte ante Marruecos. Ya sabemos que Estados Unidos apoya a Rabat porque lo usa como escudo contra Rusia, que mueve los hilos de Argelia. En esta ‘guerra’ tenemos que plantearnos de parte de quién queremos estar: de los rusos o de los americanos. Y una vez tomada la decisión hay que actuar.
Sería imperdonable ignorar las consecuencias de la marcha sobre Ceuta que, con toda seguridad, ha avivado en nuestro país la llama del sentimiento antimarroquí, adormilado tras los atentados de las Ramblas de Barcelona.
Hay que apelar a lo que nos une y no a lo que nos separa y hay que entender que este conflicto se nos queda grande a los melillenses. Nosotros no creamos esta crisis con un país en el que viven muchos de nuestros familiares. No queremos una guerra con nuestros trabajadores transfronterizos. Pero es hora de empezar a mover hilos para reajustar los muchos intereses que están en juego.
Ahora mismo, estamos situados en un lado del tablero que deberíamos repensar. España no puede ir sola en esta crisis. Debe sentir el respaldo de Europa y los hilos deben recomponerse a nivel comunitario. Marruecos puede romper relaciones con Madrid o Berlín, pero sería muy estúpido si rompe con Bruselas. En ese contexto, tenemos todas las de ganar.
Digamos que todos tenemos más o menos claro lo que hay que hacer, el problema está en cómo hacerlo. Cómo tragarnos el desprecio que sentimos por quienes no respetan nuestra soberanía. Es aquí donde hay que trabajar. La relación hispano-marroquí debe ser más que una alianza contra la inmigración, el narcotráfico y el terrorismo. No tenemos que fingir que nos queremos. Tenemos que respetarnos. No pedimos compadreo sino respeto mutuo.
Nadie se habría atrevido a tanto con una España fuerte. Es evidente que nuestros vecinos nos han visto flojear y han dado un paso equivocado. No hablamos de reconocer mañana mismo el Sáhara marroquí para que nos dejen en paz. No se trata de precipitar las decisiones históricas. Se trata de analizar el problema y buscar una solución que sea buena para las dos partes.
Hace un tiempo leíamos sobre la intención de Marruecos de mantener cerrada la frontera de Melilla como mantiene cerrada desde 1994 la de Argelia. Quizás eso sea necesario en el actual contexto de desconfianza mutua. La práctica ha demostrado que sin 30.000 entradas diarias, en Melilla hay más trabajo y mejores servicios públicos. Pero no podemos cerrarnos a un mercado gigantesco como el marroquí. Hay que buscar soluciones y los expertos tienen que trabajar en eso. Nuestros empresarios lo necesitan.