La guerra contra el yihadismo no la puede ganar un sólo país, principalmente porque es un problema que afecta a la comunidad de países en los que impera la ley, los derechos humanos, la democracia y la libertad.
Los sucesos vividos en Francia en los últimos tres días vuelven a demostrar que es imprescindible la unidad y la cooperación para acabar con los trastornados fanáticos que actúan en solitario, coordinados en grupos o dirigidos de modo jerárquico por líderes tan dementes como ellos mismos.
Los hechos sufridos por nuestros vecinos del norte nos han enseñado cómo se une un país ante la adversidad. Los franceses han dado un ejemplo de pueblo civilizado frente a quienes buscan el caos para imponer sus pensamientos dementes. La unidad de la que han hecho gala los franceses durante estos tres días será imprescindible en el futuro para erradicar de su país cualquier rastro de fundamentalismo asesino. En ninguna región de la Unión Europea y del resto del mungo debe haber sitio para quienes empuñan las armas como único ‘argumento’ para hacer valer sus ideas. Y tampoco debe de haber espacio para quienes proponen soluciones claramente racistas o excluyentes para abordar el problema del fanatismo terrorista que no tiene nada que ver con las razas, las creencias religiosas o las diferencias culturales.
Y finalmente, los acontecimientos de Francia han vuelto a dejar patente hasta qué punto es necesaria la cooperación internacional. A medida que la asistencia y el apoyo entre países vaya mejorando y la colaboración policial, judicial y política sea mayor, cada vez estaremos más cerca de poner fin a esta lacra que intenta acabar con nuestro modo de vida basado en la libertad.
Las ‘enseñanzas’ de los sucesos en territorio francés deben aplicarse en la escena internacional, pero también hay que saber llevarlas al ámbito local. La batalla contra el fundamentalismo hay que ganarla ciudad a ciudad, barrio a barrio y puerta a puerta. Melilla, como el resto de ciudades españolas, europeas y civilizadas, no debe dejar un sólo resquicio para que arraigue el radicalismo asesino. La unidad de nuestros partidos es fundamental para hacer perder cualquier mínima esperanza de amparo político a los fundamentalistas. Además, nuestra sociedad multicultural tiene que ser capaz de salir en defensa de los ciudadanos de una determinada fe cuando los preceptos de su religión estén siendo manipulados por asesinos para justificar crímenes. Hoy los dementes fundamentalistas se esconden bajo un credo como antes otros criminales buscaban refugio bajo una bandera. No deben encontrar cobijo manipulando símbolos o sentimientos religiosos. No hay ninguna justificación para imponer ideas o creencias con la muerte y el terrorismo como principales argumentos ni en Francia ni en Melilla ni en cualquier otro lugar del mundo donde impere la ley, la democracia y en el que la libertad sea el bien más preciado por sus ciudadanos.