Al hilo del pasaje que antecede a esta disertación, la sucesión de citas políticas ruso-estadounidenses en la Historia Contemporánea se remonta al año 1955, cuando por entonces, el Presidente Dwight D. Eisenhower (1890-1969), se reunió con el líder ruso Nikolái Aleksándrovich Bulganin (1895-1975), en el curso de una cumbre en la que intervinieron los Ministros de la República Francesa y Reino Unido. O lo que es lo mismo, los aliados con los que diez años antes Estados Unidos había obtenido la victoria en la ‘Segunda Guerra Mundial’ (1-IX-1939/2/IX-1945).
Dichas interlocuciones estaban en la balanza bilateral, al objeto de moderar las tiranteces y optimizar la seguridad de la aldea global. Treinta años más tarde, Ronald Wilson Reagan (1911-2004) y Mijaíl Sergueievich Gorbachov (1931-90 años), mantuvieron varios encuentros, con la consiguiente relajación del entorno y atisbos suspicaces de la inauguración, se sustituyeron por reseñas de debates en la que reían plácidamente.
Hoy por hoy, al otro lado del cuadrilátero, Vladímir Vladímirovich Putin (1952-68 años), Presidente de la Federación Rusa, se ha esmerado en desenvolver un protagonismo arrogante y expansionista en el concierto internacional, quedando visible sus propósitos con la intromisión directa en 2008 sobre Georgia, y la anexión ilegítima de Crimea y la desestabilización del Este de Ucrania, en 2014. Y es que, Rusia, que a los inicios del nuevo milenio daba la sensación de acercarse a los valores occidentales, en los últimos años bruscamente ha virado y su política exterior se ha vuelto más asertiva, actuando en forma proactiva antes que reactiva y generando una energía positiva.
Si bien, en sus vínculos con EEUU, la no aprobación del orden liberal encabezado por los norteamericanos, continúa siendo el buque insignia en la materia de la política exterior rusa.
A pesar de la reforma anticipada para 2026 del ‘Programa New Start’ para el ‘Control de las Armas Nucleares’, cómo se ha mencionado en el anterior relato, es un grito a voces que la conexión entre ambos desde la ‘Guerra Fría’ (1947-1991), transita por uno de sus momentos más abruptos con la cuerda tensa, pero aun sin romperse. De hecho, los analistas entreven que los próximos años se mantendrán en un elevado índice de incertidumbre y con un riesgo constante de escalada.
Ni que decir tiene, que la pugna entre las dos grandes potencias no es fruto de creíbles tergiversaciones o discrepancias que podrían allanarse con el diálogo. Los antagonismos se han hecho sistémicos y se trata propiamente de la colisión de dos enfoques incompatibles del orden internacional.
A groso modo, el Presidente Joe Biden (1942-78 años) está virando el punzón de la política exterior estadounidense, pero sin alterar algunas de sus directrices clave, por lo que la confrontación con Rusia proseguirá. Y dentro de ella, la política de castigos a Moscú por la anexión de Crimea, o la intrusión en las Elecciones Presidenciales de 2016, los ciberataques hackeando su red y el intento de envenenamiento del principal opositor de Putin, Alekséi Anatólievich Navalny (1976-44 años).
“Hoy por hoy, EEUU pretende contrarrestar lo que contempla cómo la mayor de las pruebas para el orden liberal: el temor en la prolongación del autoritarismo importado por las pretensiones de China y el proceder disruptivo de Rusia”
Por lo tanto, los mínimos comunes en las relaciones de EEUU y Rusia, ya no son la palanca de las cuestiones integrales, como atañeron en la Guerra Fría y hoy lo son entre americanos y el gigante asiático. A pesar de todo, los objetivos bilaterales entre Washington y Moscú son similares a los que imprimieron sus respectivas agendas, centrándose esencialmente en los asuntos de las armas nucleares en el Mediterráneo Oriental y el Ártico. Queda claro, que no existirá una reiniciación y mucho menos, una reinvención de la bilateralidad ante la unilateralidad.
Por ende, digamos que lo máximo a lo que pueden aspirar estos países en el escenario de la guerra híbrida, es la cimentación de unos lazos comprometidos para sortear la progresión militar, promoviendo la cooperación ante desafíos transnacionales, como la proliferación nuclear, la seguridad cibernética, el cambio climático o la crisis epidemiológica.
Lo cierto es, que los puntos cruciales de la Administración de Donald John Trump (1946-75 años), continúan sin solucionarse. Washington y Moscú comparten un fondo histórico y actualmente han de encarar dos dificultades.
