Se nos ha ido, recientemente, Eladio Algarra, un poeta, un constructor de palabras; esas que visitan las auroras, que dejan que salgan del corazón los secretos que nunca se dicen, que permiten que los pensamientos se muevan como hojas en otoño, que abren lo íntimo de quienes se atreven a escribir: por sentimiento, por sensibilidad, por amor al mundo que les acoge. Se nos fue el poeta, el amigo, el escritor próximo; nos queda su obra, lo que escribió, lo que hizo, lo que, al fin de cuentas, fue su afán. En el hacer de nuestro reconocimiento, quedará su recuerdo.
Se nos ha ido,
se os ha ido,
Eladio Algarra,
poeta de la tierra,
juglar del mar y sus orillas,
caminante de círculos concéntricos
en su ciudad, su Melilla.
Se ha ido el poeta,
el hablador de palabras
que volaban sobre el viento,
el malabarista de ideas
que abría los pensamientos,
el amante de las calles
que tienen aires de puerto.
Se ha ido el soñador
de intimidad recóndita,
el solitario a ratos,
perdido por vericuetos
de verdes jardines blancos,
el buscador de las horas
sobre caminos de asfalto.
Se nos ha ido
Eladio Algarra,
arquitecto de imposibles,
visitador de albas.
Y ya, quedo en el sosiego,
de la inmaterialidad
que deja lo extemporáneo,
rondará, el hueco de la ausencia,
el tenue balanceo de los recuerdos,
midiendo la amplitud de un espacio,
que fue futuro de otros momentos.
Queda,
pasado el último otoño,
el rebrote de los árboles
que esperan las hojas nuevas;
la oquedad de los silencios
ocultando la hojarasca;
la sombra sobre la arena,
la soledad sobre el agua.
(En reconocimiento a Eladio Algarra)