Opinión

Sudán se desangra en una turbulencia de conflictos cronificados

La República de Sudán se enfila irremediablemente hacia una guerra civil sin parangón. Y es que, en las últimas jornadas se están produciendo enfrentamientos encarnizados por la dominación del país por parte de dos facciones: por un lado, las Fuerzas Armadas sudanesas y, por otro, los paramilitares de las Fuerzas de Apoyo Rápido (FAR), tras la frustración de un proceso de transición democrática que proyectaba integrar las segundas en las primeras.

Las colisiones entre las Fuerzas Armadas y los paramilitares han dejado una cuantificación de 185 fallecidos y 1.800 heridos, según datos proporcionados por el representante especial de Naciones Unidas para Sudán. Según palabras literales de Volker Perthes (1958-64 años), “la situación es muy volátil, por lo que resulta difícil afirmar hacia dónde se está decantando”.

El grueso de las pugnas se originan en Jartum, capital de Sudán y en estos momentos escenifica la imagen de una ciudad fantasma, pero igualmente se están registrando en Darfur y en el Norte. Ambos bandos están utilizando artillería pesada y tanques en sectores urbanos. Tanto el Ejército regular como las FAR manifiestan poseer el mando de la sede de la jefatura del Ejército, como el palacio presidencial, el aeropuerto internacional o la cadena estatal de televisión. Desde la Administración se ha distinguido a las FAR como fuerzas revolucionarias y requerido su total disolución. Aunque la Comunidad Internacional ha solicitado de manera redundante un alto el fuego, actualmente existe poco interés por las partes en atajar las acometidas.

Con estos mimbres, en Sudán luchan las Fuerzas Armadas sudanesas dirigidas por el general Abdel Fattah al Burhan (1960-63 años), cabecilla del Ejército y presidente del Consejo Soberano contra los paramilitares de las FAR, al frente de las cuales se encuentra el general Mohamed Hamdan Dagalo (1974-47 años), a quién también se le reconoce como Hemedti.

Aunque ambos ayudaron en los golpes militares de 2019 y 2021 comandado por Burhan, la incertidumbre ha venido aumentando desde hacía meses por los antagonismos sobre la labor de los paramilitares en el sumario inconcluso hacia el poder civil. No cabe duda, que uno y otro, pretende el poder.

Lo cierto es, que con el transcurrir de los meses, el líder de las FAR estrecha los lazos con las Fuerzas de la Libertad y el Cambio (FFC), una plataforma civil que compartió el poder con los militares tras la destitución de la dictadura de Omar Al Bashir (1944-79 años), capturado y posteriormente procesado por corrupción después de tres décadas en lo más alto. Los partidarios de las FFC y las FAR estaban cada vez más inclinados por el menester de aislar del escenario a Burhan y la avanzadilla islamista leal a Al Bashir que los envuelve.

El desencadenante último de la escalada de los acontecimientos ha sido la imposibilidad de las partes a la hora de llegar a un acuerdo en la rúbrica de un pacto definitivo, apuntalado por la Comunidad Internacional para activar el proceso de transición. Si bien, Hemedti ha tachado al jefe del Ejército regular sudanés de “criminal e islamista radical que bombardea a los civiles desde el aire”.

Recuérdese al respecto, que Burhan que se ha hecho con gran parte de la industria militar, en su día destacó en el conflicto de Darfur y cuenta con el refuerzo de esferas islamistas afines al régimen de Al Bashir. Por ende, al cobijo del dictador se forjó la adquisición personal de Hemedti, al hacerse con el control de numerosos negocios, entre ellos, el de las minas de oro de Darfur.

Pero, ¿qué son las Fuerzas de Apoyo Rápido? Por sus siglas, las FAR se compusieron administrativamente en 2013 durante el régimen de Al Bashir a partir de las milicias Janjaweed, sobre las que pesa la imputación de cometer crímenes de guerra en Darfur. Un laberinto que según Naciones Unidas arrojó el deplorable recuento de 300.000 extintos y más de 2,5 millones de desplazados.

