ESTE 17 de diciembre ha sido un día para enmarcar. Hemos celebrado 523 años de españolidad de Melilla, pero, por lo visto, le pareció poca cosa a los organizadores del acto y decidieron juntarlo con la ceremonia por el 25 aniversario de nuestro Estatuto de Autonomía, que se cumplió hace seis meses, pero no se hizo nada en su momento por culpa de la pandemia del coronavirus. Pullas aparte, hay que reconocer que con la curva de contagios de COVID 19 cuesta arriba en nuestra ciudad es imprudente celebrar actos públicos. De hecho, el de ayer es una temeridad institucional, pero si algo no podemos dejar de conmemorar en estos momentos es nuestra españolidad. Aunque sólo sea por recordárselo a Marruecos. Hay que reconocer que la ceremonia de ayer dio mucho de sí. Dicen las malas lenguas que Sabrina Moh y Eduardo de Castro no se saludaron. Como es natural, después de la cartica que le mandó el presidente vía Twitter, llamándola mentirosa, estaba todo el mundo pendiente del “hola y adiós”. Pero no vamos a hacer de esto el centro del debate porque veréis como hoy nos cuentan que ya se habían saludado antes de exponerse a las cámaras y entonces no nos quedará otra que creer que los dos han estado a la altura de las circunstancias. Podrán decir lo que quieran, pero el caso es que, delante de la prensa, no hubo complicidad ni gestos. Hay icebergs menos fríos que la relación institucional entre el presidente de Melilla y la delegada del Gobierno de España o entre el cepemista Mustafa Aberchán y la delegada. Sabrina Moh sabe cómo hacer amigos. Ayer la tensión se podía cortar con cuchillo. Quizás por eso al consejero de Salud Pública, Mohamed Mohand se le vio sentarse al final del acto en la silla que le correspondía. ¿Por qué? Vaya usted a saber adónde había ido o de dónde venía. O si tiene poderes mágicos y se convierte de vez en cuando en el hombre invisible. Gracias al súperintendente de la Policía Local, esta vez el presidente De Castro no se quedó descolgado en el acto, vagando en soledad por los rincones. Es lo que tiene tener un solo diputado en la Asamblea, que no hay con quién montar un corrillo y con la prensa… Digamos que, sin ser mala persona, la Comunicación no es su fuerte. De no ser por el discurso picante del senador Carlos Benet, los titulares se los habría llevado hoy Dunia Alamsouri que, como vicepresidenta de la Asamblea, acudió en representación de CpM al acto. Con ella, la verdad, los demás (de su partido) no se echan en falta. Pero llegamos por fin a la parte buena. Tengo que reconocer que disfruté mucho el discurso de Carlos Benet y su llamamiento a la concordia y el consenso. Si Julio Basset hubiera podido estar junto a él y recoger las llaves de la ciudad, seguramente el duelo discursivo habría sido de alto voltaje porque al socialista era una leyenda viva. Era, por encima de todo, un apasionado de Melilla. Su ausencia se nota. En cuanto el senador Carlos Benet tomó la palabra supongo que en el PP de Imbroda resonó la famosa frase atribuida a Pío Cabanillas: “Al suelo, que vienen los nuestros”. Lo más suave que dijo del Partido Popular, del que es fundador, es que forma parte de una derecha tonta. Si a esto le cosemos que con una delicadeza que compite con el crujir de la seda, puso en cuestión las seis legislaturas de Imbroda en el Senado (alguna de dos meses, dijo) pues la cosa se pone tensa. Me quedo, sobre todo, con su llamada al consenso y al espíritu de concordia de nuestra Constitución, esa que se firmó, dijo, cuando (Pablo) Echenique no tenía carnet de identidad (español). Y esto, siendo verdad, es un ataque velado a la inmigración. La frase sobra por fea, no por falsa. La distinción desentona con los valores constitucionales a los que apeló todo el rato en su discurso. Y digo valores, que no derechos. La Constitución española deja bien claro en el artículo 13.1 que los extranjeros gozarán en España de las libertades públicas que garanticen los tratados y la ley. O sea los inmigrantes no tienen los mismos derechos que los españoles. En fin, pejiguerías que tienen que ver más con la inmigración que con el personaje de Unidas Podemos. Mi frase favorita del discurso del senador Benet fue cuando recordó a los consejeros de la Ciudad que ellos son concejales como los de cualquier pueblo de España y que forman parte de una Asamblea no legislativa. Eso ha tenido que escocer, especialmente a los que gustan de ser llamados “señorías”. Benet no tuvo piedad. Fue implacable y su discurso nos demuestra que existe otro perfil en la política. Que hay otra forma de entender la política, más allá de las salidas de tono, tan de moda en su partido en Melilla. No sé de quién fue la idea de reconocer a Julio Basset y a Carlos Benet en el acto por el cuarto de siglo de nuestro Estatuto de Autonomía, pero desde luego, ha sido la mejor idea que ha salido del tripartito desde que llegó al poder.