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Los familiares de Benito López Franco visitaron ayer el cementerio para realizar una ofrenda floral en su tumba
Sobre la tumba de Benito López Franco hay claveles, anastasias, rosas, crisantemos y gladiolos en todas las tonalidades. Ni un espacio de la lápida queda al descubierto. Un baño de flores para un alma que falleció en 1950, pero que a día de hoy sigue siendo una especie de santo para muchos melillenses. Su tumba es un auténtico lugar de peregrinaje los 365 días del año.
Los familiares del soldado de los milagros, naturales de Cetina (Zaragoza) también acudieron ayer a la tumba de su ser querido para protagonizar junto a los miembros de la Casa de Aragón en Melilla una ofrenda floral.
Vicente López (67 años) y José Antonio Moros (47 años), sobrinos del difunto, reiteraron su agradecimiento a los ciudadanos melillenses por visitar la tumba de su tío con tanta frecuencia.
Son testigos de un fenómeno que nunca han sabido explicar muy bien y que con el paso de los años han dejado de intentarlo. López se limita a recordar la historia de la muerte de su tío: “Murió cuando tenía 22 años. La versión oficial que el Ejército transmitió es que mi tío se quedó solo en el botiquín del cuartel a la hora de la comida y, un rato después, un superior lo descubrió ahorcado. Hablaban de suicidio”, explicó.
Su familia nunca creyó esta historia. Piensan que murió de manera anónima, inútil y gratuita. “Se enamoró de una chica que no pertenecía a su clase social. Su padre era miembro de un mando importante del Ejército y no quería que estuviese con ella”, dejó caer López.
Su cuerpo se enterró en una fosa común y nadie sabe por qué, pero ésta se fue llenando de flores y la leyenda de las acciones milagrosas del soldado fue tomando más y más fuerza.
Primera visita a Melilla
Moros contó que su familia se enteró de la desgracia cuando el cuerpo llevaba ya varios años enterrado. “Un amigo le dijo a mi padre que en el cementerio había un militar de Cetina. Mi padre no dudó y dijo: ese es mi hermano”, señaló.
Moros vino junto a su padre a Melilla, en 1975, cuando él tan sólo tenía cinco años, pero la imagen de la tumba de su tío le ha quedado grabada en la retina para siempre. “El cementerio no estaba ni mucho menos como está ahora. Estaba más abandonado, pero la tumba de mi tío, llena de flores”. Una sensación similar experimentó ayer el hijo de Moros, Eder, de 11 años. Era su primera vez en Melilla. “Me ha impresionado mucho ver tantas flores. Es curioso tener a un tío que sea tan famoso”, apuntó. Su padre asegura que en un futuro será él quien se encargará de visitar la tumba. Mientras, el camposanto de la Purísima seguirá siendo testigo único de la historia de Benito. Un museo al aire libre por la memoria de este soldado que a día de hoy está más vivo que nunca.