Tras el desplome de Al Bashir, los paramilitares de las FAR han continuado maniobrando de modo independiente. Se culpa a las FAR de estar detrás del duro castigo empleado en las protestas pro democráticas y de ser la encargada de la escabechina producida en 2019, y los especialistas subrayan sus crueles métodos adoptados. Encabezadas por Hemedti, las FAR fueron desenvueltas en otros tumultos en Sudán.

Desde Naciones Unidas, la Unión Europea y Estados Unidos se ha emplazado a la conclusión inmediata de los combates. Asimismo, lo han efectuado Rusia, China e Irán. La Unión Africana y la Liga de los Estados Árabes negocian con las partes un alto el fuego, aunque en estos instantes con exiguas probabilidades de éxito.

Como en otros tantos conflictos armados que se ocasionan en este territorio, la confrontación belicosa en Sudán es una cruzada por interposición en un escenario complicado y paradójico. Emiratos Árabes Unidos y Arabia Saudí han hilado buenas conexiones con los paramilitares de las FAR.

En el caso de Emiratos Árabes Unidos, diversas compañías han financiado en distintos sectores de la economía sudanesa. Por su parte, la dictadura de Abdel Fattah al Sisi (1954-68 años) en Egipto ha conservado sólidos nexos con Burhan, un sostén interpretado por la remesa de tropas y los restos del régimen de Al Bashir. En cambio, Hemedti cuenta con el aval de Vladímir Putin (1952-70 años) y ha entretejido vínculos con Emiratos. También, los paramilitares rusos del Grupo Wagner operan en Sudán, especialmente en la custodia de las minas de oro, aunque incluso colaboraron en la contención de la revuelta pro democrática en 2019.

“Lo que surgió como un conflicto étnico, rápidamente se enquistó en una guerra civil. Los grupos fundamentalistas no renunciaron en su empeño de sombrear el país en un estado islámico y dicha presión adquirió su máximo exponente con la imposición de la sharía”

Recientemente Hemedti se ha empleado a fondo para afianzar afinidades con los paramilitares rusos. Y entretanto, Moscú concierta con el Gobierno la inauguración de una base militar en el mar Rojo a cambio de armas y equipamiento militar. También hay que referirse en este entramado a una transición frustrada. Me explico: los mandos militares en este momento enfrentados, remaron en la misma dirección durante el golpe de Estado de 2019 para desbancar Al Bashir y, dos años más tarde, para hacer lo mismo con el primer ministro Abdalla Hamdok (1956-67 años), quien tomó el cargo tras el acuerdo conseguido entre militares y civiles tras la finalización de la dictadura.

Pero las disconformidades en base a la integración de los paramilitares de las FAR en las Fuerzas Armadas sudanesas y las modificaciones en el seno del aparato de seguridad, han catapultado cualquier atisbo de evolución en la transición. Burhan y Hemedti habían declarado su voluntad de asociarse para dispensar la mayor asignación de poder viable consumada la transición.

De manera, que oposición civil y junta militar convinieron la Carta Magna que debía convertirse en la hoja de ruta para el desarrollo de la transición. Digamos, que una y otra vez, la causa ha patinado. Ya en diciembre del año pasado, los golpistas y la coalición de fuerzas civiles intentaban impulsar el proceso con la firma de otro acuerdo que pronosticaba el repliegue del Ejército de la política y la composición de las FAR en su defensa, aunque los “comités de resistencia” democráticos se han revelado, al contemplarlo como una conspiración a la transición.

Retrocediendo en el tiempo para una mejor comprensión de lo que se pretende desgranar y al hilo de lo anterior, no son pocos los que se encuentran totalmente desconcertados con el caso de Sudán. En otras palabras: cuando daba la sensación de que el largo enfrentamiento habido en el Sur se remataba para su punto y final, se abrió otro en el Oeste. La grave crisis desencadenada desde los inicios de 2003 en la región de Darfur ha amortiguado las mínimas esperanzas de un posible acuerdo de paz.

