A lo largo de los siglos, la conservación y el posterior cuidado del patrimonio cultural es un cauce idóneo para vincular al hombre y la mujer con su idiosincrasia, porque aquello que hemos heredado, haciendo mención al sentido etimológico de la conceptuación de ‘patrimonio’, representa nada más y nada menos, que el valor simbólico de un sinfín de identidades fraguadas en el diálogo permanente del ayer y del hoy.
Pero, si existe un colectivo singular que se identifica enteramente con el legado de sus tradiciones, este no puede ser otro que la Institución Castrense, siempre incardinada en sus acciones denodadas, formando parte indisoluble del acontecer de España como Nación, y como tal, convirtiéndose en protagonista esencial de su producción patrimonial y consignatario de ella.
A través de su semblanza impertérrita, atesora un conjunto de bienes incalculables, bien ‘materiales’ o ‘inmateriales’, recibidos de sus antepasados como un acervo refinado. Y cómo tales, centellean en el espíritu de esa comunidad, país y en general, de la humanidad. Obviamente, con su buen hacer y satisfaciendo su sello característico, estos bienes se transfieren para gloria de España. Con lo cual, la herencia concerniente al universo militar adquiere múltiples expresiones, emanadas de un patrimonio ‘inmueble’ o ‘mueble’ milenario, como bien podrían ser las defensas abaluartadas que surgieron de las aguas temerarias, llámense fortificaciones y recintos amurallados; o los acantonamientos y cuarteles que hospedaron a las Tropas para dar protección a los territorios; o los vestigios que quedaron de las operaciones belicosas, como zanjas, torres, blocaos, bunkers o fábricas de armas, entre otras.
A ello hay que añadir los espacios fidedignos y testigos directos de cientos por miles de vicisitudes memorables, osadas e intrépidas, como los campos de batalla. Asimismo, entre los ‘bienes muebles’ podrían referirse armas, uniformes, banderas, condecoraciones, pertrechos, etc.; además, de fondos documentales y bibliográficos, que ejemplifican de puño y letra un después retrospectivo que es posible trasladarlo a los tiempos reinantes.
En lo que atañe al ‘patrimonio inmaterial’, pueden considerarse los ceremoniales militares, o el juramento o promesa ante la Bandera, protocolos de ascenso, entrega de armas y una extensa recopilación de fórmulas y elementos consonantes como gestos y retóricas específicas, lecturas, himnos o danzas entrelazadas con la materialización del Servicio Militar Obligatorio, que paulatinamente generaron un vínculo indisoluble entre el Ejército y una porción de la sociedad a la que sirve.
También, podría sintetizarse en esta breve exposición, el ‘patrimonio etnográfico’, encarnado en las herramientas e instrumentos, artilugios e ingenios originarios de zonas remotas, donde España ofreciendo lo mejor de sí en favor de su soberanía, enarbola con orgullo sus banderas.
Si esta evidencia la incorporamos en la práctica del día a día, tomemos como ejemplo la infinidad de ocasiones que nos cruzamos ante el semblante sigiloso de alguna estatua, monumento o busto representativo que personifica a alguien o algo en una plaza, jardín, alameda o paseo determinado y que por entonces, fue y sigue siendo, el rastro de esa historia y cultura colectiva que es riqueza de todos.
En concreto, me refiero a insignes y gloriosos militares o unidades con sus hazañas valerosas y hechos heroicos de un anecdotario labrado con sudor y sangre, porque cada uno de estos símbolos han sido erigidos como epicentros de sus respectivos acontecimientos puntuales, así como apelaciones inconfundibles en la construcción identitaria y de pertenencia del Estado que conformamos.
“La palabra mueve y el ejemplo arrastra y un comportamiento intachable, virtuoso y honrado tallado en piedra, bronce o hierro como el que sublima el Soldado de los Ejércitos de España en cada uno de los lugares privilegiados de la geografía española y fuera de ella, es indisociable como bien patrimonial”
Sin embargo, las distintas opiniones en cuanto a su diseño, emplazamiento y apropiación, nos permite apreciarlo como nexos expresivos del armazón histórico y sociocultural, por la representación de lo urbano entre los diversos actores e instituciones sociales.
Luego, el lenguaje de la memoria, valga la redundancia, irrumpe en el imaginario y la producción de otras memorias, como una manifestación actual en prácticamente todas las épocas y el siglo XXI, no es una excepción.
Toda vez, que en estos últimos años padecemos la fiebre iconoclasta que, por doquier, avanza, con la distorsión histórica e intelectual y un mar de decadencias y asedios vandálicos y devastadores, mezclados con la ignorancia, el racismo antihispano y la cristianofobia de exasperación sectaria hacia los símbolos de porte español, que indudablemente nos hace reflexionar seriamente, si tachando o eliminando el pasado, se restaura el presente.
