La Guardia Civil de Melilla culminó ayer una de las operaciones más minuciosas de los últimos años, que ha permitido la desarticulación de una red que traficaba con inmigrantes y que, según sus cálculos, pudo introducir en la ciudad a cerca de 166 personas.
Con este golpe a las mafias, la Benemérita acaba con el misterio de las pateras fantasma.
En más de una ocasión este periódico publicó noticias sobre la llegada de subsaharianos a la ciudad en embarcaciones que luego no aparecían por ninguna parte.
El sentido común apuntaba a que arribaban a Melilla utilizando un método similar al de las motos de agua, que se puso de moda en Ceuta: se acercaban a la costa, descargaban y se marchaban.
Pero una cosa es el sentido común y otra tirar del hilo hasta ponerle cara a las personas que se estaban enriqueciendo con las barbaridades que cobran a los subsaharianos por meterlos en Melilla.
Según la Comandancia de la Guardia Civil, en este caso llegaron a recaudar por encima de 300.000 euros, lo que significa que los inmigrantes pagaban de media unos 1.800 por barba.
La red estaba extremadamente organizada y no solo se dedicaba a enviar pateras fantasma que se acercaban a gran velocidad al espaldón del puerto, descargaban los inmigrantes y los ocultaban entre las rocas hasta que los centinelas les avisaban de que podían salir caminando tranquilamente para dar la sensación de normalidad.
También eran expertos en meter inmigrantes en dobles fondos de vehículos de gama media y alta, ocupados por familias (hombre, mujer y niños). En cada viaje introducían a tres personas que pagaban unos 4.200 euros por el trayecto que podía costarles la vida.
Según la Benemérita, pudieron utilizar hasta seis coches diferentes que entraban cargados de inmigrantes e iban directo a un garaje. Allí tenían a los subsaharianos durante 24 horas. Luego estos salían de forma escalonada en dirección al CETI.
Las pateras fantasma traían en cada viaje a unas diez personas, que iban saliendo de las rocas de forma escalonada. Andaban por las escolleras con tranquilidad para pasar desapercibidos.
Los centinelas se encargaban de apostarse en varios puntos de Melilla La Vieja y el puerto para avisar si venían patrullas de la Guardia Civil. También utilizaban menores de edad que servían de ‘lazarillos’ y guiaban a los inmigrantes recién llegados hasta el CETI.
Por la ciudad los organizaban en parejas (hombre-mujer), que caminaban de la mano para dar apariencia de normalidad. Todo estaba pensado al milímetro.
La operación Jabal se ha saldado con ocho detenidos. Entre ellos, el cabecilla en Melilla, el enlace en Marruecos, un menor de edad y una mujer. Ha sido un golpe a las mafias que, como se ha podido constatar, cada vez están más organizadas, a la caza de un resquicio para hacer caja.
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