Este acuerdo ajustado entre el Gobierno sudanés y la guerrilla del Ejército Popular de Liberación de Sudán (EPLS) con la verificación de Estados Unidos, Reino Unido y Noruega, podría poner fin a una conflagración que desde 1983 se ha llevado más de dos millones de vidas, fundamentalmente, por motivos de las hambrunas y padecimientos agravados por los tentáculos de la guerra, más el desplazamiento forzoso de unos cuatro millones de individuos, la mayoría en el Sur.

Con un alto el fuego dispuesto en 2002, las negociaciones de más de dos años consiguieron allanar el camino en materias tan cruciales como las concesiones petroleras. Pero, pese a este compromiso, la paz no ha ganado terreno en Sudán. El contexto reinante en Darfur ha convertido al país en el protagonista de la mayor crisis del planeta. En los últimos trechos más de un millón de africanos se han visto obligados a trasladarse de sus viviendas por la actuación de las milicias árabes yanyauid o ‘jinetes armados’ que, con la aprobación cómplice del Gobierno, están incrustando un modus operandi de limpieza étnica.

Expulsados de las franjas agrícolas y sin la coyuntura de labrar la tierra, por doquier la hambruna se extiende sobre una parte significativa de la urbe africana. La Organización de las Naciones Unidas (ONU) y organizaciones humanitarias han avisado sobre el riesgo apremiante de una calamidad humana de dimensiones incalculables.

Hasta la Independencia en 1956, buena parte de la semblanza de Sudán ha estado fuertemente coligada con Egipto y Reino Unido después. Entre 1820 y 1822, respectivamente, Sudán fue ocupado por Egipto. Después, a mediados del siglo XIX, el esparcimiento del Reino Unido transformaría el país en un ámbito estratégico para los intereses británicos. El acrecentamiento del comercio por medio del Canal de Suez y el propósito de poner un corte para paralizar la expansión francesa en África, causaron que Londres tomara cartas en el asunto por el control que pasó a compartir con Egipto en 1880.

Mientras tanto, la estampa colonial en Sudán encontró una fuerte resistencia que por momentos puso en peligro el dominio del país.

En 1883 el líder militar y religioso Madhi Mohamed Ahmed (1844-1885) venció a las tropas anglo-egipcias y se hizo con el control de Jartum. Dos años después, se proclamó un Estado Islámico independiente, que definitivamente quedó depuesto por las Fuerzas Británicas en 1898. Además, el malestar entre Egipto y Reino Unido por la dominación se acrecentó desde el final de la Segunda Guerra Mundial (1939-1945).

Sudán acabó sumándose a la onda independentista que se originó en el Norte de África en 1950. El desmoronamiento del Rey Faruk (1920-1965) en Egipto y el ascenso del coronel Gamal Abdel Nasser (1918-1970), seguidor de una dirección autónoma en el vecino del Sur, determinó el futuro: un referéndum pactado con Egipto y Reino Unido imprimió la independencia de Sudán el 1/I/1956.

Hay que tener en cuenta que desde el año antes indicado, Sudán ha estado gobernado por regímenes de árabes musulmanes. No obstante, desde la panorámica étnica, aglutina una mayoría de población de procedencia africana, o séase, el 61%, configurada por una diversidad de grupos circundantes, mientras que los residentes árabes alcanzan el 39% de la misma.

Por lo tanto, me estoy refiriendo a un estado preferentemente musulmán, poco más o menos, el 70% profesa dicha religión, aunque existe una minoría cristiana que ocupa el 5%, así como con múltiples religiones tradicionales catalogadas en el 25%. Estas parcelaciones étnicas y religiosas se evidencian en la geografía: los árabes musulmanes resaltan en el Norte, mientras que los africanos cristianos y de cultos tradicionales lo hacen en el Sur.

El apremio desempeñado por los gobiernos musulmanes del Norte sobre la urbe del Sur, destapa la raíz del conflicto. Poco antes de la independencia saltó la guerra en el Sur, una pugna que se alargó entre 1955 y 1972.