Por lo tanto, salvaguardar el respeto de cuantas agresiones, asaltos y ataques o cualquier pintada, por muy insignificante que esta sea a los emblemas que representan el rico patrimonio cristalizado en una sucesión de credos, decálogos, mandatos e idearios, como los que propiamente engrandecen a los Ejércitos de España, debería otorgársele el apoyo prioritario que merece.
Bien es cierto, que no me estoy refiriendo exclusivamente al ‘patrimonio militar’ en una faceta circunscrita a los objetos, enseres, construcciones u otros bienes únicamente emparentados con actividades bélicas, o el campo de batalla como puede ser un cañón o fusil, sino a la totalidad de los bienes que por sus características y el desempeño que ocupan en las recreaciones alegóricas tan imprescindibles para la conformación de identidades, guardan una estrecha relación con el concepto genérico de ‘patrimonio’, pero con la naturaleza genérica del ‘patrimonio material’, acotando el ‘patrimonio histórico artístico’.
Desde esta perspectiva, para producir un mensaje conveniente, íntegro y veraz, es necesario dar a conocer el relato de la ‘Carrera de las Armas’ para hacer didáctica de la guerra desde el posicionamiento que concibe Hanson, V. “The father of the us all. War and history”. Bloomsbury Press. 2010: “La historia militar tiene un propósito moral: enseñarnos los sacrificios pasados que han hecho posible nuestra libertad y nuestra seguridad actuales”. Si bien, en España, prevalece un nivel elevado de politización que sobrepasa la clarividencia que tiene el español medio de sus Fuerzas Armadas.
En otras palabras: es preciso indagar las certezas de ese vestigio que contemplamos en nuestro transitar, antes de hacer un pronunciamiento erróneo o definitivo, y que irremediablemente puede incidir deficientemente en la conciencia de defensa, para que por momentos sea susceptible de ser valorado desde un prisma deformado.
Recuérdese al respecto que el dietario bélico español en los siglos XIX y XX, respectivamente, se caracterizaron por los enfrentamientos armados: las tres ‘Guerras Carlistas’ (1833-1840; 1846-1849; 1872-1876); la ‘Rebelión Cantonal’ (1873-1874); la separación de Cuba y en 1898 la cesión de Filipinas, Puerto Rico y Guam; y, por último, la ‘Guerra Civil Española’ (1936-1939). A ello hay que añadir, la política de neutralidad en el desarrollo de las dos ‘Guerras Mundiales’ que devastaron el Viejo Continente.
En realidad, con la ‘Guerra de la Independencia’ (1808-1814) y la invasión francesa, dejando a un lado los conflictos de Marruecos, los españoles no han combatido conjuntamente contra un mismo enemigo que haya pretendido invadir la Península. Lo que tal vez, hubiera nutrido más el sentimiento patriótico y una mayor agudeza en la contribución aportada y preparación en tiempos de paz, que sin tregua las Fuerzas Armadas de hoy prosiguen con ahínco.
Tampoco resulta incoherente fundamentar, que se deja entrever una clara disociación entre los valores que incumben a la seguridad y la defensa. Sobre todo, los fuertes vínculos que deben concurrir entre ambos, no quedan lo suficientemente claros.
Es decir, la defensa no facilita la seguridad.
De este modo y por deducciones legendarias, se engrana la ‘seguridad’ con el interior y la ‘defensa’ como la salvaguarda contra las amenazas que sobrevienen del exterior. Probablemente, el pacifismo contenga una fuerte predisposición antimilitarista, arraigado en el devenir contemporáneo de la lucha y en una dictadura emanada de la ‘Guerra Civil’ que perduró hasta el año 1975.
Y qué decir, de la concordancia del franquismo con el Ejército, pudiendo haber sido desproporcionada, al valorarse que no se consolidó en una dictadura militar ni pretoriana, sino que recayó en el régimen tutelado por un militar.
Yendo al tema en cuestión que me lleva este pasaje, las guerras, acometidas y embates, han reproducido en los lapsos una grave amenaza para la integridad del ‘patrimonio cultural’.
Desafortunadamente, este riesgo se origina repetidamente con destrucciones masivas de cuantiosos bienes culturales ‘inmuebles’ o ‘muebles’, como estatuas, locales de culto, museos, bibliotecas, archivos, etc., despojándonos de un patrimonio público irreemplazable.
Aunque desde trechos remotos se ha maniobrado desde la complicidad en la devastación de los bienes culturales, han incidido para peor el manejo de armas de largo alcance y el procedimiento de los bombardeos aéreos.
