EL jurado popular del juicio por el crimen de La Alcazaba halló ayer culpable de asesinato a Salah El Kajjoui Mohand.
El veredicto estaba cantado pese a que a día de hoy no ha aparecido el arma del crimen. Qué más pruebas que dos muertos y las amenazas de muerte que lanzaba una y otra vez a su mujer, la madre de su hija, de sólo dos años. Una joven marroquí que se instaló en Melilla, en la casa de sus tíos maternos, huyendo de la violencia machista de su marido. También el de un chico que estaba con ella aquella noche.
De nada sirvió la orden de alejamiento impuesta por el Juzgado de Violencia sobre la Mujer de Melilla. Salah El Kajjoui Mohand vio a su ex mujer Hanan con Mhamed Oualkadi y presa de los celos la mató de una puñalada en la aorta. Al joven que estaba sentado a su lado en la escalera de la ensenada Galápagos le dio tiempo a huir escaleras arriba, pero al parecer, el asesino lo alcanzó y le asestó nueve puñaladas. Quedó tendido junto a los contenedores de basura de La Alcazaba.
Historias como ésta se repiten una y otra vez en nuestro país. El machismo sigue sin ver a la mujer como un igual, sino como una propiedad, algo que le pertenece y sobre lo que tiene derecho, hasta el punto de arrebatarle la vida.
Ayer el asesino de La Alcazaba comentaba a su abogado su voluntad suicida. Es lo que hace la mayoría. Se sienten Dios y por eso se arrogan el derecho a decidir quién vive y quién no. Hasta dónde llega la vida y por qué.
Las mujeres han conseguido muchísimas cosas en este país. Pero aún queda mucho por hacer. No hay una fórmula mágica para acabar con el machismo ni existe un algoritmo para poner fin a la violencia de género porque ésta no entiende de razas ni de clases sociales. Está arraigada en la cabeza de mucha gente y hay que desterrarla con educación, pero también con más recursos.
No se le puede pedir a una víctima que dé el paso definitivo si luego la dejamos tirada sin dinero y con hijos a merced del maltratador. Ésa es la asignatura pendiente que tenemos todos.