¡Qué hospitalidad la del señor Amaruch, el dueño de ‘El Caracol Moderno’, qué afabilidad la de sus hijos y nietos, qué ambiente el que se respira en esos cuatro pisos de la esquina de la calle del Poeta Salvador Rueda, vértice contra vértice del precioso parque de don Agustín Jerez! ¡Embrouk el Ait El Kebir! a toda la comunidad musulmana de Melilla, a todos los melillenses y a todos los musulmanes del mundo.
Han comenzado los tres días de culto de la Fiesta Grande o Fiesta del Borrego, la gran fiesta de la unión, la familia y la amistad. En casa de los Amaruch todo es aire de alegría y agradecimiento a Dios. Nos ha permitido ir con amigos para devorar unas maravillosas pastas árabes y té antes del sacrificio de los animales; Sergio Gálvez –‘El Telegrama de Melilla del Siglo XXI’– no vino especialmente voraz porque está a dieta. Ya se lo he dicho en más de una ocasión ‘Una caña con…’ es una de las secciones periodísticas que más gusta a los lectores de periódicos de papel.
Amaruch viene de la mezquita. Ha participado en el oficio previo al sacrificio, perfectamente engalanado en tonos albos –blancos– llega a Salvador Rueda y se asea antes de encomendarse a Alá, mirar a la Meca, rezar ‘Alá Abkar’ y seleccionar el acero apropiado para proceder al sacrificio. Sube ufano y respetuoso a la azotea de su inmueble y da las instrucciones precisas para que los animales sean preparados, busca la glotis, adivina el agujero de separación de la tráquea y, zas, se acabó el borrego.
Las mujeres están listas. Cubos de agua por pares, la manguera al punto y todas a disposición del señor Amaruch. Él ordena, ellas responden con cariño, con eficacia y con la ilusión de preparar todos los componentes del carnero. Primero las vísceras, bien separadas de las piezas de volumen mayor. Son los callos, el hígado, los riñones… los morros. Luego hay que preparar el costillar, las patas, los mochones de carne gorda y, sobre todo, la limpieza del intestino para preparar la pitanza, acorde a la tradición coránica y, por ende, musulmana.
Eso es en la azotea; en las diferentes plantas habitadas por la familia Amaruch, los protagonistas son los pequeños ‘amarouchitos’. Hermosa familia melillense, ésta del barrio del Hipódromo, qué casa más bonita tiene. Los chavalones –cada año menos niños– reciben sus juguetes y se lo pasan a las mil maravillas, siempre con la mirada puesta en el semblante del señor Amaruch, el patriarca.
Otro patriarca, Abraham, se encargó hace miles de años de fundar las tres religiones monoteístas, precisamente en un momento semejante al del patriarca Amaruch, la de la máxima expresión del amor a Dios. El amor se contagia –seguro– al ser humano, palabra.