Hago mención a la ‘Primera Guerra Mundial’ o ‘Gran Guerra’ (28-VII-1914/11-XI-1918), al derivar en la ruina, estropicio y pérdida de un sinfín de bienes culturales en ciudades como Arras y Reims, en Francia; o Lovaina, en Bélgica; o la ‘Segunda Guerra Mundial’ (I-IX-1939/2-IX-1945) que no se quedó atrás y acabó en un trauma no ya sólo por el hostigamiento de las incursiones y las exportaciones de bienes culturales de regiones ocupadas, sino igualmente, por su persistencia y ensanchamiento terrestre.
Actualmente, continúan litigios, demandas y pleitos sobre traslados clandestinos de objetos y piezas culturales en plena convulsión de la ‘Segunda Guerra Mundial’, pese a los acuerdos multilaterales y bilaterales, así como de negociaciones definidas entre las naciones ex beligerantes y de instrucciones de restitución mostradas ante los tribunales nacionales, concluidos o que se encuentran en marcha.
La depredación de bienes culturales designado como ‘botín de guerra’, es con asiduidad la consecuencia deliberada y obstinada de los países vencedores, sobre todo, en períodos retrospectivos. A diferencia del método anterior, se halla el ‘botín estatal’, como recurso del saqueo individual agilizado por los efectos de las contiendas, al alargarse considerablemente éstas e ir acompañadas de una ocupación militar.
Es sabido, que dichos conflictos apremian al desequilibrio socio-económico, provocan pobreza, languidecen las estructuras administrativas gestoras de conservar el orden público o las llevan a evaporarse completamente y conducen a otras ramificaciones nada halagüeñas, salvo que sean reemplazadas transitoriamente por los representantes invasores.
Inmediatamente a la finalización de la ‘Segunda Guerra Mundial’, el acrecentamiento en la suma de laberintos no internacionales, con o sin orígenes étnicos, entrañó otro desafío en toda regla para los bienes culturales. Porque, aun repercutiendo en el ámbito de las reglas de juego referentes a los conflictos interestatales tradicionales, estas pugnas tenían como aspiración el desmoronamiento del patrimonio cultural del contendiente, o del grupo étnico contrincante: el destrozo se vería allanado por la cercanía territorial y la pericia del rival en las áreas y bienes culturales.
Intensamente particulares fueron los estragos cometidos en la ‘Guerra de la ex Yugoslavia’ (25-VI-1991/12-XI-2001), con las etnias competidoras ansiosas por desmantelar las reliquias o distintivos de la cultura de sus adversarios, haciendo blanco con irrupciones premeditadas hacia bienes culturales que no eran objetivos militares.
Entre las pruebas más elocuentes de estos deterioros, cabrían citar, el asedio promovido el 1/X/1991 en la antigua localidad de Dubrovnik y sus alrededores, en Croacia, y la voladura del puente de Mostar en Bosnia y Herzegovina el 9/XI/1993, que data del siglo XVI.
Por lo demás, los combates no estaban exonerados del deber de preservar los bienes culturales, implícito en el comunicado de la Convención de la Haya para el patrocinio de los bienes culturales por causas de conflicto armado, que literalmente expresa: “Los daños ocasionados a los bienes culturales pertenecientes a cualquier pueblo, constituyen un menoscabo al patrimonio cultural de toda la humanidad, puesto que cada pueblo aporta su contribución a la cultura mundial”.
Con las expoliaciones y quebrantos del patrimonio mundial que conllevaron los distintos escenarios bélicos que le acompañaron, la Comunidad Internacional se puso manos a la obra para plasmar una Convención que previniese el desenfreno de otros detrimentos, como los aludidos de fondos históricos y artísticos insustituibles.
Ya, en 1949, por decisión de los Países Bajos, la Conferencia General de la UNESCO ratificó la Resolución en su ‘cuarta reunión’ efectuada en París, que sería la punta de lanza para anticiparse a otros trabajos aparecidos un año más tarde, en la ‘quinta reunión’ conformada en Florencia.
Dando un pequeño salto en el tiempo, tras los esfuerzos diligentes de la Conferencia General, la UNESCO, admitió una proposición de la Administración de los Países Bajos para constituir una Conferencia Intergubernamental, que se completó en la Haya del 21 de abril al 14 de mayo de 1954, acogiéndose la “protección de los bienes culturales en caso de conflicto armado”, más “el Reglamento para su aplicación” y su “Protocolo”, así como tres “Resoluciones”. Primero, la Convención se erigió en la alianza multilateral con inspiración universal, centralizada justamente en la “protección del patrimonio cultural en caso de conflicto armado”.
Ahora, se acreditaban los bienes ‘inmuebles’ o ‘muebles’ que acomodan ese caudal patrimonial, compendiados en las obras arquitectónicas, artísticas e históricas y los terrenos de excavaciones arqueológicos, así como las tareas de arte, manuscritos, libros y otras materias de utilidad artística, histórica o arqueológica, junto con las recopilaciones científicas de toda índole.
