Hace tres o cuatro años era impensable que un marroquí pudiera pedir asilo en Melilla. Recuerdo el caso de una mujer de Marruecos, residente en Siria, que llegó al CETI con su marido, un refugiado sirio, huyendo de la guerra. A él le permitieron entrar en el centro, pero ella tuvo que malvivir durante un tiempo a la intemperie hasta que finalmente le permitieron dormir bajo techo.
Pero la persecución a homosexuales y el Movimiento del Rif en Alhucemas han cambiado las cosas. A principios del pasado mes de junio la mayoría de los 1.278 inmigrantes acogidos en el CETI de Melilla era de Marruecos (374).
El colectivo LGTBI+ es refugiado de libro. Los albinos, también. El problema son los rifeños. El Gobierno marroquí aplacó el estallido social de 2016 y 2017 en Alhucemas a golpe de detenciones y condenas de 20 años de cárcel para los líderes de las revueltas.
Desde entonces el goteo de rifeños llegando en pateras a las costas españolas es incesante. También lo son las noticias de ahogamientos y aventuras truncadas en el Mediterráneo. La vida es tremenda: hay jóvenes rifeños que pagan entre 700 y 1.000 euros por subir a una barca y terminan ahogados. Pagan por morir.
En mi opinión, España está entre la espada y la pared. Aunque el Ministerio del Interior ni confirma ni desmiente que existe un acuerdo entre nuestro país y Marruecos para devolver rifeños; en la práctica eso es lo que está ocurriendo.
Los afectados hablan de que en teoría el Gobierno marroquí se compromete a no detener a quienes les han rechazado la petición de asilo, pero en la vida real al cabo de un tiempo, entran en prisión por otros motivos. Así funcionan las cosas en los países que no respetan los derechos humanos. Qué pronto se nos olvidó a los españoles lo que es vivir sin democracia.
El derecho de asilo está en retroceso en Europa. No estoy descubriendo nada nuevo. Lejos de ser un derecho universal, es un derecho territorializado. Depende de en qué país pides protección para que atiendan o no tu petición.
No es un problema exclusivo de España. Si un afgano o un iraquí llegan a Grecia, es casi seguro que no les reconocerán el asilo; pero si viene a Melilla, puede que sí. Aquí nos pasa con los marroquíes.
Hay que ver lo que son las paradojas de la vida: Marruecos mantiene sus pretensiones de soberanía sobre Ceuta y Melilla y la juventud rifeña habla de una República ocupada desde Alhucemas hasta Nador.
No seré yo quien juzgue a los rifeños por querer irse del Rif, pero por experiencia les digo que quienes se marchan de su tierra pierden la potestad para decidir sobre su futuro.
España lo tiene difícil para manejar un asunto tan delicado especialmente ahora que tenemos un Gobierno socialista (en funciones) en la Moncloa. Si devuelve a los activistas o simpatizantes rifeños entonces no apoya causas justas y progresistas; pero si los acepta provoca un efecto llamada.
Desde Interior aseguran que estudian a fondo caso por caso, de manera personalizada. Ojalá seamos escrupulosos con esto porque un error sale caro.
Yo creo que no somos conscientes de que cuando retrocedemos en el respeto de los derechos humanos lo que ponemos en peligro no es nuestra seguridad sino el concepto de Europa.
No hablo, ni mucho menos, de abrir las fronteras y de barra libre, pero a veces se nos olvida la España vacía que se muere.
Decía la filósofa húngara Ágnes Heller que emigrar es un derecho, pero inmigrar no. Si alguien quiere irse de nuestra casa, no podemos impedírselo, pero si decide quedarse a vivir en ella, tendremos que ser nosotros quienes le demos permiso para hacerlo. Eso nos exige hacer un ejercicio de justicia y de responsabilidad.
Devolver: sí, pero con todas las garantías previstas en nuestro Estado de Derecho y el ordenamiento jurídico internacional, cuyos tratados y convenios hemos suscrito. No somos unos bárbaros.