La noticia de que el ‘Toro de Osborne’, el símbolo con el que identifican a España muchos de los extranjeros que visitan nuestro país, vaya a cruzar el Estrecho para acoplar su imponente silueta a la de nuestra ciudad, corrió ayer como un reguero de pólvora por Internet y provocó, en el chat a pie de información de ‘El Mundo’ digital, nada más y nada menos que 325 comentarios en poco más de un par de horas. Como dice el refrán, que hablen de uno aunque sea mal. En esta ocasión, más que mal el tema ha resultado controvertido, porque de controversias la vida está llena, aunque también hay que señalar que una amplísima mayoría de los post relativos a la fusión de nuestro horizonte con un símbolo tan publicitario como finalmente patrio, era más favorable que lo contrario.
La idea de poner el ‘Toro de Osborne’ en Melilla surgió de coña como vulgarmente se dice, en un programa de Onda Cero, ‘Salida de Emergencia’, realizado por diversos periodistas de diferentes medios, que de forma altruista colaboraban con el hoy director de la misma emisora en Melilla, Ventura García.
Posteriormente, crearon un grupo de apoyo a la idea en Facebook y el Gobierno local hizo suya la iniciativa para establecer un convenio con la empresa Osborne S.A., que finalmente ha accedido a donarnos su histórico símbolo, a la postre y como digo, mucho más que un reclamo publicitario para convertirse en un emblema de un país, el nuestro, también conocido como el de la piel de toro.
En nuestra ciudad, la idea ya ganó adeptos y desafectos a lo largo de los últimos tiempos, posiblemente más de un año. Para unos, es una muestra más de la tendencia ‘facha’ del Gobierno Imbroda, un brindis de la derecha por el patriotismo de charanga y pandereta, por la España cañí, ya de modé y totalmente anacrónica. Para otros, el ‘Toro de Osborne’ no tiene color político, es absurdo convertirlo en una insignia de la derecha contra la izquierda y más aún monopolizarlo electoralmente bien como arma arrojadiza contra el adversario, bien como valor que identificar con una tendencia política determinada.
Para mí, el ‘Toro de Osborne’ forma parte de mi imaginario desde muy pequeña y por ello, a diferencia de otros, ni lo relaciono ni identifico con el franquismo que me tocó vivir hasta que el Caudillo muriera cuando yo tenía 12 años. Y no precisamente porque no recuerde la Melilla franquista, con su tótem en la Hípica y la casta militar como la predominante, aún con independencia de que no fuera la que acumulara más riquezas económicas pero sí más poder y posibilidad de obtener prebendas.
Me eduqué en el Mantelete, me llevaron al Colegio del Buen Consejo y viví muy cerca de unos pabellones militares en los que los asistentes limpiaban ventanas, hacían de chachas y recogían y llevaban a los retoños de los mandos militares al Colegio, o hacían las compras en el Economato militar que entonces se ubicaba en parte de la muralla de acceso al Foso del Hornabeque.
Por ese recuerdo no estigmatizo al Ejército de hoy, ni creo ni pienso que todos los militares no puedan ser otra cosa que franquistas por mor de esa historia que para algunos constituye al parecer una herencia insoslayable y determinante de muchas cosas de nuestro presente. Mi opinión es otra y tengo motivos fundados para defenderla en lo tocante al estamento castrense pero también en lo relativo al ‘Toro de Osborne’.
Hacer un banderín político de esa imagen, que no es otra cosa que un reclamo publicitario hoy en día más asociado a la marca España que a la marca Osborne, me parece extremar el debate en exceso, tergiversarlo y adulterarlo hacia posiciones que sólo acaban buscando el estéril enfrentamiento.
Otro tanto pienso de los que ya han sacado punta a la iniciativa queriéndola convertir en un intento de provocación a Marruecos. Unos abominando de ella por tal motivo, en una clara expresión acomplejada de nuestro derecho a vivir nuestra españolidad como nos dé la gana, y otros con un paternalismo igualmente abominable que lejos de mejorar enreda y dificulta a mi entender las relaciones más abiertas y leales que debemos mantener con nuestros vecinos marroquíes.
Sinceramente pienso que hasta los que critican acabarán haciéndose fotos con el ‘Toro de Osborne’, poniéndolas en Facebook y mandándolas a sus familiares y amigos residentes fuera de Melilla.
En esto de los símbolos hay algo de lo que no cabe duda y es su valor intrínseco que en nuestro caso sirve para acercarnos más al país del que formamos parte desde hace más de quinientos años, por voluntad propia, por opción libre, porque somos y nos sentimos españoles y porque además tenemos derecho a enorgullecernos de ello, sin que esto presuponga nada ideológica, partidista ni electoralmente.
Mis felicitaciones a los compañeros de prensa que tuvieron tan feliz y exitosa idea, por su originalidad, acierto y confianza en que lograrían conectar, como lo han hecho, con una gran mayoría de melillenses. Sólo en Facebook, la Plataforma por la Implantación del Toro de Osborne logró 1.900 seguidores.