Segundo, a la par que la Convención, en 1954, se cristalizó el ‘Primer Protocolo’ taxativamente susodicho a los ‘bienes culturales muebles’ y al inconveniente enrevesado de su reposición. Ha de matizarse, que este Protocolo impide exportar de las zonas ocupadas esta clase de bienes y ante todo, reclama su regreso al punto del que ilegítimamente se desalojaron.
De la misma manera, se imposibilita la inmovilización de ‘bienes culturales’ por criterio de desagravio en los perjuicios de guerra, al descartarse la dependencia de esos bienes al régimen de reparaciones de guerra adaptable a los ‘bienes ordinarios’.
Y tercero, los episodios implacables con indicios vandálicos contra el patrimonio cultural en las numerosas luchas desencadenadas a finales de los ochenta e inicios de los noventa, pusieron en jaque los nuevos retos enfrentados por la sociedad de sociedades, que sin más, se habían vislumbrado en los asuntos de los años cincuenta, anteriores al acogimiento de la Convención.
Por ende, los lances dominantes suelen ser más intrincados y de signo étnico, por lo que no se circunscriben en la esfera del ‘Derecho Internacional’, al estar unidos a los conflictos interestatales de la guerra clásica.
“Los Ejércitos de España atesoran un conjunto de bienes incalculables, bien materiales o inmateriales, recibidos de sus antepasados como un acervo refinado, que con su buen hacer y satisfaciendo su sello característico, lo transfiere para gloria de la Nación”
Amén, que era ostensible que estos antagonismos catastróficos para el ‘patrimonio cultural’, terminasen convirtiéndose en la diana directa e intencionada con la maquinación de doblegar, avasallar y ofender a la etnia contraria, despojándola de los indicativos primitivos de su herencia histórica y cultural.
A partir de 1991, se emprendió un proceso de introspección y revisión de la Convención que bifurcó con el pacto y ya, en marzo de 1999, con la admisión de su ‘Segundo Protocolo’, se fortalecieron las condiciones de la Convención análogas a la salvaguardia y en deferencia por el patrimonio, a la hora de afrontar las discrepancias preponderantes; estableciéndose una clasificación de “protección reforzada” para los bienes culturales de importancia vital para la humanidad, estando acogidos por preceptos adaptados en la vertiente nacional.
Ni que decir tiene, que este Protocolo vivificó la praxis de la protección, precisando claramente las sanciones en caso de tentativas graves incurridas contra los bienes, así como las circunstancias en que se incide en una responsabilidad penal individual. Desde el enfoque institucional, se apostó por un Comité para la ‘protección de los bienes culturales en caso de conflicto armado’, configurado por doce ‘Estados Partes’, con la premisa de velar por el manejo del ‘Segundo Protocolo’.
En nuestros días, la función preferente del Comité reside en la confección del ‘Plan de Principios Directivos’, para la superposición del ‘Segundo Protocolo’ activo desde el 9/III/2004. Lo que rotula un paso fundamental para la supervisión del ‘patrimonio cultural’.
Consecuentemente, la noción de ‘patrimonio’ está ligado con el bien tangible, pero de igual forma, con el renombre atesorado por una persona, grupo de personas o Institución, mediante la aportación que realiza en beneficio de todos. En este sentido, esta narración encumbra especialmente el ‘patrimonio de las Fuerzas Armadas’, como garantes de la seguridad y la defensa.
Indiscutiblemente, coronadas en una consideración y notoriedad mucho más dilatada y en la que participan no solo a instancias de la Administración, sino de la sociedad en su conjunto. Porque, la defensa no se ciñe meramente al marco nacional, sino que desprende una marcada vocación internacional.
Así, la tergiversación histórica e intelectual de rostros y físicos esculpidos, tallados o cincelados en bajorrelieves que, quizás, sobreviven a la indiferencia, hoy por hoy, reflejan un valioso ‘patrimonio cultural’ y, como tales, no han de ser desahuciados con parámetros sociales y culturales presentes y la evasiva de una censura potencial por algunas de las actuaciones cuajadas a base de abnegaciones, por quienes ante todo pretendieron abanderar las señas de identidad de un gran Nación como España.
Finalmente, cada curso de la Historia Universal aglutina los estilos imperantes y la vertebración de sus componentes sociales, culturales y éticos no quedan al margen, porque la palabra mueve y el ejemplo arrastra y un comportamiento intachable, virtuoso y honrado tallado en piedra, bronce o hierro como el que sublima el Soldado de los Ejércitos de España en cada uno de los lugares privilegiados de la geografía española y fuera de ella, es indisociable como bien patrimonial.