El Colegio forma pero también marca, como la infancia y la adolescencia constituyen pilares de lo que luego seremos a lo largo del resto de nuestras vidas. Fui alumna ocasional de La Salle, en el curso 79-80, cuando cursaba 3º de BUP. Por entonces, el antiguo colegio lasaliano, que en estos días ha comenzado a celebrar su primer centenario en Melilla, aún no era mixto. Se trató de una circunstancia ocasional, encaminada a compartir profesores en los últimos años del bachillerato previo al plan de estudios vigente en la actualidad. Como chica de Letras, eso sí con matemáticas entre las opcionales, iba por las tardes a La Salle; por las mañanas, venían a 'Las Monjas', mi amado 'Buen Consejo', los niños de Letras del colegio de chicos. Entonces, uno y otro no eran sólo los colegios de las hermanas y los hermanos, de las monjas y los curas como decíamos, sin saber que los hermanos de La Salle son laicos, es decir, fieles a la Iglesia pero sin ordenación como sacerdotes. Entonces, los colegios eran uno el de las niñas y el otro el de los niños.
Ambos atendían con solidaridad a las familias más necesitadas para que no hubiera alumnos que tuvieran que dejar de estudiar en sus centros por falta de recursos. Se hacía con mucha discreción en un clima de 'niños bien', porque ni en La Salle ni en Las Monjas estudiaban los menos adinerados sino por el contrario la crem de la crem de la Melilla franquista, que en gran medida eran hijos de altos militares, sin excesivo sueldo pero sí muchas prebendas para compensar los costes de las familias hiipernumerosas que solían tener. También eran colegios de hijos de empresarios bien situados y de profesionales liberales de notoria solvencia y relevancia social.
Mi padre fue sastre y mi madre sastra. Empleados, nunca propietarios en la Sastrería Baratech y, en ese ambiente, de muy pequeña, cuando me preguntaban siempre hablaba de la sastrería de mi padre porque para mí era eso, hasta que D. Ignacio, mi papá, me corrigió y me dijo que nunca más dijese que la sastrería era suya. El sólo era un maestro cortador que había estudiado en Barcelona el oficio y que tenía mucho arte para todo, empezando por saber vestir con suma elegancia a quienes podían permitírselo. A él y a mi madre no les dolió nunca pagarnos a mí y a mi hermana los estudios en un colegio privado, porque querían que fuéramos 'señoritas'. Nos lo dieron todo, como tantos padres, sin que en mi caso al menos haya sido capaz de devolverles ni una mínima parte.
Ayer, cuando llegue al acto primero del centenario de 'La Salle', el personal del Kursaal me atendió de maravilla y me sentó en el palco de autoridades, totalmente vacío y sin más ocupación que la mía. Ante tantos discursos como se anunciaban, tomar nota de pie y prácticamente a oscuras resultaba una proeza imposible. Se apiadaron de mí y me sentaron donde posiblemente no vuelva a sentarme jamás en la vida.
Los asientos vacíos contiguos los ocuparon la memoria de mi padre y de mi tío Ramón, ambos estudiantes de La Salle, como lo fui yo ocasionalmente y lo es hoy en día mi sobrino Adán. Una prueba viva, como tantas de las que se acumulaban anoche en el aforo del Kursaal, de que la historia sigue y prosigue. De ahí la grandeza de un centenario con vocación de celebrar el segundo con los mismos brios y satisfacciones que este primero.
La Salle, como 'Las Monjas', ha cambiado muchísimo. Ya no es el colegio vetusto, de disciplina extrema, apta sólo para chicos y tan distinta en el trato al que nos daban las hermanas del 'Buen Consejo' cuando mis clases de principios de los 80, en aquellos pupitres antiguos, símbolo de que el colegio empezaba a aparcar lo viejo para someterse a la revolución que un lustro después supuso convertirlo en un colegio mixto.
Aprendí en ambos centros todo lo que sé sobre gramática y lengua española, latín e inglés. Con los años he cogido oficio en esto de la escritura pero la base me la dieron ellos.
Me enseñaron a convivir respetando al diferente, a ser realmente solidaria y generosa, a ver por encima de las apariencias aunque en mis tiempos infantiles ser hija de trabajadores fuera objeto de chascarrillo y rechazo por algunas niñas más poderosas cuyos padres ejercían el alto mando militar en esta ciudad.
Frente a las excepciones, que no dejaban de ser 'cosas de niñas' aunque pudieran parecer ejemplos de toda una época afortunadamente más que enterrada, tuve y conservo, desde aquellos tiempos iniciales en el colegio, las mismas y queridas amigas que hoy en algún caso son destacadas docentes en los mismos centros, como Virginia Ruiz Martos, profesora de literatura en 'Las Monjas'.
El centenario de La Salle, como ayer quedó de manifiesto, es el centenario de muchas vidas y un reflejo de la historia de nuestra ciudad. Como tantos melillenses que han pasado por sus aulas, sólo puedo sumarme a este magnífico cumpleaños y desearle a La Salle una larga vida en Melilla, porque su labor es tan loable como la siembra que supo dejar en muchos de nosotros.