El cierre de bares y el toque de queda han ayudado a controlar la pandemia en el punto más crítico de la segunda ola. El número de contagios de coronavirus ha ido disminuyendo poco a poco en Melilla, pero no hay que lanzar las campanas al vuelo. Vamos a volver a la normalidad con serenidad y con responsabilidad.
Está aún por ver el efecto del puente de la Constitución sobre la curva de contagios, pero sin ser pesimistas, debemos intentar retomar la rutina sin prisas, pero sin pausas. Cautela, sí, pero hay que trabajar.
No podemos obviar que las alarmas por el aumento de la pobreza en nuestro país se han disparado. Aquí en Melilla, es un mal estructural y si ya estábamos mal, ahora, sin dudas, estamos peor. Pero la cosa no queda ahí. Podemos empeorar si es que eso es posible, cuando el Gobierno central invierta en Melilla 2,4 millones de euros menos, como ha denunciado el diputado del PP, Fernando Gutiérrez Díaz de Otazu, que cifra en una caída del 13,8% la inversión que los diferentes ministerios venían haciendo en nuestra ciudad en tiempos del ministro Montoro.
Sumémosle la presión marroquí y una asignación miserable, por debajo de los 2 millones de euros para cada una de las líneas marítimas de interés público en Melilla: la de Málaga (1,8 millones) y la de Almería (1,9 millones).
Vamos a tener un contrato marítimo de mínimos si conseguimos tenerlo. No esperen milagros y mucho menos con la crisis que están sufriendo hoy determinadas navieras. No vamos a hacer leña del árbol caído, pero no podemos ocultar que nos espera un retroceso notable en la calidad del servicio que veníamos recibiendo. No era el mejor, pero lo teníamos. Ahora, ni eso.
La gente ha tirado de prudencia para recortar los viajes y eso ha resentido nuestra economía. No sólo ha caído la llegada de pasajeros. Esto también amenaza a las decenas de comercios que en esta ciudad vivían de los viajes con la venta, por ejemplo, de maletas. Ellos son también víctimas de la ausencia de contrato marítimo.
Por eso, en estos momentos duros, pedimos a los melillenses que se lo puedan permitir, que consuman en nuestra ciudad, que compren en nuestras tiendas, que vayan a nuestros bares y restaurantes; que encarguen comida para llevar; pasteles en nuestras confiterías, panes, en nuestras panaderías. Hay que hacer ciudad. Si los que tienen recortan el consumo, no hay forma de levantar la cabeza.
Tenemos la Navidad a la vuelta de la esquina y siempre guardamos un poquito de ilusión para estos días. Pero yo siento un pesar muy grande por las familias de los fallecidos de la COVID, que este fin de año estarán de duelo por los que se han ido.
Nosotros podemos reconstruir nuestra vida, incluso reconstruir nuestra ciudad, pero nadie les devuelve a los que partieron. Se han ido cuando creíamos que tenían una vida por delante. Se han ido cuando no les tocaba.
Por eso tenemos que ser prudentes. Nacer y morir es ley de vida, pero nos gustaría que los nuestros nos duraran para siempre. Por eso tenemos que cuidarnos para cuidarlos. Hay que ir pensando en celebrar fiestas de otra manera. No podemos caer en el mismo error que cometimos al dar rienda suelta a la Pascua Grande. No podemos cometer dos veces el mismo error.
Como tampoco podemos permitir a Marruecos que no nos permita renovar el embajador en Rabat porque ninguno de los nombres que proponemos les gusta. Tenemos que sentar las bases de una relación de confianza mutua que hoy por hoy no existe. Marruecos se extralimita y nosotros asistimos incrédulos al espectáculo.
No sé a ustedes, pero este 2020 se está haciendo largo. Ha sido un año difícil para todos y parece que no se quiere acabar. En cuestión de días sabremos qué sacamos de la Reunión de Alto Nivel con Marruecos. Ya sabemos que Rabat vetó a Pablo Iglesias, por defender en Twitter un referéndum para el Sáhara. Él mismo se autoexcluyó de la negociación. Ha pagado la novatada. Pero también es verdad que tenía que pronunciarse. En política hay veces que no se puede escapar al destino.