La primera, más bien práctica, en la que cabría preguntarse: ¿cómo esquivar los escollos y amenazas de un avance militar y aplacar la degradación de las relaciones bilaterales? Y la segunda, enrevesada y de considerable complejidad: la indagación de salidas a los laberintos que han ocasionado el rompimiento de la intervención mutua.
En los cuatro años más inmediatos (20-I-2021/20-I-2025), la bilateralidad de EEUU y Rusia se desplegará dentro del esperanzador Proyecto de la Administración de Biden: ‘América está de vuelta’, que aspira a subsanar cuantos lastres han subsistido con la política demoledora de su antecesor Trump. Porque, este contradijo la obstrucción rusa en las Elecciones, deteriorando la credibilidad estadounidense, tanto en sus socios como adversarios. Curiosamente, con un resultado provechoso para el Kremlin.
En atención a este Plan, EEUU, tomará la delantera en demostración a los retos anteriormente aludidos. Y la diplomacia se situará en el foco de esta política exterior, desplegándose en la aspereza de la guerra híbrida, superando a la guerra asimétrica, que se valía de un ejército convencional contra fuerzas insurgentes. Lo que conjetura que Washington se apuntalará en sus aliados, con el designio de contrarrestar lo que contempla cómo la mayor de las pruebas para el orden liberal: el temor en la prolongación del autoritarismo importado por las pretensiones de la República Popular China y el proceder disruptivo de Rusia.
En razón de Rusia, si acaso, habrá más contención en el marco postsoviético; sobre todo, en lo que concierne a Bielorrusia y Ucrania y en el Mediterráneo Oriental. Sin inmiscuir, las sanciones económicas y diplomáticas por el acontecimiento de Navalni y la desestabilización de entidades gubernamentales norteamericanas, realizada por piratas informáticos rusos en las postrimerías del año pasado.
En este paisaje irresoluto, aparentemente, apenas queda algún resquicio para el intercambio de pareceres constructivos, llamados a hilvanarse en torno al amago medioambiental al que se enfrenta la humanidad, conducente al Ártico y, cómo no, a la disminución de armas nucleares.
Pero, sin duda, el deterioro persistente no cesa entre contendientes fragmentados, por sus posicionamientos discordantes del orden internacional, intereses geopolíticos y valores. En definitiva, ninguno de los dos protagonistas renuncian a su carta de presentación.
En nuestros días, EEUU, se distingue a sí mismo como la punta de lanza empujada a irradiar los beneficios de la democracia y la libertad en cualquier rincón distante. Y Rusia, se eterniza como el hacedor de la soberanía nacional, empeñado en preconizar un universo de valores híbridos.
Con lo cual, el duelo que aquí se desmenuza, no es motivo de la personalidad de sus mandatarios: Biden y Putin. En contraste, se trata de una disyuntiva sistémica que no se derrota con el diálogo enfático.
La Dirección Biden no apuesta por un reset en las pocas coincidencias mantenidas con Rusia, cuando era Vicepresidente y así lo hizo Barack Hussein Obama (1961-59 años). Ya, desde la década de los 90, americanos y rusos han surcado por distintos períodos, algunos válidos, como el apoyo materializado por el Kremlin en la ‘Guerra de Afganistán’, o los pactos del ‘Acuerdo Nuclear’ con Irán, o la lucha implacable contra los talibanes y el terrorismo yihadista.
Aunque, desde la ‘Adhesión de Crimea’ (20-II-2014/26-III-2014) y la interferencia en las ‘Elecciones Presidenciales’ de 2016, minando la fe pública en el proceso democrático de EEUU y, a su vez, agraviando a Hillary Diane Rodham Clinton (1947-73 años), perjudicando su electabilidad y presidencia potencial, como aseveró al pie de la letra un diplomático occidental: “hay un odio hacia Rusia en el equipo de Biden, que no es sólo racional, también es emocional”.
Rusia constituye un peligro en toda regla para la Seguridad Nacional de EEUU. Esta evidencia fusionada a las susceptibilidades y aborrecimiento, desencadena una dureza en el porte a los rusos, que Biden ya sembró antes de convertirse en Presidente.
Él mismo, en 2018, era coautor de un artículo divulgado en la revista estadounidense de relaciones internacionales ‘Foreign Affairs’, con ediciones bimestrales por el ‘Council on Foreign Relations’, en el que respaldaba una política de firmeza, cuestionando que no hay que sucumbir ante la ambición soviética de conservar la ‘zona de influencia’ en el dominio postsoviético, estando prevenido para acometer sanciones más rigurosas. Literalmente sugería: “Los países occidentales deben acordar imponer sanciones costosas a Rusia, cuando descubran pruebas de sus fechorías”.
