José Aranda (Cabezo de Torres, Murcia 1956) ingresó en el Regimiento Acorazado de Caballería Alcántara número 10 para cumplir con su obligación del servicio militar en 1976.
Durante todo un año estuvo de camarero, primero en el Hogar del Soldado, más tarde en la Sala de Oficiales y, finalmente, cuando llegó el verano, en el bar de la playa. Él era soldado raso y atendía a la escala de oficiales hacia arriba, incluido el coronel. El puesto le valió para librarse de hacer guardias y maniobras. Sólo le tocó, según cuenta, una vez que, previo desembarco en Málaga, fueron de pueblo en pueblo hasta Jaén. Como mucho, hacía refuerzos de un par de horas. No cogió un arma en todo el año.
Aranda tuvo suerte. Estuvo “bien” y, además, no se gastó “un duro”, ya que comía en el restaurante donde estuviera sirviendo en cada momento. La comida que le daban en el cuartel la tiraba directamente. Sus compañeros -unos 15, que se convirtieron en sus mejores amigos en esa época- hacían lo mismo. Según cuenta, se reían mucho con él y le hicieron “un montón de fotos” que se pueden ver en su página de Facebook.
Relata que casi todo el tiempo estaba trabajando. Durante el invierno, en la sala de oficiales; y en verano, en la playa.
Cada día había un menú diferente, pero lo mejor, para él, era el salpicón de pulpo, que llevaba pimiento verde, pimiento rojo, cebolla y tomate y que estaba “muy bueno, especial”. Había dos turnos para comer, y, después, ellos, los camareros, lo hacían a las siete de la tarde, una vez habían terminado de servir al resto.
Dice que casi no salía, pero, en sus ratos libres, se desplazaba con sus amigos al centro de Melilla, al Casino Militar en la Plaza de España y al Parque Hernández, donde los militares solían tener un quiosco. De hecho, según afirma, la Feria de Septiembre de ese año se la pasó allí prácticamente entera.
Sus recuerdos son casi todos relacionados con bares: el de los oficiales, el de los suboficiales, el de la Legión. También Melilla la Vieja, donde había en aquellos tiempos una discoteca a la que iba de cuando en cuando con sus amigos.
Durante ese tiempo, no salió a Marruecos, pero, aún hoy, se acuerda de que lo que más cerca estaba era Nador. Le viene a la memoria gente en la playa cogiendo pulpos con sus propias manos. Estaban pegados a las tocas del espigón, frente al puerto. Además, había mejillones.
Con todo, cuando se le pregunta qué es lo que más recuerda de Melilla, responde el Mantelete. Por la zona había tiendas de regalos donde él y sus amigos acudían a comprar cosas o, simplemente, a echar un vistazo. Del mismo modo, solía frecuentar la cafetería de la parte de arriba del hotel Ánfora, con “unas cristaleras grandes y muy buenas vistas al Puerto”.
Muy buenos recuerdos con muchos amigos de todas partes de Esaña a quienes, sin embargo, no ha vuelto a ver. Ni mantiene contacto con ellos ni, desde que terminó el servicio militar, ha regresado a Melilla después de 46 años, gran parte de los cuales se los pasó trabajando de carretillero en una empresa de especias de su pueblo llamada Sabater Spices. No tiene claro si algún día la vida lo traerá de vuelta por aquí, pero nunca es tarde. Quizás ahora que se ha jubilado...
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