A lo largo de casi ya tres semanas la adversidad ha puesto en juego a lo mejor y lo peor de la sociedad, también de la política. La tragedia ocasionada por la gota fría y sus consiguientes coletazos han obligado al examen a una sociedad, la española y a la política que le gestiona, muy dadas a la pasión y las emociones, pero poco a la unión y sus exigibles como nación. Especialmente la segunda y cuando más se le necesita.
Esta segunda, parcial pero muy bronca, va acompañada por la orquesta de mentiras, insultos y radicales que la inmediatez y alcance de las nuevas tecnologías pone el turbo y que nada suman y mucho restan; brasas que se azuzan y son de destrucción, no del calor proactivo y paliativo necesarios. Esta porción tumultuosa y caótica, a veces organizada, sigue dando muestras de egoísmo y tribulación interesada, pese a, por el momento, la cruel realidad del fallecimiento de 218 personas, más de una decena desaparecidas y miles, muchas, en tremenda precariedad.
La política, noble e imprescindible labor cuando se ejerce con limpieza (algo que no está reñido con la competencia), se ha cebado en estas últimas décadas de aspirantes (después alcanzantes) que hicieron o hacen de la gestión de los intereses públicos su medio de vida, único este en muchos casos, por el que se lucha feroz y con frecuencia se trata con lo ilícito. También de aquellos que, además, se “esfuerzan” en atender provechos privados mermando lo público y que en poco o en nada tienen que ver con la conveniencia general.
Además, disfrazada de vocación y por la supervivencia y ambición propias, se expandió la presencia de “responsables políticos” sin, al menos, suficiente, cualificación para el ejercicio de la “res pública”. Eso es una realidad patente y que, singularmente, en momentos de extrema dificultad se hace más notoria y que, en muchos casos, la falta de tenencia de escrúpulos y principios aumentan el descreimiento con cansina frecuencia en gestores e instituciones. No vale solo la lealtad que se basa en la “adulación ciega y el compadreo” hacia el liderazgo de turno.
Aseverar o insinuar que cualesquiera asistencia institucional a quienes sufren por el dolor de la pérdida ha estado o está condicionado por el color político del poder en una u otra demarcación, es de lo más miserable que se ha podido o se puede sentir estos días de calamidad. Hay quienes tienen el alma (política) algo negra. Solo hay un color al que apostar y no es el del partido, ni de sus líderes, menos y por ello en el de buscar la reducción de la formación contraria. Ese color es el de gente que con urgencia necesita reparo y el de la dignificación de su dolor.
Persiste el tópico que España es un país cainita, contrapunto con la muestra generosa y empática que ha dado, sobre todo en la anónima, y sigue dando la sociedad para las personas que sufren esta fatalidad. Hay quienes, desde la política o la comunicación no dudan en su cruzada para intentar pasar del manido vengativo a la realidad. Por mucho trueno que despidan, por mucha tormenta que mantengan, no lo conseguirán, eso se espera. Si en la adversidad se conoce la capacidad de respuesta frente a ella, también a la iniquidad.
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