En tanto, el Gobierno de Biden alienta explícitamente a los rivales del Kremlin, como ocurre con el caso de Navalni, lo que para Moscú ejemplifica una osada interferencia extranjera en su soberanía. Claro, que esto le presta a justificar otras futuras intrusiones en procesos electorales de EEUU u otros estados occidentales.
Biden, no es una figura desconocida para el Kremlin, en 1979 viajó por vez primera a Moscú como Jefe de una Delegación del Congreso. Putin ha señalado, que “toma nota de la aguda retórica antirusa” por parte de la Administración Biden. El mandatario ruso es consciente que se halla ante un horizonte de aliados ensamblados a EEUU, lo que no sucedía con Trump. Amén, que para Moscú, ya no es sencillo maniobrar en las artimañas tendidas por los actores que confluyen junto a los americanos.
La visita a Moscú efectuada el 5/II/2021 por el Alto Representante de Política Exterior de la Unión Europea, UE, Josep Borrell Fontelles (1947-74 años), demuestra a duras penas, que el Kremlin sostiene que se contrapone a EEUU.
Para el Kremlin, la gestión de Biden es más intuitiva y profesional en política exterior y seguridad, que la de su predecesor. Moscú, ha preferido reanudar los engarces diplomáticos sistemáticos de alto nivel, englobando un dispositivo para que los Presidentes acudan de manera periódica.
Este molde de conversación limitado por Obama y no restablecido por Trump, ahora se valora básicamente apropiado. Y es que para Rusia, no tiene por qué dar fruto; meramente ha de producirse. No más lejos de servir para mejorar este u otro aprieto de los que desembocan, encarama el estatus de Rusia como potencia mundial y da legitimidad externa a los ojos de su ciudadanía.
Otras reuniones infundadas entre Biden y Putin, contrapesarían la apreciación general de Rusia como Estado semi fallido.
El Kremlin no aguarda una mejoría en las diferencias con Washington, y en ello coinciden los rusos, como corrobora un estudio de opinión pública conformado por el ‘Levada Center’, una organización de investigación sociológica y de encuestas no gubernamental independiente de Rusia, reconocida como agente extranjero.
En síntesis, el porcentaje de personas que creen estar convencidas que las posturas cambiarán para mejor, drásticamente se comprimen: del 46% en 2016, con la elección de Trump, pasa al 12% en 2020, con el nombramiento de Biden.
Simultáneamente, mientras que en 2016 únicamente el 10% de los rusos imaginaban un desgaste significativo con el mandato de Trump; en 2020, el 30% sospecha la erosión con Biden. Luego, las expectativas son peores en 2020, con Biden, que en 2016, con Trump.
Tal vez, producto del alegato antioccidental del Kremlin y de la cobertura dañina de los canales de televisión inspeccionados por el Estado hacia el Presidente electo de EEUU, a los que casi el 50% de los rusos acude para estar debidamente al tanto de la información.
En un extremo de las etapas precedentes en las relaciones de EEUU y Rusia, sobre todo, entre 1991 y 2014, ningún probable tráfico de palabras está a salvo del desbarajuste desbocado en la disfunción bilateral, a raíz de los tres empaques centrales del conflicto: la perspectiva del orden internacional, el impulso y circulación de los valores democráticos y, por último, la agudeza de las nociones de soberanía e interposición extranjera.
Desde 2017 y contrariamente al supuesto entusiasmo y cordialidad abierta de Trump por Putin, no existió agenda alguna; pero, por el contrario, las zozobras se acrecentaron por motivos de las sanciones aplicadas por EEUU a agentes rusos; además, de las discusiones habidas sobre el ‘Tratado de Control de Armas’ y los cargos a Rusia por pirateo informático.
Alcanzado este recorrido de la exposición, el único argumento para que las líneas equidistantes se atinen en un mismo vértice, estas son EEUU y Rusia, previsiblemente con algún margen de error y cada vez menor, como el control de armas nucleares, el Ártico y la situación regional del Mediterráneo Oriental, siguen siendo el punto de ignición para el detonante de un trance bélico.
“La no aprobación del orden liberal encabezado por los norteamericanos, continúa siendo el buque insignia en la materia de la política exterior rusa”
Consecuentemente, una correlación responsable admite percatarse de los vaivenes de la discordia inclemente, sondeando alternativas pertinentes para construir puentes que impidan la ascensión del embate armado. Desenvolviendo la cooperación ante complejidades como el cambio climático o la pandemia del SARS-CoV-2, en el que con cautela, parece vislumbrarse la luz de un largo túnel que ponga fin al entresijo epidemiológico.