Ni que decir tiene, que la competencia por los recursos naturales se convirtió en otro caldo de cultivo para agrandar el conflicto. El abono demoledor de las tierras del Norte con la intención de erigir a Sudán en el granero del espacio árabe, indujo a la extenuación de las mismas y a la búsqueda de otras tierras hacia el Sur.

Junto a los efectos desencadenantes de la guerra civil, unido al desequilibrio político en el Gobierno, fue el caballo de batalla desde 1956. El primer presidente designado por la Cámara de Representantes no tardaría en ser depuesto por un golpe militar dos años más tarde. En paralelo, las Fuerzas Armadas establecieron un régimen militar que se conservó en el poder hasta 1964.

Una nueva tentativa de instaurar un gobierno civil en Jartum con el nombramiento de Muhammad Ahmad Mahgoub (1908-1976), concluyó con su destitución en 1969, una vez más por medio de un golpe militar que atribuiría a Yaafar al-Numeiry (1930-2009) como presidente.

Durante la década de 1960 Jartum prosiguió materializando diversas conversaciones con los líderes políticos del Sur, pero las proposiciones de una autonomía condicionada resultaron incompetentes para apaciguar la guerra. El combate armado persistió hasta 1972, cuando al-Numeiry concertó un acuerdo con los insurrectos. El tratado de paz de Addis Abeba concedió una extensa autonomía al Sur. A la par, se encajó la redacción de una Constitución sudanesa en 1973. Si bien, en las postrimerías de 1970 el potencial en recursos naturales del Sur adquiere más preeminencia con el hallazgo de yacimientos de petróleo en la zona de Bentiú.

En los inicios de los ochenta, la tensión paulatina llevó a la continuación del conflicto tras una etapa de once años de aparente serenidad. Pero la instauración de la sharía en un entorno de insatisfacción por el empobrecimiento provenido de las medidas económicas establecidas por el Fondo Monetario Internacional (FMI), apremió al rompimiento irrevocable de los acuerdos con el Sur animista y cristiano.

La imposición de esta disposición a cada uno de los habitantes, no más lejos de sus dogmas religiosos, conjeturó el retroceso inmediato de los líderes del Sur del FPLS y el preámbulo de otra guerra contra el Gobierno Central de su brazo armado, el EPLS dirigido por John Garang (1945-2005).

Gradualmente, Sudán se sumió en una crisis engorrosa con el encabezamiento de la guerra civil. El curso económico desmejoró marcadamente para lo que ello representaba en su conjunto. La deuda externa contraída con los organismos internacionales como el FMI se transformó en una pesada carga para la economía, a su vez, perjudicada por una cadena de catástrofes naturales.

Estos resortes de violencia, indispuestos por las hambrunas, más los períodos dilatados de sequía, fundamentalmente, entre los años 1986 y 1988, seguidos de desbordamientos que arruinaron los campos de cultivo, sumieron al país en una crisis humanitaria de dimensiones descomunales. También, la enumeración de crueldades a la que se han visto avasalladas las personas incluye además del homicidio, la tortura y la esclavitud, entre algunas.

La inestabilidad política se saldó primero, con el declive estrepitoso del presidente al-Numeiry; segundo, con la suspensión de la Constitución de 1985; y tercero, con un nuevo golpe militar que punteó la subida de Al Bashir.

Este último acabó convirtiéndose en uno de los dirigentes más incesantes de Sudán. Después de quinces años y tras numerosas reelecciones de incierta normalidad, todavía prosigue en el poder. Su ascenso y duración en la década de 1990 han estado forzosamente encadenadas al soporte del líder religioso musulmán Hasán Abdalá al Turabi (1932-2016), procurador del Frente Nacional Islámico (FNI) y que se convirtió en la fuerza política cardinal. Turabi, entre otras medidas, consiguió la reinstauración de la sharía.

La guerra no cesó, a pesar de los cuantiosos esfuerzos de negociación con la intervención de la Organización para la Unidad Africana. Las fuerzas rebeldes del Sur opusieron resistencia a las acometidas del Ejército. La política exterior sudanesa contrastada por el extremismo religioso, instó a un progresivo aislamiento internacional de Jartum que indudablemente benefició a los rebeldes.

