La meseta de Taxuda se encuentra en la cara oeste del macizo del Gurugú, y es el lugar donde nace el río de Oro. Es un zócalo rocoso situado más o menos en la base de la península de Tres Forcas; por tanto, tiene las costas de levante y de poniente muy próximas.
La cercanía del mar aporta vientos cargados de humedad, y la altura de la meseta propicia que esa humedad se enfríe y termine condensándose en parte sobre ella.
Taxuda está además rodeada por altos acantilados, lo que hace muy fácil su defensa. Tales circunstancias convirtieron esta meseta en un lugar idóneo para convertirlo en una ciudad fortificada. Estuvo habitada desde muy antiguo y se convirtió en un núcleo próspero que alcanzó bastante fama en la antigüedad. Taxuda, Rusadir y Cazaza formaron la terna de ciudades fortificadas por las que se bautizó a esta zona del Rif como la Guelaya (Kelaia, lugar de Kelás, ciudades amuralladas).
Como todos los lugares que albergaron núcleos humanos prósperos, su fisionomía no es ni parecida a la que conocieron los primeros moradores de estas tierras. En algunas crónicas escritas que recogen hechos históricos de esta ciudad se habla de encinas y otros árboles de gran talla, especies que ya no existen ni por asomo sobre la meseta y que fueron desapareciendo a lo largo de los siglos por la explotación de los distintos pueblos que vivieron allí.
Aun así, el efecto “isla” del macizo del Gurugú hace que las especies que pueblan sus acantilados sean únicas en la Guelaya, y su aislamiento en un lugar tan árido ha propiciado la aparición de numerosos endemismos.
En ellos conviven especies estrictamente rupícolas, como las Antirrhinum y las Hederas, con arbustos como el madroño (Arbutus unedo) y el aladierno (Rhamnus alaternus), que en estos lugares inaccesibles han escapado del hacha y del ganado.
El macizo del Gurugú es el único enclave de toda la Guelaya que tiene la suficiente humedad para albergar estas especies mencionadas. Viven además en estas paredes numerosas especies de helechos, algo insólito en la reseca Guelaya, y algunos de ellos además son relictos de otras eras.
En las zonas más llanas y accesibles de la meseta abunda una gramínea de gran porte, la Ampelodesmos mauritanica, que a pesar de su tacto áspero y cortante es pastoreada sobre todo por el ganado vacuno.
En las zonas donde este ganado se concentra para descansar y rumiar lo que han pastado, los excrementos de las vacas producen un exceso de nitrógeno que sólo permite la supervivencia de algunas plantas especializadas, sobre todo cardos de los géneros Galactites y Cynara, y una sobreabundancia de setas de muchas especies.
Y hay otra circunstancia que las favorece: los pinos que plantó el Ejército español en la etapa del Protectorado en todo el macizo del Gurugú han sufrido numerosas bajas en la meseta de Taxuda, y los que aún viven tienen una salud precaria. La capa de tierra en la que están plantados es demasiado delgada, y el exceso de nitrógeno y humedad completan un escenario nada propicio para estas especies de coníferas.
La abundancia de madera muerta o moribunda posibilita la presencia de otras muchas especies de setas, las setas de la madera. Estas setas suelen tener unos colores muy llamativos, que las hacen visibles a mucha distancia; algunas de estas especies tienen nombres científicos que aluden a esta cualidad, como las abundantes Gymnopilus spectabilis, en las que el apelativo spectabilis señala lo espectacular de su color naranja intenso.
El nombre vulgar de esta especie, “hongo de la risa”, también hace mención a una cualidad muy particular, el efecto altamente psicotrópico que produce su consumo.
Otra seta muy abundante en Taxuda es la llamada seta del olivo, la Omphalotus olearius, que tiene una característica casi mágica: brilla en la oscuridad.
Efectivamente, la presencia de una enzima en sus laminillas llamada “luciferasa” (por Lucifer) provoca un brillo verdoso cuando se observa a oscuras, lo que sin duda habrá dado pie a mil leyendas y supersticiones pobladas de duendes nocturnos.
Tal concentración de setas tan llamativas en tan poco espacio convierte la meseta de Taxuda en otoño en un verdadero jardín de setas, un lugar para hacer volar la imaginación y descubrir el lado mágico de la naturaleza.
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