Un año después de aquel trágico viernes de junio, no mucho más se sabe sobre lo que ocurrió en ese punto de la frontera sur de Europa denominado, por quienes simplifican el lenguaje y abundan en el error, ‘la valla de Melilla’. Melilla no tiene dentro de su catálogo de infraestructuras, ni básicas ni de otro tipo, como ciudad, valla alguna. En todo caso, la Unión Europea y por encomienda el Estado, y es ella, especialmente a ella, la UE, a quién atañe la responsabilidad de lo que ocurre en su relación con el otro lado, un país extracomunitario.
Es recurrente incidir en esto, pero necesario también recordar la condición española, europea y norteafricana de Melilla, así como de Ceuta, que, sujetas ambas a su situación geográfica y a eso que suele citar como la geopolítica, no dejan de ser más que dos territorios en el mapa autonómico español. Si acaso, son los ciudadanos de ambas ciudades autónomas quienes sufren solidariamente el impacto de tantos y tantos incidentes en ese vallado que separa al territorio comunitario europeo con Marruecos.
Son días de recuerdo y aniversario; de reivindicación y protesta también, enmarcadas en lo que una sociedad democrática, como la española, permite. Al otro lado de la valla, bien es sabida su opacidad y ‘permisividad’ ante la reclamación que estos días reverdece por la efemérides, por lo tanto, más allá de citar a la otra parte, no parece haber habido muchos intentos de manifestarse al otro lado y pedir explicaciones. Esa es una de las diferencias de un Estado y otro. El nuestro, con sus defectos, independientemente al signo político que impere, con mayor o menor atino, atiende a las normas básicas de humanidad y a las reglas del Derecho.
Y en esto, mención justa siempre merecen las Fuerzas y Cuerpos de Seguridad del Estado, especialmente la Guardia Civil al ser custodio de la valla. Quizás adoleciendo de una seguridad jurídica más adecuada, de medios más apropiados para situaciones de tal extremidad como las que se vivieron y, probablemente se vivirán; mereciendo una mejora en su equiparación salarial, pero siempre intentando compaginar la humanidad con el ejercicio de la responsabilidad de la defensa del territorio nacional, llevan a cabo la labor más dura y amarga.
Ante una situación catastrófica para el género humano, como la vivida un año atrás, se producen dos maneras de actuar. La de España, con sus errores, pero en conciencia y responsabilidad frente a la tragedia migratoria y la de Marruecos, presuntamente marcada por las complejas relaciones con la primera y atada a sus intereses, que sabe anteponer.
Intereses que imponen para marcar los tiempos con demostrada y clara autoridad. Por ello, debe ser siempre la casa común, Europa, quien puede y debe exigir que, provecho económico o de soberanía aparte (que siempre están unidos), la vida humana debe valer lo mismo a uno y otro lado de eso a lo que coloquialmente se cita como la valla.