E UROPA se vuelve a echar las manos a la cabeza ante la última tragedia de la inmigración en el Mediterráneo y para ocultar el sonrojo que produce el permanecer de brazos cruzados frente a un tremendo drama humano que está ocurriendo ante nuestros ojos.
Más de 700 personas han perdido la vida en un naufragio ante las costas de Libia cuando se dirigían en un viejo pesquero hacia Italia. Las víctimas pueden llegar al millar si se confirma la versión de algunos supervivientes que aseguran que ocultas en las bodegas viajaban más personas.
A pesar de la conmoción que ha provocado esta tragedia, se trata de un suceso idéntico al que no deja de repetirse en los últimos años aunque en distinto escenario, pero exactamente con las mismas víctimas: Inmigrantes anónimos cuyo drama no importa salvo cuando despierta nuestra atención porque mueren todos juntos al mismo tiempo.
Ahora Europa se apresura a recuperar centenares de cadáveres que golpean su conciencia. Sin embargo, antes de la madrugada del sábado al domingo, cuando aún no se había producido el naufragio, la suerte de cada uno de los subsaharianos que viajaban en ese pesquero no nos importaba nada. Nos importaba tan poco como el destino de los inmigrantes que son devueltos tras cada intento de superar la valla, tan poco como el futuro de quienes tienen que pagar una fortuna para pagar sobornos y poder llegar hasta la oficina de asilo de Beni Enzar, tan poco como las causas de la muerte de los inmigrantes cuyos cadáveres aparecen flotando de vez en cuando en las aguas del puerto de Melilla. Sencillamente, aunque nuestra hipocresía no nos deje reconocerlo, nos importa muy poco. Sólo nos inquieta el número de muertes y que éstas se produzca todas a la vez y en un mismo escenarios. Si esos más de 700 (ó 1.000) subsaharianos del pesquero naufragado se hubieran muerto poco a poco y de una manera discreta, hoy el comisario de Interior e Inmigración de la Unión Europea, Dimitris Avramopoulos, habría iniciado su visita a España. Se habría reunido esta mañana con el presidente Rajoy, habría viajado hoy a Ceuta y mañana llegaría a aquí, a Melilla, para contemplar personalmente la valla fronteriza, visitar el CETI, entrevistarse con las autoridades y reunirse con los responsables de las Fuerzas y Cuerpos de Seguridad. ¿Por qué no lo ha hecho? Por vergüenza. La misma sensación de rubor que presidirá el Consejo de Asuntos Exteriores al que asiste Avramopoulos y donde se confirmará que Europa sigue de brazos cruzados, como tras el naufragio de hace sólo unos días, cuando otra embarcación también se hundió en su viaje a Italia dejando un rastro de 400 cadáveres. Esos centenares de muertes no alteraron ninguna agenda. Ahora han fallecido 300 subsaharianos más, un número que ya no deja impasible a nadie.
La visita del comisario ha vuelto a quedar aplazada, esta vez por algo más grave que simples problemas de agenda con nuestro ministro del Interior. En esta ocasión, Avramopoulos suspende su viaje por problemas de conciencia.
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