El viceconsejero de Festejos me decía ayer, en una entrevista de urgencia, vía telefónica, a modo de balance de los conciertos de Raphael en Melilla, que cuando alguien compra una entrada para un espectáculo compra un poco de ilusión y que con las actuaciones del también conocido como 'el niño de Linares' en Melilla “la ilusión de mucha gente se ha visto colmada”. Estoy totalmente de acuerdo. Por unas razones u otras no he podido desde que vi a Raphael el sábado, en lo que fue su primer concierto, retomar esta 'Diana' y me escocía no poder dedicarle el comentario que merece.
Como muchos, me quedé impactada por varias cosas. Por supuesto, me rindo ante su fortaleza física, su torrente de voz, su profesionalidad sin parangón, sus muchas tablas, su singularidad única y, en una palabra, su arte.
Pero también su capacidad para saber llevar al público al ritmo que le interesaba, rompiendo el sentido lineal de un concierto en aras a combinar con destreza tanto los momentos animados, participativos y bailables con aquellos que sólo merecen un chapó por su magistral interpretación.
Me ha gustado mucho más verlo cantar tangos en directo que escucharlo en su último triple CD. También me ha pasado lo mismo con los boleros, en especial con mi preferido 'Voy' de Olga Gillot.
Raphael, un cantante magistral desde su infancia, es arrebatador encima de un escenario y demuestra que cantar no es sólo difícil con el nivel y maestría que él lo hace, sino que además es un ejercicio que exige de muchísima disciplina.
Convertido a su vez en un prueba de la superación, de la capacidad para salir adelante a pesar de la adversidad, es un ejemplo para una nueva sociedad cada vez más longeva que ya no empieza a envejecer, como antaño, cuando se pasaba de los 60 años.
Con una imagen fantástica y una voz e interpretación magníficas, ha sido quien de verdad ha estrenado el Kursaal, con un volumen musical tan alto como impecable en su proyección. Era como si nos hubieran puesto directamente unos cascos en los oídos con un enchufe directo a la música que se reproducía en el escenario. Un volumen elevadísimo pero justo para no distorsionar, sin un sólo fallo, ni el más mínimo. Como dice Francisco Díaz, una prueba de fuego para el Kursaal que nuestro gran teatro ha superado con creces.
Creo que hemos sido muchos los melillenses que disfrutamos doblemente con el concierto: Por el artista, por su calidad, por lo emotivo de muchas de sus canciones, melodías de nuestras vidas, en algunos casos desde que nacimos prácticamente. Pero también por la belleza y funcionalidad de un gran teatro que necesitaba de un espectáculo de este nivel para estrenarse plenamente.
Ha sido un gran acierto y una gran satisfacción que se haya contratado a Raphael, aunque haya supuesto un gasto irrecuperable, no muy excesivo, en torno a los 20.000 euros, el hacerlo posible. No creo que porque vivamos tiempos de crisis hayamos de prescindir de cosas que nos hacen vivir momentos excepcionales en una ciudad afortunadamente cada vez menos lejana de la vida cultural del resto del país pero con sus lógicas limitaciones en ese ámbito.
Los melillenses, todos los que hemos tenido la suerte de ver a Raphael, por cierto a precios mucho más económicos que en la mayoría de sus actuaciones en el resto de España, hemos disfrutado, vibrado, nos hemos emocionado y hemos bailado y palpitado al ritmo de un artista, como suele decirse, de los pies a la cabeza. Es todo voz, ni siquiera lleva coro, sólo ocho grandes músicos que embellecen aún más su puesta en escena.
Y como él mismo dice cantando, ahora es su momento, ahora que es más maduro, que tiene más experiencia y sabe dominar y valorar más sus vivencias encima de un escenario. Ahora que sigue siendo aquel que sorprendió a todos en los años 60 y que aún nos pone los pelo de punta cuando canta 'La noche' o ahora también los tangos de Gardel.
Nos dio de todo, desde su paso cruzadito, hasta su vuelta floreada o su versión del pasito característico de Michael Jackson. Hasta rapeó y cantó a capela con y sin micrófono para demostrar lo que es la dominación y educación de una voz privilegiada, que sin disciplina, esfuerzo y profesionalidad no se mantendría como se mantiene tras más de 50 años en el escenario.
En fin, un soplo de vida, de emociones, un momento imborrable para nuestra historia y la del Kursaal por el que felicito también al viceconsejero que mas ha trabajado por hacerlo posible, Francisco Díaz.