Estados Unidos no excluye para nada la esencia de su política de contención a Rusia, porque a su juicio, las interferencias en los procesos democráticos no pueden quedar impunes.
Una de las primeras variantes de la Administración Biden radica en la ampliación del ‘Acuerdo New Start’ (8/IV/2010) hasta 2026, lo que cuantitativamente reduce las armas de americanos y rusos a un máximo de 1.550 cabezas nucleares y 700 sistemas balísticos en tierra, mar o aire. Presumiéndose un pequeño indicio orientado a un encaje bilateral solidario.
Sin embargo, esta alianza no avala el equilibrio estratégico, porque la Dirección de Trump pensaba que los ‘Acuerdos de Control de Armas’ existentes, no correspondían al contexto de seguridad presente, asiduamente en mutación a causa de la inclusión de otras armas nucleares, como sistemas sustentados en el espacio o vehículos hipersónicos.
Y lo más sustancial, la innovación y adaptación cristalizada por China en sus fuerzas nucleares estratégicas. La decisión de Trump de reportar al país asiático a una controversia trilateral sobre el ‘Control de Armas’, se extinguió a comienzos de 2020 con el descarte de China a participar.
En este momento puntual del siglo XXI, prevalece un creciente consenso bipartidista acerca de los regímenes efectivos, en los que hay que amoldar los diseñados para regular la competitividad nuclear bilateral, debiendo renovarse para abordar el ascenso de China y el descubrimiento de nuevas tecnologías. Estados Unidos y Rusia salieron del ‘Tratado de Cielos Abiertos’ (I/I/2002) el 22/XI/2020 y el 15/I/2021, respectivamente, rubricado por 35 naciones, para regular los sobrevuelos de territorios y la verificación de los desplazamientos militares de los estados firmantes. Quizás, el retorno de estas potencias a dicho Tratado, ayudaría a empequeñecer la posibilidad de una ofensiva a gran escala.
Tras lo disertado sucintamente en este y otro texto que precede a este análisis, se desprende, que en el transitar del mandato de Biden, la proximidad ficticia de EEUU y Rusia se mantendrá fluctuante.
En comparación con Trump, Biden, actuará en coordinación con sus socios europeos, percutiendo con más ímpetu sobre Rusia en el espacio postsoviético, lo que denomina ‘Extranjero Próximo’. Fundamentalmente, en Ucrania y Bielorrusia, con sanciones económicas, financieras y diplomáticas.
La determinación de Biden de no consentir que mantenga sus sectores de influencia en una superficie espaciosa y deshabitada en el que se residen eslavos, turcomanos, persas, georgianos, azeríes, rusos, armenios, etc., desata el apremio de actores del Viejo Continente por el acatamiento a los derechos humanos, que fácilmente originaría la quiebra y polarización a un declive relativo, con una crisis capitalista que precipita los procesos de destrucción creativa.
Si con el triunfo de Obama, el globalismo regresó reinstalando en la agenda el multilateralismo-unipolar, al igual que el envite de tratados multilaterales de comercio e inversión, más las alianzas militares expansivas en la periferia euroasiática para sujetar y frenar la emergencia de competidores geopolíticos y el multiculturalismo como ideología, el Kremlin está listo para salvaguardar su soberanía, porque deduce que detrás de estas políticas hay un modus operandi para entrometerse en sus tareas domésticas.
Finalmente, EEUU, cuidará concienzudamente el diálogo obligado con Moscú para afianzar la consistencia estratégica, pero incrementará la autorregulación de las herramientas cardinales de su política exterior hacia Rusia: primero, la política congruente de sanciones y, segundo, el patrocino a los enemigos del régimen de Putin. Llámense, internos, como Navalni, y externos, el Gobierno de Ucrania y la oposición en Bielorrusia.
Y cómo tanto se ha subrayado en la fundamentación de esta narración, el Ártico y la diseminación de armas nucleares; pero, sobre todo, el acomodo nuclear con la República Islámica de Irán al que Biden quiere regresar, se convierten en los polos de su agenda, no sin antes, llegar al cuestionamiento de la punta del iceberg: ¿cómo indagar soluciones a los inconvenientes que han motivado la rotura de la cooperación?
Por ahora, es poco presumible, que la confrontación conduzca a un desacoplamiento entre dos colosos envalentonados y encabezonados en querer ser inmortales a sus criterios hegemónicos, tratando de saltarse las reglas de juego y escurrir otro nuevo pulso.
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