Sí, hay muchos motivos en este país y en el resto del mundo para indignarse, para revelarse contra la dictadura de los mercados y capitales que cada vez deshumaniza más nuestra vida y pone en riesgo las garantías sociales que se han ido conquistando con el paso de los años. Sí, hay motivos para indignarse porque los Estados se han quedado pequeños para resolver problemas supranacionales que los superan, mientras son mastodónticos e inútiles para solucionar nuestros conflictos domésticos, nuestras necesidades más cercanas o esenciales, ahogándonos en la burocracia, los impuestos que luego se despilfarran, la sobredimensión de unas Administraciones públicas que ayudan a crear desigualdades pero que resultan muy idénticas a la hora de acumular costes por cargos de Gobierno, de representación, dietas y demás gastos se dice corrientes.
Hay muchos motivos para indignarse y clamar por otra forma de hacer política, con menos hipocresía, más sinceridad, más lealtad al compromiso de prestar servicio público. Pero no es con el voto inútil, el voto nulo o la abstención como podemos empezar a cambiar la sociedad. No estoy de acuerdo. Y la surgencia de este movimiento en nuestro país, justamente cuando estamos a las puertas de unas elecciones, con infiltrados de por medio al servicio solapado de algunas candidaturas, ni me gustan ni me convencen.
Hay muchas razones para protestar. No imagino cómo me sentiría si fuera parte de esos casi once mil parados que suma Melilla o los casi cinco millones que se reparten por toda nuestra geografía nacional.
Ayer, el movimiento de indignados llegó a la ciudad y afortunadamente no tuvieron el descaro de sumarse activistas conocidos de partidos políticos. Alguno hubo e incluso consiguió medrar para que la pancarta con la leyenda “PP y PSOE son la misma M…” se quitara de en medio.
Políticamente correctos, se pidió que no hubiera alusiones a ningún partido en concreto. Un gesto a fin de cuentas de civismo en los previos de la jornada de reflexión, antesala del día de las votaciones.
Todos –unos más que otros, es verdad- nos sentimos indignados con este país que tenemos y algunos especialmente con la política que se ha venido siguiendo en esta ciudad en los últimos años. Lo que ocurre es que la indignación por sí misma no es solución y que en el enredo sólo hay ganancia de pescadores, amén de falta de alternativas que tampoco prometen nada mejor, al menos en lo que a Melilla respecta y desde mi muy subjetiva opinión.
La democracia real se hace día a día, implicándonos en nuestra vida pública, aún a costa de que el devenir cotidiano se nos haga más difícil, nos exija mucho más esfuerzo y acabe incluso por agotarnos.
Siempre me he sentido libre, relativamente libre porque la libertad absoluta no existe. Tiene sus condicionantes por muchos motivos. Pero les aseguro que desde que empecé a escribir esta sección hace ya 21 años –se dice pronto pero llevo acumuladas miles de ‘Dianas’- nadie jamás ha intentando –ni yo he consentido- imponerme o dictarme lo que tenía que escribir. Sí es cierto, lo he dicho mil veces, que no escribo todo lo que pienso porque me debo a una cabecera y al cargo que ostento en este medio como antes lo he ostentando en otro, pero también que jamás he escrito nada que no pensara.
Solita me he complicado la vida, he ido más lejos siempre de lo que nadie me pedía, de lo que ninguna empresa para la que haya trabajado pudiera exigirme. Soy tozuda en mi trabajo y con ese empeño me he movido desde que me inicié en estas lides, hace ya 28 años cuando no era más que una jovencita que aún tenía muchísimo que aprender.
Mi valores son el esfuerzo, el sacrificio, el apego a la sinceridad y una fidelidad conmigo misma que no siempre soy capaz de cultivar como realmente quisiera, porque ni soy ejemplo de nada ni soy mejor que nadie.
Y como yo, pienso que hay muchos hombres y mujeres que trabajan horas y horas para progresar por sí mismos y sacar a sus familias adelante.
Nuestro sistema político debe cambiar y mejorar, pero no será con simples poses de protesta sino de forma articulada y realista, consecuente con lo que tenemos. Por eso, llamo al voto, al voto consciente en una sociedad que debe sopesar cuántas cosas han ocurrido en esta campaña electoral que, por fin, acabó ayer y que, tristemente, ha socavado más de lo que quisiéramos muchas relaciones personales, porque nada será igual después de tantos insultos, amenazas, vituperios y barbaridades como han venido diciéndose desde mucho antes de iniciarse la precampaña electoral.
Podría decirles que tras las votaciones de mañana deberíamos hacer borrón y cuenta nueva, pero no, nos hemos retratado para bien o para mal y que cada cual apechugue.
Lo que sí deseo, gane quien gane, es que los resultados sirvan al menos para imponer una nueva forma de hacer política, con menos personalismos por parte de triunfadores y perdedores, con más transparencia en la gestión, tal cual nos han prometido todos los partidos, y más respeto en general y generosidad a la hora de administrar el poder, Entre todos debemos hacer una Melilla con más fortalezas y menos debilidades. Sólo deseo que las urnas ayuden a hacerlo posible.