La guerrilla, tras franquear tiempos de contrariedades internas, consiguió el apoyo externo de estados contiguos como Etiopía, Uganda y Egipto, principalmente con la intentona de atentado de Hosni Mubarak (1928-2020), presumiblemente pensado en Sudán en 1995. Totalmente reforzado, el EPLS apostó por un ataque contra el Gobierno en la década de 1990 y, por vez primera, desde el decenio de 1980 reconquistó franjas que pasaron a estar bajo su control político y militar.

“Sudán se desangra prendido en un torbellino de conflictos incrustados, y no consigue resurgir del resorte de violencia que cada día deja prácticamente unos cuantos fallecidos como consecuencia de la violencia étnica y tribal”

El régimen de Al Bashir-Turabi intentó reparar su legitimidad convocando elecciones para la Asamblea Nacional en 1996. Al Bashir recuperó la presidencia, mientras Turabi era designado presidente de la Asamblea General. Los contendientes del FNI cargaron contra el Gobierno de celebrar elecciones engañosas. Y en el plano exterior, el retraimiento empeoró al incluirse a Sudán en la lista de países generadores de terrorismo.

Aunque la guerra en Sudán posee como principio la disputa por la tierra y los litigios étnicos, su ímpetu se ensanchó con los descubrimientos de yacimientos petrolíferos: el estado comenzó a exportar hidrocarburos y los ingresos del oro negro admitieron la adquisición de más material bélico. Las compras a potencias como China y Rusia, entre algunos, se triplicaron.

En consecuencia, en un corto espacio de tiempo Sudán nuevamente marcha hacia el precipicio de la guerra. Uno de los grandes fiascos es el proceso de transición democrática pactado en su día por los militares y la sociedad civil. La incompetencia del Ejército por hacerse con el territorio y recrearse en exclusiva en la dispensa de la violencia, ratifica a todas luces que Sudán es un Estado fallido.

Y desde un enfoque rigurosamente militar, las Fuerzas Armadas de Sudán cuentan con una Fuerza Aérea, lo que les facilita ventaja a las FAR, según valoran los expertos. Al mismo tiempo, las Fuerzas de Apoyo Rápido tantean poco más o menos, 100.000 combatientes, estando menos curtidos para desenvolverse en superficies urbanas que las Fuerzas Armadas sudanesas, puesto que sus movimientos se han desarrollado regularmente en tramos rurales. Por otro lado, las FAR acomodan importantes apoyos entre las comunidades tribales de Darfur, en el Oeste del territorio.

No es ni mucho menos algo novedoso que tras el camino transitado, la situación puede perderse en una crisis humanitaria en el conjunto de Sudán y muy en particular, en Jartum, donde residen siete millones de individuos y el agua y los alimentos escasean alarmantemente. La Organización Mundial de la Salud (OMS) ha advertido que en los hospitales se acortan las reservas de sangre y otros materiales médicos vitales para atender a los heridos.

En definitiva, tras décadas de violencia y autocracia, este conflicto amenaza no ya sólo con la confrontación civil, sino con desintegrar una demarcación de por sí inestable como el Sahel y el Cuerno de África. Lo que surgió como un conflicto étnico, rápidamente se enquistó en una guerra civil. Los grupos fundamentalistas no renunciaron en su empeño de sombrear el país en un estado islámico y dicha presión adquirió su máximo exponente con la imposición de la sharía.

Finalmente, Sudán se desangra prendido en un torbellino de conflictos incrustados, y no consigue resurgir del resorte de violencia que cada día deja prácticamente unos cuantos fallecidos como consecuencia de la violencia étnica y tribal y, en menor proporción, la represión del Gobierno militar golpista contra los manifestantes opositores. Toda vez, que las discrepancias habidas entre las fuerzas políticas y la sociedad civil, por un lado, y el Ejército, por otro, han tensionado la cuerda hasta prácticamente hacer resbalar cualquier tentativa en el proceso de transición democrática.

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