Agrandes rasgos puede parecer que todos los partidos dicen lo mismo. Unos poniendo el énfasis más que otros en determinadas cuestiones pero todos aparentemente dispuestos a hacer una Melilla más sostenible, con más espacios peatonales, menos atosigamiento por parte del tráfico rodado, mejores transportes públicos, con una gestión de Gobierno más clara y transparente y medidas en gran parte parecidas sino idénticas para combatir el paro, auxiliar a los más dañados por la pobreza y conseguir, en suma, una ciudad más justa e igualitaria.
En ese marco unos se enfrentan más que otros directamente y la lucha identitaria se repite especialmente entre PP y CpM, que mutuamente se acusan de intentar libanizar Melilla. Los primeros fundamentan sus acusaciones en los escritos que circulan por las mezquitas y últimamente a través de Internet y que supuestamente están siendo difundidos por CpM, cuando no por un candidato cepemista que a su vez es secretario de la Comisión Islámica de Melilla. En ellos se reproduce la famosa fatua del imán jordano que pide el voto de los musulmanes para los musulmanes y un escrito, del presidente de la aludida CIM, en el que efectivamente no se pide el voto explícito para CpM pero en el que sí se rechaza abiertamente el voto para el PP, bajo la acusación, literal, de que los populares intentan libanizar la ciudad o, lo que es lo mismo, promover el severo enfrentamiento y distanciamiento entre las principales comunidades que conforman Melilla.
Ese discurso de enfrentamiento extremo entre PP, CpM y sus aliados de la CIM está marcando en demasía una campaña electoral que, en su radicalización, puede derivar en el efecto contrario al pretendido por populares y cepemistas.
No voy a criticar que el PP censure lo que a priori es del todo censurable, tal cual es la peligrosa mezcla entre política y religión, pero sí sería aconsejable que se desproveyera de la carga beligerante con que sus dirigentes suelen referirse a la misma cuestión.
Tampoco voy a criticar que los cepemistas, en el uso justo de sus derechos, denuncien el vandalismo contra su cartelería, pero sí la carga injuriosa con que adoban sus adjetivos contra los autores de esos mismos atentados contra su propaganda electoral.
Estamos en campaña electoral pero esto no es escusa suficiente para subir el diapasón del discurso público hasta extremos del todo inadmisibles. Ni es de recibo que se tache de mafia y de mercenarios al servicio del presidente del PP a quienes han atentado contra la cartelería cepemista, ni tampoco que se identifique a CpM un día sí y otro también con un partido antidemocrático que no merece tener presencia en Melilla ni, por ende, en España.
Particularmente creo que en el desparrame electoral ambos partidos se están cegando en exceso y están incurriendo en un discurso envenenado que no conviene al conjunto de los melillenses.
El 23 de mayo unos y otros tendrán que convivir con la representación electoral que los ciudadanos les hayan otorgado, y con el consiguiente respeto que el electorado de unos y otros obligatoriamente les ha de merecer con independencia de a quien se haya votado.
El nerviosismo extremo nunca es bueno en ningún orden, pero tampoco en política ni mucho menos en plena campaña electoral, más aún cuando una radicalización excesiva del discurso puede acabar hiriendo sensibilidades que no se desean dañar.
A pesar de mis muchas diferencias públicas con el proceder de un partido, CpM, que creo ha ido involucionando con el paso de los años, hasta replegarse en una formación de tono claramente identitario y dirigida de facto y exclusivamente a la comunidad musulmana, siempre he creído que la obligación principal de todos los melillenses es trabajar por una sociedad ecléctica, en la que nos sintamos cada vez más iguales a pesar de nuestras diferencias –en mi opinión perfectamente salvables- por razón de nuestro origen, cultura materna o confesión religiosa.
Por eso, nunca he creído que CpM fuera entre los posibles partidos surgentes entre la comunidad llamada sociológicamente musulmana o de españoles de origen amazigh, un grupo radical o contrario a la normalidad democrática. Si pienso que su líder ha explotado en exceso el enfrentamiento personal contra el actual líder del PP y que ha sembrado en ese terreno, en casi todas las ocasiones sin pruebas válidas, una agria brecha que ya mantuvo prácticamente en los mismos términos en tiempos de Ignacio Velázquez como presidente del PP y de la Ciudad, y que ahora viene reeditando con la misma inquina en contra del presidente Imbroda.
Aberchán ha extremado su discurso y lo ha conducido hacia derroteros que explican el por qué de su retroceso electoral en las pasadas elecciones de 2007, pero está logrando que sus oponentes se radicalicen también en exceso, lo que quizás a estas alturas pueda ser bueno para Aberchán pero no para el total de los melillenses.