El despertador de Fátima suena todas las mañanas a las 7:00 horas. Su marido y sus dos hijos, Wassim de cinco años y Ryan de seis meses, siguen durmiendo.
Tras una ducha se dispone a preparar el bocadillo y la mochila de Wassim. “Entra a las nueve a clase”, explica. Parece el día a día de cualquier familia, pero Fatima y los suyos viven en la calle José Antonio Primo de Rivera, habitación 103. Hotel Nacional. Lo que para algunos es una práctica habitual debido a cuestiones de estatus y comodidad es para Fatima una mera forma de sobrevivir. Tras el terremoto del pasado 25 de enero fueron desalojados de su casa por el peligro inminente de derrumbe de algunos muros y vigas. Los hechos coparon medios locales y nacionales. Atrajeron la atención de cámaras y público por semanas. Han pasado cuatro meses desde la catástrofe, pero la situación de esta familia no ha mejorado. Un mosaico de vidas para reconstruir unos hechos más allá de los focos. “Mi casa quedó en ruinas. Ahora no tengo nada. La vida de mi familia ha cambiado completamente”, son las primeras palabras de esta joven madre. Fátima está curtida por los golpes que ha recibido con el paso de los años. “Tengo dos hijos, estoy en paro y mi marido se encuentra en situación irregular y no consigue la residencia legal en España”, cuenta. No obstante, quedarse sin hogar por los seísmos ha calado fuerte en su ánimo. “Apenas duermo por las noches. Para no preocupar a mi pareja muchas veces me hago la dormida”, explica. Es evidente que sigue procesando el drama vivido, el luto de la pérdida y la tristeza de la devastación. “Pienso mucho y a veces me quedo despierta hasta las tres o cuatro de la madrugada”, señala. “Estoy agradecida por poder contar al menos con un techo y nos amoldamos como podemos”, afirma. Conscientes de que su estancia en el hotel puede prolongarse en el tiempo, Fatima y su marido han comenzado a adaptar la habitación a sus necesidades con lo que tienen a mano. “Mi marido encontró unas cuerdas y las hemos colgado en la pared para tener un lugar donde poner a secar la ropa”, dice. Esta joven no solo hace la colada en la habitación, también plancha y prepara la comida en un mismo espacio, quitando así todo el glamour que puede tener una estancia en un hotel. “La gente cree que estamos de vacaciones, pero aquí no tenemos intimidad”, manifiesta.
Espacio austero
Fatima describe la habitación en la que reside como un espacio austero ocupado por una cama, una silla, un sillón y una mesa. Un hogar poco acogedor para dos niños pequeños. “Mi hijo de seis años siempre me pregunta cuándo volveremos a casa”. Pero regresar a su antiguo piso en calle Capitán Viñals no será posible. Estaban en régimen de alquiler y de momento no saben si el dueño volverá a reconstruir un hogar desde el polvo. Buscan desesperadamente una nueva vivienda. Cada día, después de dejar a su hijo en el colegio visitan las distintas agencias inmobiliarias con la esperanza de que oferten algún piso por 300 euros al mes. Negativo. Hasta ahora sólo se han topado con precios desorbitados para su bolsillo.
Fiesta de cumpleaños
Ryan, el hijo pequeño de Fatima tiene apenas siete meses y descubre a gatas los espacios de la habitación en la que viven. Fatima dice que su mayor deseo es encontrar un hogar antes de octubre. “El 13 de octubre es el cumpleaños de Ryan y solo pedimos que pueda tener una fiesta de cumpleaños digna”. Es la primera frase que pronuncia sin mirar al suelo, como si esas palabras fueran lo único que le da esperanza ante el panorama que tiene a su alrededor. Ella misma sabe que el reto se presenta complicado. “Los pisos más económicos estaban ocupados por nosotros”, explica. Pagaba 120 euros al mes. “Lo que queda es muy caro. Además, si estás en situación de desempleo es muy difícil que te alquilen una vivienda”, lamenta. Su mirada vuelve a bajar cuando confiesa que el único ingreso con el que cuentan, proviene de la venta ilegal de pescado en el Rastro. “A veces llaman a mi marido para que ayude en la venta ambulante y cómo va a decir que no”. Las lágrimas amenazan con salir de sus pupilas. Se detiene y tras un breve momento continúa: “Algunos días puede traer 30 euros a casa y otros días nada”, dice. “Lo que gana lo gastamos en pañales”, afirma. Cuesta imaginar que una familia pueda sobrevivir con apenas 100 euros al mes. Fatima es el vivo ejemplo de que querer es poder. “Intentamos no tener gastos y la comida la recibimos en el comedor social”, explica. Esta joven asegura que la vida ya le ha castigado lo suficiente y que nunca pensaba que también la fuerza de la naturaleza iba a cruzarse en su destino para quitarle de la noche a la mañana lo poco que tenía. “Antes al menos contaba con una casa, ahora no tengo nada”, afirma. No obstante, en la mirada de esta madre, puede encontrarse el deseo y la voluntad de sanar, aliviar, cicatrizar, pero sobre todo de encontrar un techo digno. Fecha límite 13 de octubre.